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Alejandro había salido de caza y Hefestión detestaba cazar, así que se quedó en el palacio. Además, odiaba el frío y el invierno con sus primeras nevadas habían empezado. El joven se frotó las manos para calentarlas, se sentó en el borde de la cama y esperó tranquilo hasta que vio a Alejandro entrar al dormitorio, dejar caer sobre del suelo de piedra una enorme liebre ensangrentada y depositar en la cama con gran cuidado su acostumbrado fardo.

Llevaba una mano lastimada y por el tipo de corte dedujo que debía haberse tropezado y cuidando de no caer sobre su fardo se había echado de lado y abierto la piel con la punta de una de las flechas; era una herida pequeña, pero profunda, y que sangraba de forma exagerada.

Con todo, lo primero que hizo Alejandro fue sacar de un cesto la ropa sucia y depositar ahí a la serpiente que cargaba en el fardo. Hefestión miró a la nueva mascota de su amigo y por un momento creyó estar viendo a Olimpia.

La víbora era grande y tenía una lisa y hermosa piel roja. Mientras la acomodaba en el cesto, Hefestión fue al baño por un poco de agua tibia, hilo de tripa y una aguja de hueso de las que le había regalado Aristóteles la última clase de medicina. Cuando regresó, Alejandro ya lo estaba esperando con la mano extendida.

Hefestión se sentó ante él y le lavó en silencio la herida, luego lo coció haciendo puntadas cortas y delicadas, finas para que no dejaran cicatriz, y firmes para que el hilo no se rompiera. La luz del atardecer los acarició y proyectó su acogedor reflejo contra una de las paredes. No bien hubo terminado, una mujer asomó la cabeza por la cortina de la entrada y al percatarse de que ambos estaban ahí, entró acomedida llevando consigo un par de cazuelas con pollo; después de todo, hasta los sirvientes estaban acostumbrados a saber que uno no comería sin el otro y Hefestión había ordenado que les llevaran más tarde la comida al cuarto del príncipe, donde lo estaría esperando. La mujer propuso llevarse la liebre a lavar, pero Alejandro dijo que lo haría él mismo, más tarde.

Los dos comieron con calma.

-Iba a hacerte una capa, pero la liebre sólo me servirá para zurcirte unos buenos guantes -sonrió Alejandro-; espero que note importe. Pero saldrá suficiente carne para dar sabor a algunos platillos de invierno.

-Una liebre está bien.

-¿Te molesta que haya traído a la serpiente? -preguntó Alejandro, dudoso.

-Si pretendes que te ayude a cuidarla tendrás que enseñarme -respondió en tono dócil.

La sirvienta regresó con un guisado de calabazas, remolachas, guisantes y nabos. No era un platillo laborioso, pero lo comieron como si de un manjar se tratara y mientras lo hacían Hefestión guardó silencio escuchando a Alejandro contarle cómo había sido su día de caza.

***

Durante los días siguientes, Leónidas los entretuvo a todos encurtiendo, salando, desvainando y preparando alimentos para el invierno, así como recolectando leños para los futuro fuegos de la casa y, en tiempos libres, Alejandro regresaba a su dormitorio para coser los guantes en compañía de su serpiente y de Hefestión, quien aprendió a cargarla sin asustarla ni asustarse y pronto pudo tenerla enroscada en el dorso. El nombre de la serpiente fue Hystera (matriz), probablemente porque al verla, pensaban en Olimpia.

***

Cierta noche Aristóteles recibió una carta anunciándole la muerte de un querido amigo suyo, uno muy querido, quizá, porque se deprimió tanto que fue la propia Pitias quien subió al palacio de Nymfón, a pesar del clima, para anunciar que su esposo y ella viajarían al funeral en Tracia. Alejandro le concedió un tiempo de duelo sin decir nada a Filipo. Así, al final, durante el invierno, las clases con Aristóteles quedaron suspendidas.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora