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Alejandro se encontraba admirando un gran perro de caza que era, pese a su tamaño, todavía una cría, y el cual acababa de hacérsele llegar acompañado de una breve nota:


Señor, joven príncipe Alejandro: En muestra de agradecimiento por habernos permitido conservar la casa y la casta en la nueva Alejandrópolis, la familia principal le da en regalo al nuevo integrante de los perros cazadores del clan. Los padres del perro vienen de una casta de cazadores casi tan antigua como la ciudad misma. Le pedimos, pues, que lo reciba como muestra de devoción y humildad de nuestra parte,

Los Señores de Alejandrópolis.


Tolomeo, el sirviente principal, entró al gran recinto y anunció la visita del general Atalo que estaba ahí, decía, para hablar con el príncipe.

—Deja que entre —asintió Alejandro reclinándose en su kline.

Atalo entró al salón y se sorprendió al encontrar al príncipe como si fuera ya soberano y a Hefestión con él, silencioso y recostado en otro kline dando la apariencia de haberse dormido, y si se sabía que estaba despierto era sólo porque cuando el perro corría hacia él, sin abrir los ojos jugaba jalándole las orejas.

En la sala ardía un fuego en el rincón.

El príncipe invitó a Atalo a sentarse.

Ante una pequeña mesa de centro, Atalo –un general poco activo en guerras y dispuesto en mucho en asuntos políticos de interés para Filipo– tomó asiento y miró un momento más a Hefestión, pidiéndole al muchacho que se quedaran a solas para hablar con libertad. Alejandro movió ligeramente la cabeza y le dijo que hablara sin reparo.

Con meteórica carrera, Atalo se había ganado un buen lugar entre las filas de Filipo, aunque Hefestión se mostraba receloso con él. Poseía el título de coadjutor, lo que lo colocaba por encima de Amíntor, pero Amíntor tenía tanto dinero como buena reputación en toda Grecia y no necesitaba de los favores de Filipo para vivir bien. 

Atalo le pidió al príncipe que comprendiera al viejo rey y fuera agradecido por todo cuanto Filipo le había dado y a cambio el rey estaría de acuerdo en darle una recompensa digan de su victoria. Alejandro contestó que no dejaría de pelear para Filipo, comprendía que ahora lo necesitaba por todo cuanto debía de hacer por culpa de Demóstenes, pero no se disculparía por haberle recalcado lo lento que lo hacía todo desde hacía unos años atrás. Atalo se puso en pie como un padre que escucha a su hijo no ser humilde y Alejandro se incorporó dispuesto a defenderse de una afrenta, pero contrarrestando a ambos, Hefestión se levantó lentamente y fue con paso tranquilo al lado de su migo para abrazarlo.

—Dile a mi padre que no necesito recompensa alguna, bastantes soldados he traído conmigo y suficientes regalos de ciudades aliadas me han llegado —dijo entonces Alejandro.

Atalo abrió la boca como para discutir, pero Alejandro y Hefestión le mandaron miradas, de fuego y de hielo, que claramente decían: No insistas o me enojaré. Qué mal había hecho Filipo al juntarlos, se dijo Atalo, pero él se lo había advertido y, sin embargo, el rey había insistido en hacer a su hijo amigo del hijo de su querido Amíntor.

A raíz de sus pocas victorias y nulas derrotas, Alejandro se había vuelto un personaje importante en Macedonia muy rápido y muy pronto, y como capa que le adorna o corona de honor, Hefestión siempre le estaba acompañando convirtiéndose de este modo en un chico fácilmente reconocible por todas partes.

Atalo detestaba a Hefestión sobre de cualquier personaje en Pella, ya por su origen de Atenas, por su sangre noble, por su título de escudero de Alejandro sin ser nadie importante como soldado, por ser capaz de pavonearse como amante, por su política hostil enseñada por su padre, por ser hijo de Amíntor, por ser bien educado, porque nadie parecía tener nada que reprocharle, porque era tan inteligente como guapo, pero sobre todo, era porque besándole los pies a Alejandro poco tiempo, se había convertido en el "erómeno" de un joven que despuntaba para derrocar a su padre, mientras que él había pasado sirviendo a Filipo con lisonjas por muchos años y ahora resultaba que si no hacía algo, habría servido a un rey asesinado y terminaría siendo un donnadie.

El Amante del Sol de MacedoniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora