PRÓLOGO

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Y ocurrió que al mirarnos el tiempo se abrió como un viejo libro, donde pudimos leernos en las páginas de los siglos. Tus besos de hoy, son los mismos besos de antaño, que me remontan a lugares extraños, amorfos y ambiguos, que juro haber conocido solamente contigo.

ROURKE BAADA. Dejá Vú.


Metone,Grecia. 356 a. C.

Todos dirigieron las miradas hacia el otro extremo del campo. Desde el pueblo llegaba un caballo a galope, levantando una nube de polvo por el sendero. Era un caballo formidable: se trataba de un corcel de batalla. En Macedonia no se criaban semejantes caballos de guerra, sino que procedían de Kálsida o Tracia y eran extraordinariamente caros. Al verlo, los guardias dieron el aviso y el rey, entornando los ojos para protegerse del sol, miró a través del ejido. Filipo podía sentir el redoble de los cascos en el cimbrar del suelo mientras el caballo se aproximaba, salió a la senda y empezó a caminar hacia el corcel que avanzaba.

Orontes, el jinete, hizo ir al caballo a medio galope, luego a medio trote, formando un amplio círculo hasta que prácticamente se detuvo enfrente del rey Filipo. El joven general era la antítesis perfecta del rey, un hombre alto y corpulento, de pelo rubio, ojos tan rasgados que daba la impresión de tenerlos entornados por el sol y una hermosa barba dorada que le daba un aire de gran señor. Vestía una túnica corta y blanca con unas sandalias de cuero con correas que se entrecruzaban hasta las rodillas. Se mantenía erguido sobre del caballo y no pareció molestarse en reparar en los soldados a quienes su loca carrera había espantado. Su mirada sólo buscaba a un hombre, y en cuanto lo encontró, le dirigió a éste una amplia y presuntuosa sonrisa al tiempo en que bajaba de un salto del animal.

Filipo se acercó a él con calma, terminando de masticar el pan con sus dientes que empezaban a pudrirse. Apenas estuvieron uno frente al otro, ambos se estrecharlos las manos y el general le entregó un fajo de cartas dirigidas para él. Pero a él no le gustaba leer, así que miró a su amigo y le dio la silenciosa orden de que le contara cuanto supiera.

-Buenas noticias, por esta vez, corren a ti más veloces que las malas de las cuales hoy no sé nada -dijo éste-. Las dos falanges que mandaste han ocupado ya sitio en Pydna y Potinea -añadió con tono orgulloso. Iliria había caído dos días atrás acrecentando rápidamente el poderío de Macedonia-. Tique ha mandado un tratado de rendición, el templo de la diosa Artemisa, en Éfeso, ha ardido noche y día, dicen que en señal de que la diosa ha salido... porque la reina Olimpia, aunque tras diez horas de parto, por fin te ha dado un hijo. -Se produjo un silencio mortal.

Los demás soldados permanecieron inmóviles como tratando de digerir tanta información, observando primero a Filipo y luego a Orontes.

De pronto, tras unos largos segundos de tensión, los soldados soltaron vítores y silbidos, el rey había tenido un hijo, sano, fuerte y hermoso. Macedonia ahora tenía un príncipe heredero al trono.

-¡Felicidades, Filipo! -le felicitó de buena gana Antípatro.

Los generales esperaron la orden y al momento siguiente todos estaban preparando un caballo, una escolta de tres soldados, víveres para el viaje y que el rey regresara al castillo para conocer a su hijo.

Filipo era un rey tosco y rudimentario, sin embargo, no trataba jamás de controlarse ni de disimular sus sentimientos, y aquella vez no fue la excepción, puesto que una hora más tarde, mientras montaba para ponerse en marcha, dirigió a todos sus soldados una mirada triunfal acompañado de una amplia sonrisa. Escupió en el suelo en señal de victoria, y espoleó su caballo con fuerza, avanzando desde el sendero a través de los trigales. Sus tres soldados elegidos, sus más cercanos generales y también amigos, fueron detrás de él. El resonar de los cascos del corcel de Filipo fue perdiéndose en la lejanía. Parmenión, quien se había quedado ahora al mando en lo que su rey regresaba, se sintió henchido de orgullo al saber que su buen amigo por fin había tenido un hijo con esa mujer. A decir verdad, Parmenión no estaba nada de acuerdo con todo aquello, y no por su buen amigo quien, por cierto, ya no era un muchachito como para estar retrasando conseguir un buen heredero, el problema era ella, Olimpia, la salvaje de Epiro de quien se contaban las más oscuras historias. Era una tradición que el rey tomara por esposa a una mujer del lugar conquistado, pero Epiro no era de Grecia y ni siquiera estaba conquistado, de tal suerte que había quedado claro para todos que Olimpia era simplemente un arranque pasional del rey. Tenía sus razones, por supuesto, era una joven de diecinueve años, guapa y fuerte, de carácter terco y brioso, pero se decía que era una bruja y que había hechizado a Filipo para llegar a ser reina. Pero para aquellos momentos, ya era difícil para todos separar el mito de la verdad sobre el nacimiento y la gestación del nuevo príncipe macedonio.

Las voces, los murmullos, las historias, las leyendas corrían tan veloces como los manantiales de Mieza a finales de verano. Antes deque se supiera que Olimpia estaba embarazada, muchos habían comenzado a asegurar que la muchacha se había metido al templo de Zeus para hacerle una ofrenda pidiéndole que la dejara pronto embarazarse, y entonces, aquella mañana cálida y despejada, sinsentido alguno, había caído un rayo sobre el templo y tres meses después ella estaba anunciando que había quedado preñada.

Algo menos fantástico, pero más lúgubre, fue el día en que el propio Filipo, en secreto y lejos de todos los demás, apeándose a la buena amistad que los unía y a la discreción del hombre, le había contado a Parmenión que un día regresó de una batalla a su casa y había subido a ver a su esposa para acostarse con ella, y la encontró recostada en su cama yaciendo con una enorme serpiente que se le enroscaba por todo el cuerpo. Ambos casos, al final, daban a pensar que aquél niño nacido sería el hijo de Zeus, porque en Macedonia, como en otras tantas ciudades, se sabía muy bien que la forma más común del dios de bajar a la tierra era en forma de serpiente y así dejar en cinta a las mujeres.

-Todavía recuerdo cuando Filipo estaba insoportable luego de aquél sueño, tras saber que la reina estaba embarazada, donde soñó con "el león" que sellaba el vientre de su esposa -dijo súbitamente Menes.

-Los adivinos le dijeron que era el buen presagio de que su hijo tendría las características de un león y esto le favorecería en sus conquistas, pero Filipo nunca dejó de sentir temor por aquél sueño y aseguró que el león se lo iba a comer y eso jamás podría ser bueno -asintió Clito El Negro.

Con todo, Filipo tenía grandes planes para su hijo: desde que se había enterado había comenzado a trazar para él una vida estricta y convertirlo así en el rey perfecto de Macedonia, con la mejor educación de toda Grecia y, por si fuera poco, había comentado a Parmenión que rodearía a su hijo con los hijos de su gente más cercana y de confianza para que crecieran juntos y formaran tal lazo de camaradería que jamás lo traicionaran y siempre tuviera en quién confiar.

-El dilema es -apuntó uno de los soldados, Arhibbas-, que la madre del príncipe es una bruja. Baladro me contó que él estaba ahí el día que Filipo y Olimpia discutieron y ella le gritó que Dionisos y Hera lo maldecirían y le arrancarían los ojos de la cara, luego dijo algo en una lengua que nadie había entendido, y la siguiente guerra nuestro rey perdió un ojo por una flecha

Parmenión volvió la mirada al horizonte y no pudo evitar pensar en su propio hijo. Filotas tenía en esos días seis años y él hacía cuatro semanas que no lo veía, pero sabía que estaba bien, además de que la idea ahora de que sería un amigo, sin duda, del hijo de Filipo, le causaba una mala mezcla entre emoción y pesar. El hijo de Filipo, sí, pero también el hijo de una bruja de Epiro y, para colmo, quizá, el hijo de Zeus. Demasiados padres para una sola criatura, y ninguno de los tres con buen carácter o buena fama, aunque sí con un gran poder sobre la gente. Daba escalofríos de sólo pensarlo.

-Por cierto -intervino Peitón, el antiguo favorito de Filipo-, ¿alguien sabe cómo se va a llamar el niño? Ha de ser un nombre impresionante para que todos tiemblen cuando oigan decir su nombre...

-Alejandro -respondió Parmenión quitándole peso al asunto-. No es un nombre impresionante, pero Filipo cree que sí.

-Alejandro III de Macedonia -repitieron todos en una sola voz.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora