Sentí un cosquilleo en la boca del estómago cuando Julian terminó de colgar el cuadro.
—Ha quedado bien, ¿no? —preguntó mirando a Mats.
El cocinero escudriñaba la posición de cada esquina del marco.
—Sí, Weigl, buen trabajo. A la décima va la vencida —refunfuñó.
El chico puso los ojos en blanco y se largó antes de que Mats se entusiasmara con las críticas.
—Mila, ¿estás segura de que quieres tener colgado eso ahí? —le insistí.
—¿Estás de broma? Me encanta —me aseguró mientras me ponía la mano en el hombro—. No será el último que te pida para colgar.
Se marchó con Mats a la cocina y yo me quedé allí, delante de la acuarela que acababa de terminar. Me sentía rara. Era mi primera obra expuesta, aunque no fuera en una galería de arte.
—Es preciosa —dijo alguien a mi lado.
Reconocí su voz y, de inmediato, me llegó su olor. Me dio un vuelco el estómago.
—Gracias —respondí, sin girarme hacia él.
Sven no se movió de mi lado, sino que se quedó observando la pintura en silencio. ¿Qué era lo que pretendía?
—¿Eres tú? —preguntó entonces, refiriéndose a la chica del cuadro, que estaba de espaldas, mirando hacia la Torre Eiffel.
Sonreí.
—Tal vez.
—Me pregunto si París será tan increíble en persona.
—Es mejor —le aseguré.
Lo vi sonreír por el rabillo del ojo.
—¿La echas de menos verdad? La ciudad. Por eso la has pintado.
Me encogí de hombros.
—A veces. Pero no la he pintado por eso, sino para... —Me callé y sacudí la cabeza—. No tiene importancia.
—Oh, venga, suéltalo —insistió—. Me muero de la curiosidad.
Su amabilidad me agradaba, pero también me molestaba bastante. Sobre todo porque notaba que yo empezaba a flaquear, y eso no podía permitirlo. Tenerlo tan cerca me aturdía.
Levante la cabeza para mirarlo a la cara.
—La pinté porque me gusta recordar que incluso las cosas que te esfuerzas por dejar atrás tienen su parte positiva.
Observó mis labios y subió hasta enfrentarse a mis ojos.
—¿De verdad crees que todo tiene una parte positiva?
—Sí.
—Eso es... interesante —opinó.
Volví a mirar la pared.
—No era un cuadro para colgar —admití—. Mila me lo ha pedido.
—No me extraña, es increíble.
—¿Me estás haciendo conversacion?
—Puede que un poco —confesó—, pero me gusta el cuadro, de verdad.
—Ya —contesté con amargura—, pues me alegro.
Lo escuché suspirar.
—Hannia, necesito hablar contigo.
—Yo no.
—Por favor.
—No, Sven, basta —repuse con seriedad. Me froté los ojos y resoplé—. Necesito irme de aquí.
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Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )
Hayran KurguSegunda parte de Todo apesta incluido tú