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Deioces era una impresionante fortaleza de tres murallas separadas por fosos, abarrotada de edificaciones y graneros, podía albergar una guarnición de casi quinientos arqueros. En el interior del segundo patio se hallaba la resistencia principal, compuesta de varios edificios suntuosamente amueblados. El rey tenía ahora que poner orden en todas aquellas tierras, hacer seguras las rutas de las montañas infestadas de coseanos, salteadores de caravanas, de las que no paraban de quejarse el sátrapa de Media. Alejandro no dudó en abandonar Opis e ir a prestar ayuda, y apenas llegó, mandó cortar la cabeza del sargento de la guarnición, por ser un inútil, y empezó a repartir soldados en caravanas que atravesaran los caminos para enfrentarse a los coseanos, reunirlos lentamente en el cruce de la carretera y ahí las tropas asaltarlos y matarlos como era costumbre. Mientras esto ocurría, el rey se alojó en Makal para arreglar los planes de cómo dejar aseguradas las carreteras.
Con todo, Hefestión tuvo que lidiar aquellas primeras semanas de verano con dos cosas que le tensaron los nervios: un nuevo decaimiento de su amigo porque estaba por cumplir treinta y dos años y seguía sin poder tener hijos con su amazona, y Dripetis que se encontraba enferma.
—Los coseanos han atemorizado estas tierras, pero no impiden que se sigan pagando los impuestos. —Hefestión entró en el paraninfo donde seguía Alejandro trazando las rutas de comercio, acababa de hacer visita a su esposa para ver cómo estaba y se sentía más tranquilo al saber que no era grave, agotamiento, habían dicho las ancianas.
—¿Coseanos? ¿Impuestos? —preguntó Alejandro concentrado en el mapa—. ¿Los coseanos pagan impuestos? ¿Entonces por qué los perseguimos?
—No me estás prestando atención —sonrió Hefestión—, vamos, te ayudo, que ya estoy harto de tu maldito secretario quejándose de que estás descuidando tus otros deberes.
Se sentó a su lado y miró el mapa.
Marcaron juntos las ciudades y la ruta de las Alejandrías, luego analizaron el resto de los caminos, finalmente resolvieron fortificar la carretera que en Media se dividía hacia el sureste y al sur.
—Majestad, sus hombres para la junta —informó Bagoas.
—Déjalos pasar. —Continuaron analizando el mapa mientras La Corte entraba y se acomodaba a la mesa. Cuando se dejó de oír ruido, el rey levantó la vista y los miró a todos.
—Hay muchas cosas por arreglar que se han ido quedando pendientes, rey Alejandro. Sería bueno empezar con...
—Con los impuestos —lo interrumpió el rey.
Eumenes y los demás miembros de La Corte se miraron entre sí. Hefestión dibujó una sonrisa de medio lado en sus finos labios y estiró una mano hacia el secretario, quien se vio obligado a entregarle el papel donde tenía apuntadas las cantidades de los impuestos que se debían entregar al rey y las cantidades que no se habían pagado.
Mientras más tierras poseyeran o más ricas fueran sus tierras, más se cobraba de impuestos, y los hombres de La Corte eran quienes, de todos, poseían más tierras o las mejores.
Aunque algunos habían sugerido dar tierras a Hefestión, el rey se había negado alegando que ahora era quiliarca, de manera que todas las tierras, después de Alejandro, eran suyas, y si bien los hombres creían que querría algo para él, Hefestión no mostró interés por poseer algo propio y se limitó a aceptar que sus cosas fueran primero de su amante: en aquél momento de las juntas era el único, además del rey, que no tenía problemas con las cuestiones de dinero. Y Alejandro quería comenzar cobrando los impuestos.
—Los impuestos y los préstamos dan pie a venganzas —comentó Hefestión.
Desde Susa, Bagoas estaba al tanto de que la enemistad se había acrecentado entre Eumenes y Hefestión, por un lado, porque el secretario desaprobaba la relación entre el rey y el quiliarca, por otro, porque el rubio era quiliarca y eso lo había exasperado por el evidente favoritismo, pero que Alejandro lo convirtiera en Príncipe Imperial había sido el colmo, puesto que ahora Hefestión podía ordenarle y el rubio se mostraba gustoso de ordenarle con su típico tono altivo de gran señor.
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El Amante del Sol de Macedonia
أدب تاريخيA sus pies se levantó un imperio. Nunca perdió una batalla. Fue uno de los mejores alumnos de Aristóteles. Se crió en la nobleza. Su fama se extendió por toda Gracia, Persia y hasta la India. Los historiadores creen que fue asesinado y otros que mur...