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A los pies del Hindu Kush se encontraba el Balkh, un valle entre dos ríos. Se habían detenido tan sólo para dividir el ejército por la mitad, y Alejandro se quedó como mano derecha a Crátero y Hefestión tuvo como primer general a Pérdicas.

Con Hefestión y Pérdicas irían la mitad de los macedonios y todos los mercenarios griegos, y la ruta que tomarían sería por el paso Shibar, con la orden de instalar guarniciones a lo largo del camino y encontrarse más tarde con los hombres de Alejandro en el valle de Kabul-Jalalabad.

Desde allí subirían el Hindu Kush por el paso Khyber e irían suprimiendo a las tribus que encontraran en el camino.

Pérdicas no podía saber si Alejandro estaba tratando de mantener separados a su esposa y a Hefestión o en verdad creía que era mejor idea que la mitad del ejército fuera por el camino principal y la otra mitad utilizara el paso que Hefestión y sus hombres habían abierto a los pies de las montañas medio año atrás.

Acampaban esa noche allí y emprendían la marcha separada al día siguiente, lo que significaba, por lógica, que los hombres del quiliarca emprenderían el camino al ritmo de él, en pocas palabras, se marcharían con las primeras luces del alba, mientras que la otra mitad del ejército habría de esperar al mediodía a que el rey despertara. Entre tanto el ambiente era como si todo aquello fuera un día de práctica en un entrenamiento militar.

Las carpas y las fogatas y los soldados en ronda, mostraron pronto una marcada diferencia, aunque aún estaban gradualmente juntos se notaba qué hombres servían aquella misma noche a Hefestión y quiénes a Alejandro.

Kassandros estaba de pie vigilando (como hipparchikos de Hefestión) que los caballos estuvieran preparados para el día siguiente, mientras que Pikke organizaba la nueva tienda y las cosas que llevarían para el quiliarca, puesto que ahora le correspondía una carpa un poco más grande y llevaría la mitad del Tesoro y su propio tesorero, secretario, guardias, etcétera. La mayor diferencia entre rey y quiliarca ahora radicaba en que Alejandro se quedaría con el harem, mientras que Hefestión viajaría sin carga.

Esa noche, mientras los amigos y camaradas se despedían entre sí o se felicitaban por haber quedado unidos, mientras los amantes se despedían o se formaban nuevas parejas, Alejandro estaba sentado en el trono, fuera de su tienda, al lado de Hefestión quien estaba sentado en el otro trono, afuera de su propia tienda que había sido levantada al lado de la del rey y enfrente del harem. La esposa de Alejandro estaba molesta, no miraba a su marido y caminaba como leona por todo el campamento seguida de su escolta haciendo que los soldados se apartaran de su paso. Alejandro no parecía preocupado del mal carácter de la mujer y se limitaba a cerrar los ojos, mientras que Hefestión no podía evitar verla de cuando en cuando y mirar un segundo o dos el cardenal en la boca que el rey le había causado antes de salir de la Alejandría del Cáucaso.

El día en que partieron, Hefestión había ido por la mujer y la descubrió con la boca hinchada y un cardenal, entonces la reina le gritó y lo culpó del golpe, aunque, como lo hizo en persa, el quiliarca no atinó a saber qué había ocurrido, pero entendió Miesposo cada vez que la mujer le clavaba un dedo y luego se tocaba la herida. Y cuando Hefestión le preguntó a su amigo lo ocurrido, mientras cabalgaban, el hombre se limitó a contestarle que había ido a hablar con ella después de la celebración, pero como él no hablaba persa y la reina sólo entendía lo que le convenía del griego, fue el único modo de hacerla entender.

De eso hacía cuatro días. Eso explicaba que la mujer estuviera terriblemente enojada, como solía estarlo Olimpia con Filipo, pero su rencor se enfocaba en Hefestión, no en el rey. Desde entonces la reina había mandado a decir a su esposo que no pretendía estar con él mientras estuviera con Hefestión y cumplía su amenaza cada vez de más mal humor. Para suerte de la mujer, al día siguiente el quiliarca partiría por su cuenta y no volverían a encontrarse sino hasta cinco semanas después. Hefestión apartó su mirada de Roxana, volvió la cabeza hacia Alejandro y lo contempló ahí sentado con una sonrisa de satisfacción en los labios.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora