Sardes era la capital de Lidia. Ahí comenzaba el camino real que conducía a Susa. Mitrídates, señor y regente de aquellas tierras, había sido directo con las personas explicándoles lo ocurrido durante la batalla y lo peligroso que resultaba pelear contra "el demonio."
La gente sintió temor cuando a lo lejos, desde las altas torres, los vigilantes vieron acercarse al ejército macedonio y corrieron a informarle a su señor quien, pidiendo la calma, les prometió que todo estaría bien. Se asomó y comprobó que el ejército marchaba hacia a ellos. Mitrídates se mantuvo de pie frente a la puerta y mandó llamar con él a los ministros para que le acompañaran a hablar primero con Alejandro; cuando estuvieron con él, fueron ellos personalmente ante el ejército griego.
Alejandro miró acercarse a dieciséis caballos con hombres bien vestidos. El rey ordenó que se detuvieran todos y esperó tranquilo a que les alcanzaran los viajeros que habían salido de la ciudad a su encuentro. Aquello daba a Alejandro un momento de respiro. No había salido un ejército, los que se acercaban eran hombres nobles,de manera que supuso que se trataba de un recibimiento. Cuando los hombres llegaron, bajaron de sus caballos y fueron hasta Alejandro con pequeños cofres de oro y sonrisas en los labios mientras el gobernador, en un griego un tanto atorado, le decía:
-Bienvenido a tu nueva ciudad, Rey Alejandro, Sardes te recibe con los brazos abiertos.
Alejandro reconoció al general, pero también vio en él una sincera calma. El rey griego le regresó la sonrisa y bajó de Bucéfalo, que pareció ser a quien se le entregaban los homenajes, pues las olisqueó y sacudió orgulloso la cabeza.
El joven rey cogió los cofres y sin miramientos entregó uno a cada uno de sus amigos más cercanos, él no necesitaba el oro, con la ciudad se daba por satisfecho. La tarde descendía y daba paso a la oscuridad de la noche. Al final, no había tenido que luchar contra Sardes para quedarse con ella y eso le agradaba bastante; Mitrídates le explicó que era el gobernador y le entregaba la ciudad de manera pacífica para que ninguna de su gente muriera.
-No quiero que corra sangre tampoco -dijo Alejandro y le estrechó la mano.
Ahora acompañados de Mitrídates y su gente, entraron a la ciudad que les dio la bienvenida con aplausos y arrojándoles algunos pétalos de las flores de temporada.
Una vez en el centro de la plaza, Alejandro los miró a todos y sabiendo que la mayoría de ellos todavía eran griegos en sangre y en cultura, hablando la lengua helénica, el rey les dijo levantando las manos que Sardes era ahora libre de los persas y regresaba a ser griega y él, su nuevo rey, les aseguró que aquél gobernador y aquellos hombres que por no ver derramada la sangre de los pobladores había entregado la tierra en señal de buena fe, seguirían siendo los regentes, así que podían sentirse gustosos.
Todos prorrumpieron en gritos de agradecimiento. Mitrídates los llevó al palacio.
Pasaron enfrente de un templo persa, que el gobernador le explicó al rey, era del dios Ahuramazda, pero la estatua que veía en la entrada, la mirara por donde la mirara, era la imagen de Zeus Olímpico, de manera que terminó por comprender que los dioses eran sólo uno y el dios persa al que llamaban Ahuramazda era el mismo al que los griegos llamaban Zeus.
Iría a darle ofrenda al otro día, se prometió, había ganado la batalla en el Gránico y por fin habían abandonado las costas para adentrarse en Persia, de manera que tenía mucho que agradecerle a Zeus.
-Quiero mantener las leyes originales de Lidia -comentó Alejandro mientras se sentaba a la mesa del comedor junto con sus hombres más cercanos, mientras los soldados levantaban el campamento a las afueras de la ciudad. Mitrídates pensó que se trataba de un chiquillo muy astuto. Con aquellas leyes ancestrales del gobierno de los sátrapas exigía el pago de un tributo, lo que aseguraría dinero, alimentos, lana, o cosas por el estilo, para el ejército griego. El único cambio que discutió Alejandro durante la cena, era que quería quitar del poder a los terratenientes persas, él estaba ahí para quedarse con el poder aqueménida, pero tampoco puso terratenientes de Lidia y se limitó a dejar en su lugar a no menos de cien soldados griegos para que lo representaran, todos al mando de uno de los viejos comandantes de nombre Asandro. Por el momento, las preocupaciones del rey eran de carácter militar.
ESTÁS LEYENDO
El Amante del Sol de Macedonia
Historical FictionA sus pies se levantó un imperio. Nunca perdió una batalla. Fue uno de los mejores alumnos de Aristóteles. Se crió en la nobleza. Su fama se extendió por toda Gracia, Persia y hasta la India. Los historiadores creen que fue asesinado y otros que mur...