5

1.1K 101 227
                                    

En el Pandocheío reinaba el bullicio. Hefestión guardaba silencio mirándose las manos entrelazadas mientras los demás camaradas platicaban de mesa a mesa. Cuando finalmente levantó la cabeza, casi pareció sorprenderse de encontrar a Alejandro sentado delante de él, escuchando algo que le decía uno de sus soldados desde la mesa contigua. Tras un momento de risas, el príncipe regresó su atención a su amante. Desde que perdieran en Bizancio, Filipo lo había detenido todo, y regresaron a Pella para que el rey pudiera deprimirse en paz, mientras el ejército entero perdía el tiempo del mejor modo posible en espera de que Filipo se animara y volviera a mandarlos a llamar.

—¿Les molesta si me siento con ustedes? —preguntó el alegre Pausanias a los dos amigos.

Le sonrieron y le indicaron con las miradas que podía sentarse con ellos, de manera que Alejandro se recorrió de banco sentándose al lado de Hefestión, dejando que Pausanias se sentara delante de ambos.

—El Pandocheío tiene de todo, bebe lo que quieras, yo invito —dijo Hefestión a Pausanias—. Debe ser difícil estar en estos momentos con el buen Filipo... —Pausanias lanzó una fugaz mirada hacia Alejandro, como si temiera hablar de su padre delante de él.

—Lo superará, no es un hombre que sepa quedarse quieto y tranquilo —dijo por fin—. Es un hombre agradable, pero necesitaba un respiro. —Los tres jóvenes intercambiaron miradas alegres.

Pausanias vestía ese día con un manto oscuro que le caía hasta las rodillas. Era simpático de sonrisa y facciones pícaras, poseía unos inquietantes ojos castaños y los cabellos rizados eran tan rubios como los de Hefestión. Tres esclavas de la posada les dejaron platones con queso, carne con miel y fruta picada.

—¿De verdad no molesto si me quedo aquí? Tampoco quiero estorbarle, príncipe Alejandro, esta última batalla la hemos pasado Hefestión y yo con Filipo, y sé a buena fe que debieron extrañarse y querrán ahora aprovechar...

Alejandro movió la mano como sacudiendo el aire para dejar dicho que no le molestaba y luego simplemente recargó su cabeza en el hombro de su amigo y se entretuvo remojando la carne en la miel. Pausanias cogió su vino y dio un largo trago sin apartar la vista de su bebida, tratando de ignorar a Alejandro que daba de comer a su amante mientras le decía algo de la miel quemada y el aceite de olivo.

Daba la impresión de que no lo sabía, pero Alejandro miraba a Hefestión lo mismo que Filipo a Pausanias, con la diferencia, le había dicho Aluxya (el erómeno que el rey tenía antes) de que el apasionamiento del príncipe aumentaba con los años mientras que el de Filipo se iba perdiendo con los meses.

—Debe resultar complicado ser el... favorito de mi padre.

—Filipo es un buen hombre, es buen instructor y dedicado amante —respondió Pausanias mirando a otro lado—. Por supuesto, nada comparado con usted, príncipe Alejandro. El rey Filipo me da comida, pero no me sienta a su mesa ni me daría de comer.

—No me extraña de él —asintió Alejandro comiendo un trozo de manzana, sin darse por aludido con el comentario—; habría que discutir a qué te refieres con "buen instructor y dedicado amante".

Pausanias lanzó una mirada astuta a Hefestión que, comprendiendo los pensamientos del muchacho, negó con la cabeza y luego le murmuró a Alejandro, "Cree que soy tu erómeno". Alejandro entendió de pronto y llevó sus oscuros ojos hacia Pausanias.

—Es cansado explicarlo a todos —murmuró el príncipe.

—¿Cuánto tiempo llevan enamorados? —preguntó casualmente Pausanias.

—Desde que sus ojos se cruzaron con los míos —respondió Alejandro—, cuando éramos niños... hará unos once años.

—No de ese tipo de amor —sacudió la cabeza Pausanias echando a reír.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora