XVI ANTÍFONA

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Bactria. El rey había dado la orden de regresar a Bactria para tomar un merecido descanso y luego... ¿Luego qué? No lo sabía nadie, salvo Alejandro mismo y, quizá, Hefestión, pero habían llegado allí los primeros días de verano y ahora aquél verano cruzaba por la mitad.

Las cosas eran tan tranquilas en la ciudad de Bactria, que incluso Alejandro había dejado descansar a los guardias de campamento y puso a sus pajes a vigilar su entrada por las noches. El palacio bullía de actividad en todo momento: los sirvientes barrían el ala del harem que se alzaba al lado de la caballeriza, y más allá esperaba un carro lleno de paja fresca para ser la comida de los caballos, a los que Hefestión les tenía una devoción casi infantil.

-¿Cuándo fue la última vez que pudimos quedarnos tranquilos? -preguntó Alejandro-. Creo que la última vez que tomé un descanso tenía apenas más de catorce, porque a los quince mi padre me nombró regente de Macedonia, levanté Alejandrópolis, y a los dieciséis me uní a la conquista de Grecia, y a los diecisiete ya era general, y a los dieciocho mi destierro y a los diecinueve me convertí en rey y a los veinte... -Soltó un suspiro cansado y Bagoas le preguntó si era feliz.

A menudo eran preguntas que se hacía a sí mismo y no era capaz de responder, porque le parecía un sentimiento muy relativo.

Alejandro lo pensó un momento y finalmente le respondió que nadie podía ser feliz si su felicidad estaba basada en algo como un imperio, un sueño o un deseo, el objeto de felicidad tenía que ser bien elegido, y si se escogía con cuidado, simplemente era imposible no ser feliz.

-Soy feliz, absolutamente feliz -se dijo a sí mismo Alejandro.

Vieron a Hefestión acercándose a ellos. El general se hincó un momento ante su amigo y al ponerse en pie éste ya lo estaba esperando para besarle las mejillas.

-Empiezo a acostumbrarme a esto -dijo Hefestión con una mirada intensa.

-No lo hagas.

-¿Dices? -Hefestión frunció el ceño.

-No quiero que te acostumbres. Tampoco me mires así, no es que vaya a retirar la orden de la proskynesis, tranquilo. Por el contrario, después de lo que dijo Calístenes estoy seguro de que quiero unificar la Corte con esta orden.

Alejandro rodeó la cintura de Hefestión con un brazo en un gesto conciliador.

-Una sorpresa -dijo el rey con austeridad.

-Me gustaría saber qué te traes entre manos -sonrió Hefestión.

-Una sorpresa. La próxima junta, todos se llevarán una sorpresa, hasta tú.

Al alba del día siguiente parecía que la ciudad de Bactria estaba invadida por una fiebre vital que hacía que todo estuviera lleno de movimiento; fregaban los suelos, arreglaban las mesas como para una fiesta, apilaban a ambos lados de la chimenea troncos para iluminar con el fuego durante la noche, las cuadras rebosaban de paja fresca y se barrían los patios del palacio una y otra vez. Hefestión lo vigilaba todo de cerca paseándose por doquiera, siendo la voz de Alejandro, quien aquella ocasión había decidido quedarse en su dormitorio para preparar la junta que se llevaría a cabo en tres días.

El general sólo había tenido ocasión de hablar con algunos amigos desde que se diera la orden de la proskynesis, y sólo a ellos les había podido explicar la delicada situación en que se encontraba Alejandro, porque ahora era señor de demasiadas tierras y estaba al tanto de que su ejército, por muy grande que fuera, no se daría abasto para controlar Persia entera, por lo tanto, debían incrementar las huestes con soldados pertenecientes a aquellas tierras sometidas, además, los antiguos reyes persas había logrado dominar todas aquellas tierras de un modo del cual Alejandro debía aceptar como el único seguro, y éste no era la imposición, sino comprendiendo que un pueblo con tradiciones tan arraigadas como Persia sólo admitiría de buen modo a un Rey de Reyes que practicara sus costumbres, o de lo contrario tarde o temprano volverían a levantarse en armas y aquellas conquistas de Persia nunca terminarían.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora