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Paso de Khyber. Los huracanes, las granizadas y las torrenciales lluvias parecieron ser enviadas por los dioses persas para aplacar la ira de Alejandro y la sed de venganza de Bagoas, para hacerlos desistir de la marcha, pero no dieron resultado.

-Bien, majestad -le dijo una mañana Bagoas al rey-, el señor Bessos ha elegido una buena estancia para protegerse de usted, me temo, pues desde Aracosia no queda más camino para llegar a la ciudad de Bactria a no ser por el Hindu Kush o dando un rodeo a la montaña que tardaría tres semanas en recorrerlo y aún desde ahí habrá de andar más de cinco días para encontrar Peukelaotis, la primera aldea Bactriana, y para entonces Bessos sabrá que no va usted en buenos términos y huirá de nuevo.

-¿Entonces lo más fácil es andar por encima del Hindu Kush o andar a los pies de las montañas? -preguntó Alejandro recostado en su camastro esperando a que la tormenta concluyera su furor indolente. Bagoas movió su cabeza y sus bellos cabellos oscuros se agitaron parsimoniosamente.

-Las tribus del Hindu Kush son salvajes, no dudo que usted pueda vencerlas, pero puede que el rumor de las batallas llegue a oídos de Bessos y éste escape -respondió el eunuco.

Alejandro asintió. Dirigiéndose igualmente al eunuco, pero mirando siempre a Hefestión, continuó diciendo el rey:

-Entonces, hermoso, la ruta que nos queda es pasar a los pies de las montañas del Hindu Kush. ¿No es así?

Bagoas negó de nuevo con la cabeza.

-La zona baja de las montañas no tiene camino, está llena de hierbas y animales salvajes, los hombres en caravanas de seis o siete hombres lo hacen, pero un ejército tan grande como el suyo tardará meses en cruzarla. Como dije, el señor Bessos eligió bien el lugar dónde refugiarse.

Alejandro suspiró con la mirada intensa, hablaba con Bagoas, miraba a Hefestión y la tensión se concentraba entre los tres haciendo de algún modo que pareciera que estaban solos y no en medio de una junta con todos los altos generales.

-Dame cuatro mil hombres -soltó Hefestión-, y dame cuatro días de ventaja. El paso de Khyber nos lleva hasta Peukelaotis, pero hace división primero hacia el Hindu Kush.

-Te doy cuatro mil hombres y cuatro días de ventaja, tómales, pero sabes que te llevas también el resto de mi ser, así que cuídate -asintió Alejandro.

Estaban acampando a menos de diez kilómetros de la separación entre el Camino Real y el Hindu Kush. Afuera diluviaba, pero adentro de la tienda real todo estaba seco y los viejos generales, demasiado ancianos para ofrecerse a dar su ayuda, se limitaron a asentir la propuesta del más joven y la aceptación del rey. Pérdicas hizo ademán de querer levantarse para ofrecerse a ayudar a Hefestión en su marcha abriendo paso a los pies del Hindu Kush, pero Hefestión negó con la cabeza antes de que se moviera en señal de que pretendía ir sólo con los soldados que había solicitado, acaso temeroso de que algo le pasara y dejara a su amigo sin alguien en quien él confiara.

Alejandro se sintió apenas turbado, confiaba en su amigo y en la voluntad de los dioses.

-Partiré mañana por la mañana -dijo Hefestión.

-Cuatro mil hombres que supongo serán tu tropa, tus hetairoi y tu caballería pesada, los hombres a los que has estado dirigiendo desde hace meses, ¿o no? -sonrió Alejandro.

Un elogio importante, pensó Bagoas, puesto que era como presentarlo ante los otros viejos generales como diciendo que Hefestión aún le era útil sobre la marcha, siempre prestaba ayuda y manejaba cuatro mil soldados él solo, aunque en tropas separadas, aquél hombre era el más importante del rey y por eso le confiaba que fuera abriéndole el camino.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora