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Tras las cotidianas ofrendas y unos juegos en honor a los dioses para que les bendijeran la campaña, el ejército marchó toda la jornada hasta que cayó la noche cálida y templada de la primavera. La tierra se hizo pastosa a causa del deshielo, y pronto dejaron detrás de ellos los vapores que emergían sobre del Indo y la indicación de que se buscara a Nearco para que desmontara la flota y la llevara hasta ahí.

Unos pocos pájaros mohínos piaron hasta que el redondo y rojo sol se hundió lentamente en las oscuridades occidentales; luego siguió un silencio pródigo.

Desde que habían cruzado el Indo, todos tenían la impresión de que habían llegado a un país que en poco se diferenciaba de un mito y que aquello que contaban los poemas de esas tierras podía ser verdadero. Terminaron el día cuando llegaron a un arroyo que descendía serpenteando desde una loma y lo siguieron corriente arriba mientras hubo luz, ya era de noche cuando se detuvieron para acampar. Las márgenes repletas de plantas reverdecidas de las colinas se alzaban ahora contra un oscuro cielo nocturno, y había tantos sonidos extraños de animales exóticos que aquella noche montaron guardia en grupos enteros de diez soldados por secciones, y Bagoas pasó largo rato mirando el paisaje que hasta a él le parecía mágico. Había una luna creciente y su claridad fresca se extendió sobre el campo.

A la mañana siguiente se pusieron en marcha poco antes de la salida del sol, mientras aún había una escarcha en el aire y el cielo era de un pálido color azul que contrastaba contra el brillante verdor de las plantas. Los hombres se sentían renovados: se notaba que el más emocionado de aquél viaje era Hefestión el cual, aunque no sonreía todo el tiempo, cerraba los ojos para disfrutar el momento.

Cuando detenían la marcha para descasar un poco, Hefestión abrazaba a su amado en un silencio agradecido que todos interpretaban a placer; era el favorito del rey, su amigo tanto como su amado, un hermano, y cualquier mínimo gesto de ambos podía significarlo todo y ser visto como si nada.

A poco más de un año de su boda con la bactriana, el rey parecía haberse resignado a que aquella mujer le diera un hijo y ya casi no la visitaba desde el invierno pasado, Roxana culpaba a Hefestión por acaparar todo de Alejandro, sin embargo, el rey la buscó antes de emprender la marcha y le dijo con gran cariño que si no podía darle un hijo aun así la quería y la llevaría consigo hasta el fin del mundo. Ahora bien, en la marcha a Taxila, la esposa de Alejandro fue algo apenas más que una compañía a la cual el rey visitó un par veces y sólo para invitar a Roxana y a Bagoas a disfrutaran de la noche, y cuando Roxana se animó a salir y fue ella misma en busca de su esposo, éste se alegró mucho de verla, pero él estaba dando un paseo con Hefestión por el campamento, de tal modo que con una caricia en los cabellos la incitó a seguir caminando y él continuó con su paseo al lado de su amante.

***

El ejército entró en Taxila a la puesta de sol, el rey abría la marcha y a su lado cabalgaba Hefestión, a quien Alejandro le dedicó un discreto apretón de manos como diciéndole, "He aquí la India."

Al momento siguiente, una caravana de cientos de hombres y mujeres les dieron la bienvenida repitiendo el nombre de "Al'Iskander".

Fueron guiados hasta el castillo de Taxiles que robó el aliento de todos, porque estaba bañado en oro y ante la puerta había dos enormes estatuas de un par de elefantes en poses casi humanas.

Pero entrar al palacio fue más maravilloso que verlo por afuera. El patio principal era tan enorme que el ejército entero entrar con ellos a pesar de que en él ya había gente adentro que se aprestó a saludarle postrándose a los pies del rey griego. Un hombre y una mujer vestidos con ropas coloridas y velos encima, llevaron a Alejandro y a Hefestión hasta una mesa de descomunal tamaño donde se encontraba Taxiles en compañía de cuarenta hombres de aire poderoso. Taxiles besó a ambos hombres a la usanza persa y los acercó a la mesa presentándoles a los príncipes y reyes y señores de ciudadelas aledañas y unidas a Taxiles por cientos de años, los cuales estaban ahí para prestar también honor al rey heleno: Taxiles era un hombre flaco y con argollas que perforaban su piel.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora