Capítulo 13

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AHORA





Tic... Toc... Tic... Toc...- Ya van trescientas veces de tic's y trescientas toc's. La única diversión en esta sala se lo llevaron las enfermeras, un juego de ajedrez y las damas. Y ni siquiera se jugarlos.

Pasaron una semanas desde mi ataque de... Aun no sé cómo llamarlo. Me trasladaron a un dormitorio compartido. Una niña de cinco años es mi compañera de clínica, Luli. Ya nos conocíamos, fue la primera niña que vi aquí.

Mi primera impresión de ella fue algo como, ¿Qué tendrá esa pobre nena para estar aquí?

Hace unos días no veo a la doctora Morguet, necesitaba hablar con ella. La última sesión no me fue muy bien. Y no hablo en la cual fantaseé a mi amigo.

Soy un mazo de cartas que cayó al suelo y nadie se tomó el tiempo de ordenar. Todo lo que intento explicar carece de sentido. Es como un laberinto sin salida.

Mi rutina aquí es siempre la misma. Me despierto, saludo a Luli, voy al baño con los pies desnudos, saludo a las enfermeras que me retan por no llevar mi tarjeta de paciente, me dan comida que no como, me baño, y me duermo. Es como circulo sin fin. A veces me pregunto cuando llegué a esto.

Ya son las 15:04 de la tarde, llevan cuatro minutos de retraso con respecto a la comida. No planeo ingerirla, pero pierdo tiempo, ¿Cuándo se supone que contaré los tic's y toc's del reloj?

Luli  se encuentra con una pelota. Nunca se cansa de ella, hasta le puso nombre Evan. Si, irónico. ¿No?

Cuando nos conocimos le fue muy difícil el interactuar conmigo. Pasaron unas semanas hasta que tuve ese ataque y me preguntó cómo estaba. Realmente fue un paso muy importante para ella, los enfermeros me dijeron que fui la única persona con la que ella hablo por voluntad propia. Eso significó mucho. Con el tiempo nos hicimos más cercanas, le conté medianamente por qué estoy aquí.  Hoy en día es como mi hermanita. Hay ciertas cosas que omití porque, el que este aquí no saca el hecho de que es una niña, no quiero traumarla; en cuanto su madre le trajo ese juguete para que no se aburra, con una lapicera escribió el nombre de mi amigo.

"Así nunca te abandonará" Fue lo que dijo cuándo me mostró el balón escrito. Incluso dijo que podía jugar con ella. Sé que le es complicado ya que padece de Antropofobia. O sea, miedo a las personas.   El hecho de que haya escuchado mi historia realmente me conmovió y toco mi corazón.

Mi vida súper divertida comienza a decaer, hasta que veo a la doctora en la puerta. Mi supervisor dijo que lo más conveniente era darme tiempo para que me "explayara con los hechos"...

Se acerca lento pero su mirada nunca cambia, la dulzura no se desprende de ella, que envidia. — Molly... ¿Cómo estás?

¿Se refiere a si estoy bien? ¿O si no tuve ganas esta vez de tirarme por una ventana?

Esta mujer realmente permite abrirme, siento que no hay barreras u obstáculos que me impidan contarle la verdad, mí verdad. Sin embargo, eso no evita que ponga en duda lo que digo. — No lo sé. – Confieso. No tuve ganas de tirarme por ningún lado, pero cada vez que hablo del tema siento escalofríos, y siento que toda la gente que se vio involucrada me está observando. Como si verificaran que lo que digo sea verdad.

La doctora saca su libreta y una lapicera con plumas. Supongo que volveremos como a las mismas sesiones anteriores. No olvidemos que esto es un caso aun abierto. Cualquier cosa que diga puede distorsionarse o usarse en mi contra. —  ¿Quieres seguir contándome lo ocurrió en nuestra última visita?

Estoy muy paranoica, mi cerebro convierte una flor en un florero en una cámara encubierta, un espejo espía, esos donde de un lado se ve como un espejo común y corriente y del otro lado hay cincuenta tipos observándote.

El miedo y la inseguridad se apoderan de mí cuerpo se congela. Prefiero quedarme callada.

No dejo de mirarla, se ve desilusionada. Aunque veo en sus ojos que no planea rendirse ante mí. — Molly...- Dice poniendo sus manos sobre las mías. — Necesito saber,  ¿Qué pasó cuando Evan cayó del puente?

Mi cabeza que se encuentra mirando al suelo, sube hasta encontrar su rostro. Mis ojos se cristalizan y lágrimas pasean por mi rostro.

Me merezco esto y mucho más. La culpa fue mía. Ya no importa quién me esté escuchando, Evan merece tener la verdad, lo que el no pudo ver, oír, o sentir ahora será dicho sin importar nada.

Si desde el cielo él me está escuchando espero que Dios le de las fuerzas para que me perdone.

Evan. |En Edición|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora