Aquiles. Alejandro sabía, tan bien como Hefestión, que Homero había cantado en aquél poema, con profundidad excepcional, sobre la vida humana. La Ilíada era la llamada tragedia de Aquiles, ya porque él la había sufrido o porque él la había provocado, no importaba. Aquiles era el héroe prisionero de sus propios ideales heroicos. Aquiles, el que tiene que cumplir con un destino heroico. La única forma de trascendencia del héroe es que canten su historia generación tras generación.
Descubrir la eternidad de un héroe era necesario, se dijo Alejandro, para llegar a ser inmortal.
Como la de Aquiles, la historia de Alejandro también habría de ser contada por muchos siglos. En esto pensaba Alejandro mientras cabalgaba en silencio rumbo a Iliria, con Hefestión a su lado y todos los demás soldados tras ellos.
-¿En qué pensaba Patroclo cuando marchaba a la guerra junto a Aquiles? -preguntó de pronto Alejandro-. ¿Temía a la muerte? ¿Dudaba de Aquiles y de la gloria que buscaba? ¿Temía a la guerra?
Hefestión lo miró un momento sin comprender, saliendo de sus propios pensamientos, luego, al entender la duda de su amigo, agitó la cabeza y regresó la vista al frente mientras respondía:
-Pensaba en Aquiles, siempre lo hacía. Lo amaba. ¿Aquiles lo amaba a él?
-¿Lo dudas?
-Él sabía que Aquiles también lo amaba, nada más le importaba.
-¿Ni la gloria, ni la inmortalidad, ni la muerte?
-Nada.
Cayó la noche y continuaron cabalgando.
Los altos picos de Ilyris se desdibujaban en la oscuridad creciente del cielo.
Había una hondonada ancha y verde en las montañas. Aquellas tierras eran habitadas por la tribu de los enquelanos, y atrás habían dejado ya derrotadas a las tribus de los nestos y los bulinios, y más tarde arremeterían contra los amantinos en el extremo sureste.
Iliria era una extensión geográfica que iba desde el sur de Liburnia hasta Caonia, en Epiro, y sus habitantes, los ilirios, eran un montón de tribus que defendían sus tierras de la mejor manera que podían, aunque sin ser capaces de organizarse. En la guerra del Peloponeso, Pérdicas II de Macedonia se había enfrentado a todos ellos, luego de aquello los ilirios habían cogido un rey que unía a todas las tribus, pero que jamás había podido ponerlas de acuerdo, sin embargo, esas tribus con su rey habían marchado a Macedonia alguna vez y se habían apoderado del oeste del país.
El rey Pérdicas II murió en la lucha contra los ilirios, defendiendo siempre a Macedonia. Si Iliria caía por completo, un amplio golfo se abriría entre Macedonia y sus vecinos del norte.
Los planes que había trazado el príncipe Alejandro daban por terminada la campaña en el lago Lychnidus, donde años atrás comenzara Filipo su primer intento de hacer suya Iliria; su padre, apenas había llegado al trono, y casi como un grito de venganza contra aquél pueblo que había dañado a Macedonia, atacó Iliria y conquistó parte de sus tierras.
El nuevo rey y jefe de los ilirios era un hombre de nombre Clito, al cual Alejandro había estado persiguiendo, y en cada una de las batallas contra las tribus en donde se había topado con él, el hombre había escapado. La última vez, Clito había ido a refugiarse a aquellas tierras, con los enquelanos, y hasta ahí lo había perseguido el ejército macedónico. Ahora no tenía a dónde más escapar. Aquella batalla contra los enquelanos, se dijo, sería la decisiva. Los enquelanos estaban acampados sin defensas ni centinelas, con la moral muy alta tras la retirada de los macedonios años atrás, creyendo que, si habían hecho retroceder al padre, harían lo mismo, fácilmente, al hijo.
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El Amante del Sol de Macedonia
Narrativa StoricaA sus pies se levantó un imperio. Nunca perdió una batalla. Fue uno de los mejores alumnos de Aristóteles. Se crió en la nobleza. Su fama se extendió por toda Gracia, Persia y hasta la India. Los historiadores creen que fue asesinado y otros que mur...