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Espitámenes y Datafernes, sátrapas de Sogdiana y Bactriana desde mucho antes de que Darío III se volviera el Rey de Reyes, caminaban de un lado al otro con singular resignación, ignorando al general persa que permanecía en pie con los ojos fijos en la arena.

Bessus tenía cincuenta y seis años. Con su arrugado cuello que sobresalía de la armadura y la manera que tenía de volver la cabeza de derecha a izquierda, tenía aspecto de tortuga. De joven había sido como un toro embravecido, ahora la fuerza física de Bessus a pesar de los años y su valor en el combate aún imponían al enemigo. Conocía la guerra demasiado de cerca como para amarla, más no le temía. No se vanagloriaba ni se guardaba sus opiniones, por ello era que Espitámenes y Datafernes lo habían seguido cuando anunció que pelearía contra el rey Alejandro III de Macedonia.

-Los hombres comienzan a encolerizarse por el hambre -dijo Espitámenes-. Voy a verme obligado a mandar a matar a los que empiecen a pelear entre sí por comida en lugar de pelear contra el enemigo, cosa que no me gusta en absoluto porque nos quedaremos sin soldados y no somos muchos.

Su único consuelo en esos momentos era saber que los griegos lo estaban pasando peor que ellos. Sabían que se habían dirigido hacia el río Oxus a través del desierto, un mal viaje por tierras sin aguas y un implacable calor.

El ejército heleno debía haber sufrido a causa de la sed y el calor mientras se extendían en una fila interminable de hombres agobiados. También sabían que al llegar al río como planeara Bessus, los hombres habían bebido de modo incontrolado y eso había producido un gran número de muertes, luego habían tardado nueve días enteros en poder cruzar el río, pues era una tarea ardua si no se contaba con barcas y Bessus había quemado todas las que había disponibles.

-¡Ah!, no sé cómo han hecho, pero los griegos han cruzado el río y no tardarán en encontrarnos, y si peleamos morimos descuartizados y si escapamos morimos de hambre -suspiró Datafernes-. Tuvimos que habernos detenido antes y acampado en cualquier lugar lejos de este cenagal.

-Bessus fue quien insistió en que siguiéramos adelante -espetó Espitámenes.

-Conseguí matar a un gran número de sus soldados con esta marcha -soltó Bessus-, algo se me ocurrirá para bajar todavía más su número de griegos y aumentar nuestros soldados... Recuerden que ahora soy Artajerjes V, el nuevo Rey de Reyes. Estoy planeando un modo de poder asaltarlos, aprovecharemos que vienen cansados y nosotros hemos estado descansando aquí por nueve días.

Espitámenes y Datafernes rodaron los ojos sin decir nada al respecto; ellos mismos se sentían cansados de todo aquello, después de todo, Alejandro perseguía la cabeza de Bessus, no de todos los otros hombres, y no era un secreto que había acogido y recompensado a un desertor procedente de aquél campamento.

Como sátrapas de Bactriana y Sogdiana, aquellos dos hombres tenían mucho que perder en comparación del Rey del Aire, puesto que su reinado había sido prácticamente conquistado por completo por Alejandro.

-Me he enfrentado a los helenos varias veces, sé cómo pelean y cómo detenerlos -seguía diciendo Bessus.

-Este ejército sólo sirve para estar huyendo -bufó Datafernes-, esta vez tendrá que hacerse como se arreglan las cosas por estas tierras.

Un rey anterior a él genial pero avasallador, una mujer problemática, embajadores hostiles, vasallos revoltosos, una tempestad primaveral que amenazaba con llevarse todo cuanto le quedaba... ¿Cómo podían tener oportunidad contra el rey macedonio que había nacido entre grandes alabanzas, hijo de un dios, con un padre que le había enseñado el arte de la conquista y que él mismo había matado, con fieles seguidores y un visir tan demoniaco como él mismo y un Tesoro repleto de oro y vasallos bien entrenados y un invierno que no lo había detenido en el Hindu Kush, y una primavera que lo recibía con una tempestad que calmaría su calor y su agotamiento en el desierto?

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora