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Hefestión se quedó impresionado durante el recorrido por la ciudad de Susa, se sintió especialmente atraído por la calle de escribanía que se había levantado entre pequeñas mansiones, el palacio era un edificio con grandes ventanas, con paredes con azulejos y pocos muebles elegantes y que en invierno los tapices eran cambiados por pieles, los pasillos eran breves y poco altos, mientras que el dormitorio principal, el del rey, era simplemente extraordinario, un poco más grande que el secundario que era, por costumbre persa, para la primera reina y sus damas de compañía. Ante el castillo se expandía una pequeña ciudad llena de mansiones y castillos y hasta las casas menos impresionantes tenían decoraciones dignas de reyes.

-Apenas se enteró Darío de que veníamos, se marchó de aquí...

-No parece querer seguir luchando.

Salieron del edificio principal del palacio y siguieron andando.

Bagoas, quien caminaba detrás de Alejandro con la mirada perdida, comentó:

-Debe sentirse solo. La reina Estatira lo extraña. La tristeza la está matando.

Llegaron a la torre principal.

-De algún modo entiendo a la reina y compadezco a Darío -suspiró Alejandro.

Creía fielmente que la diferencia entre un rey y un tirano no era por las personas que lo amaban, sino por el amor que era capaz de profesar a las personas. El que él tuviera alguien a quién amar le producía un sentimiento cálido, sobre todo porque sabía que esa persona jamás le permitiría convertirse en un tirano y lo arrastraría de vuelta a la realidad cuando fuera necesario.

-Tres años y has hecho buena parte de Persia tuya y Egipto se te ha entregado -dijo Hefestión como si aquello tuviera que ver con eso-, incluso si no atrapas a Darío, el mundo terminará siendo tuyo.

Hefestión se detuvo y miró el cielo con nubes que se movían rápido. Alejandro, que había seguido caminando y fue alertado por Bagoas, regresó sobre de sus pasos al lado de su amigo y rodeándolo con los brazos por la cintura, miró el cielo tratando de adivinar sus pensamientos.

En el abrazo, Alejandro sintió un trozo de papiro que Hefestión había guardado en las cómodas bolsas internas que los persas incluían en las capas, y de pronto su pensamiento retornó a los problemas en Grecia.

-Antípatro hace lo que puede -dijo.

-No es suficiente. Atenas se está manteniendo al margen, incluso mantienen al margen a Demóstenes, como lo prometieron, y se mantendrán aún más controlados en cuanto les lleguen los tesoros que Jerjes les quitó a los atenienses y que tú les has mandado de regreso, se sentirán honrados. Pero no es suficiente.

Alejandro asintió. En Grecia había habido rebeliones de Tracia que Antípatro había sabido controlar con negociaciones, el problema fue el Peloponeso, Esparta, que habían enfrentado a macedonia derrotándolos de manera inminente.

-Antípatro se encargará.

-¿Qué harás con los refuerzos que te ha enviado?

-Reorganizar el ejército, licenciar a algunos soldados y premiar a todos por las victorias pasadas, aprovechando que tenemos ahora el botín de Susa que es de cincuenta mil talentos de plata... -En realidad, desde que habían llegado a Susa, sólo más de tres horas atrás, Alejandro no paraba de moverse y aquél era una especie de respiro para todos.

-Prometiste a todos una fiesta y mujeres.

Su mirada reveló inquietud y a Bagoas le conmovió ver que alguien fuera capaz de mostrarse tan empático con Alejandro.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora