II. DIVINO ALEJANDRO

1.2K 151 74
                                    

1

Abrió los ojos y vio que Hefestión ya se levantaba. Sentía deseos de trasladarse al lugar caliente que había dejado en la cama y acurrucarse de nuevo entre las cobijas, pero permaneció donde estaba. Hefestión salió del dormitorio aun vistiéndose.

Alejandro se quedó recostado otro rato, disfrutando de la modorra que le causaba el calor del sol y el aroma de Hefestión en la otra almohada. El tiempo se le había ido volando, casi sentía como si hubiera durado sólo una primavera y para la siguiente fecha él ya estaba cumpliendo los trece años y Hefestión era un año mayor. Ahora Eumenes y Kassandros se habían convertido en efebos, en soldados novatos al servicio de Filipo. Alejandro no pudo permanecer mucho tiempo acostado, había planeado y esperado aquél día desde hacía un par de meses.

Para todos los demás, aquél era un día corriente, por lo menos sin mayor importancia a no ser porque Leónidas les había anunciado el día anterior que por fin comenzarían los entrenamientos con espadas. Primero habían sido los palos, al año siguiente las espadas sin filo, pero ahora las hojas estarían afiladas y eso daba un poco de emoción a sus rutinarias vidas estudiantiles.

Aunque había sol, el tiempo era frío. Leonato se había tumbado a mitad del patio, mientras Pérdicas jugaba a pelear con espadas de madera contra Filotas. Sólo era una hora, por lo general, lo que permanecían despiertos todos hasta la hora del desayuno, pero a muchachos como Lisímaco y Hefestión que eran de buen apetito les llegaba a parecer una eternidad. El primero en ver a Alejandro salir del palacio fue Hefestión.

Ambos amigos se abrazaron.

-Me desperté desde que saliste de la cama -dijo Alejandro con calma-, traté de dormir un poco más, pero tu ausencia se nota demasiado -le sonrió.

Los demás intercambiaron mirada y sonrisas divertidas. Aún por encima de lo mucho que les entretenía a todos hablar de aquellos dos y bromear fingiendo ser uno u otro en medio de alguna escena burdamente romántica, sin duda alguna, lo que más los divertía era que los dos jóvenes jamás parecían darse por aludidos. Tampoco buscaban molestarlos, por supuesto, sólo querían entretenerse usándolos de cotilla.

En esos momentos salió Seleuco cargando un canasto con panes que le había dado de manera discreta la hija de la cocinera. Los bollos estaban enfriándose en el cesto.

-La mitad de uno para cada quien -les advirtió.

Él mismo cogió uno, lo partió a la mitad y le entregó el otro trozo a Nearco. Leonato hizo lo mismo y entregó su otra mitad a Alejandro.

-Si me quedan fuerzas, y brazos, después del entrenamiento con las espadas, quizá pueda conseguir queso con especias antes de la cena -les dijo Seleuco.

-Te juro por Zeus que si te quedas esta mañana sin brazos yo mismo te los zurzo, amigo mío -bromeó Pérdicas.

-Gracias, hermano -respondió Seleuco en el mismo tono.

Hefestión cogió su propio pan, lo partió en dos y se volvió hacia Pérdicas, que tomó el pan y le dedicó una mirada complacida, la cual regresó Hefestión sacándole un sonrojo al joven de quince años.

-¡Te has comido mi parte! -gritó Lisímaco de pronto.

Filotas se había metido un bollo entero a la boca, el último que quedaba. Lisímaco le dejó ir un golpe completo contra la cara que hizo tambalearse al mayor, pero éste contestó la agresión con otro golpe. Antes de que aquello pudiera ser considerado propiamente una pelea, Seleuco distinguió a Leónidas comenzando a salir del castillo para llamarlos a desayunar, y si se daba cuenta de que estaban peleando y nadie los detenía los castigaría a todos con doble hora de ejercicio y sin desayuno, de modo que dio la alerta y al momento siguiente Nearco cogió a Filotas, atenazándolo con fuerza y arrastrándolo lejos de ahí mientras Pérdicas pasaba su brazo por el cuello de Lisímaco para que no se moviera.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora