"Mi boca hablaba sabiduría,
El pensamiento de mi corazón inteligencia.
Inclinaré al proverbio mi oído;
Declararé con el arpa mi enemiga".
Salmo 49-3-4.
Repasé cada capítulo de mi vida en busca de algún momento donde el dolor fuera más grande que el de esta vez; pero no encontré nada comparado, ni siquiera parecido. Éste dolor era mucho, y su único objetivo despiadado, era aniquilarme por dentro. Era como el punto final de una nota, la última página de un libro, el desenlace de una serie de televisión, o la 'z' del abecedario. Pero mi definición personal sería más parecido al fin del mundo. ¿Qué si tenía miedo?. Una definición más certera sería pánico.
Cuando le entregas tu vida a la persona que más amas en la tierra, ¿qué te queda?. El amor desmesurado que le tenia me subía por las venas y me quedaba la piel intensamente y sin piedad. Sin embargo, el dolor no quería quedarse atrás y se burlaba escabulléndose por cada parte de mi cuerpo, arrastrándome en un mar de recuerdos. Era desgarrador, espantoso, enloquecedor. Porque después de entregarle tu vida a la persona que más amas, te conviertes en el fantasma escondido detrás de una sonrisa.
