Capítulo 31.

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"Bienvenidos a la ciudad de Los Angeles, California"

Tengo unas ganas inmensas de llorar por todo lo que esta pasando, pero he decidido que no le mostrare mi felicidad a Richard. No le puedo dar ese poder sobre mi, porque a partir de ahora soy yo contra todo.

Isabella se quedo dormida durante el largo vuelo, ver a mi pequeña en mis brazos me ha dado fuerzas.

Me pregunto ¿Qué estará haciendo James en este momento? Me encantaría poder estar a su lado, pero tome esta decisión y solo espero que Richard cumpla su parte porque ni Lucy ni yo soportaríamos ver a James en una cárcel.

Llegamos a una hermosa casa a las afuera de la ciudad, no es que tenga ganas de empezar esta gran mentira pero por lo menos el lugar es de mi agrado. Roger me ayuda con las maletas ya que Richard tiene que resolver algunos asuntos, y eso es para mi un gran alivio. No me entrego mi teléfono y espero que me lo regrese pronto.

Una mujer se presento como Amanda y es la encargada de la casa, fue muy amable y me ayudo con la ropa. En lo que llevo en esta casa no hay nada que pueda usar para llamar a mis padres o alguien más. No hay computadores, televisores o teléfonos. Ahora mismo me siento prisionera.

Isabella y yo estamos en el jardín, mi pequeña esta jugando mientras yo no puedo de parar de pensar.

– Sophie! – me llama Richard.

Giro para verle pero no le hago caso, quiero que entienda que estoy aquí con él sobre mi voluntad.

– Te estoy llamando ¿Estas sorda? – dice enojado.

– ¿Qué quieres? – su ceño se frunce aún más.

– Tenemos que hablar – sentencia –. ¡Amanda! – grita.

Dios como voy a soportar esta mierda, sus gritos.

– Dígame señor – dice Amanda agitada.

– Cuida a la bebé – ordena –. Necesito hablar con Sophie y no quiero interrupciones – ella asiente.

Se acerca hasta nosotras y ofrece sus manos a Isabella, mi hija es un amor completo y se inclina hacia Amanda para que la tome en brazos. Me mira con complicidad para luego soltar una risa, esta tan ajena a lo que está pasando.

Siento que alguien tira de mi brazo y comienza a doler, la mano firme de Richard me arrastra hasta dentro de la casa.

– Richard suéltame – le suplico –. Me lastimas.

– Tu no haces las cosas fáciles – dice antes de soltarme.

Le sigo sin decir nada, lo último que quiero es que este hombre se comporte violentamente y no tanto por mi sino por mi hija. Entramos a lo que supongo es su oficina e inmediatamente se sirve un trago.

– Toma – saca de su bolsillo mi celular.

– Gracias – niega.

– Cada llamada que entre o salga yo las voy a escuchar – dice firme –. Al igual que cualquier mensaje, y te recuerdo que a las únicas personas con las que puedes tener contacto son tus padres y tu amiguita.

– ¿Y qué se supone qué les diga? ¿Qué estoy contigo? – pregunto.

– No, no puedes decir que estás conmigo – toma de su vaso –. Di que te ofrecieron un trabajo aquí.

– Es decir que podre trabajar – el ríe.

– Claro que no – se acerca a mi –. Tu no saldrás de esta casa.

Sin Miedos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora