10 Monologo exterior

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Leon

Tiré los papeles sobre el escritorio, frustrado. Era imposible que pudiera concentrarme con tantas cosas en la cabeza, con tantos sentimientos quemándome en el pecho. Para empezar, estaba harto de estar lejos de Mila, sobre todo ahora, que me necesitaba más que nunca. Sabía que era una mujer fuerte e independiente, no ninguna muñeca frágil que necesitara ayuda constante, pero... Joder, la echaba de menos. Y sabía que ella a mí también, a pesar de que intentaba no decírmelo demasiado para que no me sintiera peor.

Íbamos a tener una hija. ¿No era increíble? Me sentía el hombre más afortunado del planeta, y el más imbécil por no aprovechar ese momento tan maravilloso con Mila. Dios... Cómo me había cambiado la vida en dos años.,Yo era un sujeto con suerte, de eso no tenía duda. La princesa de ciudad no me lo había puesto fácil al principio, pero se había quedado conmigo y había renunciado a todo lo demás. Aún me costaba creérmelo y, muchas noches, me descubría preguntándome qué tendría yo de especial para que ella me hubiera elegido por encima de su amada Barcelona. Por mucho que le hubiera cogido cariño al hotel y todo eso, sabía que la decisión de quedarse a vivir allí de forma permanente, de comprometerse conmigo y de formar una familia juntos, no era algo que se decidiera de repente.

A veces, me preguntaba si no se habría arrepentido de su decisión, pero temía decírselo en voz alta porque, sinceramente, me atemorizaba la respuesta.

Y aquí estaba yo, solo en un departamento enano, rodeado de papeles, compases y escuadras, de apuntes sobre arquitectura. Quizás estaba siendo un egoísta, quizás estuviera tentando a la suerte y el tiro me saliera por la culata. Pero Mila había insistido y yo, que en el fondo deseaba hacerlo también, me había dejado querer y había aceptado estudiar de nuevo. Con suerte, esa situación no se alargaría mucho en el tiempo, porque la culpa me estaba comiendo por dentro, y el pensar que me estaba perdiendo momentos preciosos del embarazo me hacía querer abandonarlo todo y correr de vuelta a casa.

Al menos, Mila tenía a los demás para hacerle compañía y echarle una mano con el hotel. Gruñí al recordar que ahora también tenía a mi hermana. Se me había metido el enemigo en casa, maldita sea. Ni siquiera podía mirarla sin sentir que me hervía la sangre al instante. Y, para colmo, parecía que ella también guardaba rencor. ¡A mí! ¿Estaba loca? Todo lo que había hecho había sido por ella, por su bienestar. Había sido ella la que había actuado como una niña inconsciente y nos había abandonado a todos de la forma más ruin y egoísta. Ni una maldita llamada en cuatro años.

Barrí los papeles de encima de la mesa con la mano y los lancé al suelo. Esa niña me estaba complicando la vida, y solo acababa de llegar.

El sonido del teléfono me hizo volver al presente, en aquel despacho. Encontré el aparato entre las páginas de un libro.

—Hola, mamá. ¿Va todo bien? —me apresuré a contestar—. ¿Está bien papá?

—Sí, cielo, todo bien —contestó ella—. En realidad, te llamo por otra cosa.

Me apoyé en el respaldo de la silla y puse los pies sobre la mesa, algo más tranquilo.

—¿Qué pasa?

—Quería hablarte de tu hermana.

Bajé los pies otra vez y me puse recto.

—¿Ya se ha ido?

—¿Qué? Oh, no, no, desde luego que no. Y de eso precisamente es de lo que quiero hablarte, hijo. No quiero que se vaya.

¿Y a mí qué me decía?

—Pues díselo a ella, aunque hará lo que le dé la gana —le advertí.

Mi madre suspiró al otro lado de la línea.

—No, León, te lo digo a ti. No quiero que la espantes, ¿me has oído? Si no puedes ser amable con ella, al menos no seas tan grosero.

—¿Grosero? —Me reí—. Mamá, que yo sea grosero es lo mínimo que se merece.

—Es tu hermana.

—¿Por qué no dejan todos de decirme eso?

—Porque es la verdad —contestó—. Mi pequeña ha vuelto y no quiero que se vaya. Al menos, no de la forma en que se fue la otra vez.

Bufé.

—Mamá...

—Hazlo por mí, hijo —me rogó con voz débil—. Por favor.

Me pasé una mano por la cara, agotado. No podía negarle eso a mi madre.

—Está bien —contesté—. No seré tan grosero. Es todo lo que puedo prometerte, mamá.

Una promesa ambigua, era lo único que podía ofrecerle.

—Gracias, hijo. Tú aún no puedes verlo, pero te aseguro que las cosas volverán a ser como antes.

Pobre mujer. Qué equivocada estaba. El pasado nunca vuelve. Al menos, no en la forma que queremos.

Todo apesta.... menos tú princesa (Sven Bender )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora