Capítulo 27-T2

2.3K 203 11
                                    

Les regalé una sonrisa, la mejor que pude sacar y luego bajé la cabeza. Ambas retiraron sus caricias y guardaron silencio; volví mi vista a la ventanilla, estaba ya tan lejos de mi casa pero tan cerca de él.
Aunque no sabía si él ya se encontraba allí, porque lo más seguro es que estuviera ayudando al novio, igual que Joel.... ¡Joel!. Joel ya debería de haberlo visto, debería de hacerle saber de mí; pero... ¿y si Christopher no quiere saber?. Me encogí en el asiento grisáceo del auto ante la idea.
-¡Llegamos!-exclamó Yasmira, la preciosa madre de Andrea.
Posé mi atención en el lugar, era hermoso. Andrea y Lola bajaron emocionadas y como si el tiempo las correteara; yo me detuve para observar aquel bello jardín que sería la escenografía para la boda. Era competamente hermoso.
El verdor vigoroso del césped resplandecía con los delicados rayos tardíos del sol; había cinco hileras de sillas blancas a cada lado de una bellísima alfombra blanca que daba camino al altar, que estaba adornado con un montón de rosas blancas y guías; el borde del pasillo era adornado con flores blancas, de las cuales colgaban rosas amarillas que pendían como guirnaldas.
Del otro extremo de dónde la ceremonia iba tomar lugar, había mesas redondas con manteles blancos que lucían centros de mesa hechos con calas, lilas y gardenias, todo en color blanco y velas a su alrededor. Y cerca de ese lugar, el sol resplandecía pintando rieles en el agua de un tranquilo y azul lago que se encontraba a lado.
Me maravillé ante la belleza del lugar, Andrea se merecía una boda tan bonita como esta.
-¡_______! ¿Qué estás haciendo allí parada? ¡Vamos!-me insistió Lola mientras me asomaba por una de las enormes carpas blancas que se situaban en el extremo inferior del lugar.
Caminé hasta allí, llevando el vestido aún doblado sobre mi brazo y me introduje.
-Tenemos que darnos prisa, porque tú y yo somos las que vamos a ayudar a Andrea-me dijo mi amiga de peculiares ojos verdes.
-¿Dónde está?-pregunté, notando la ausencia de la novia.
-En la otra carpa, la maquillan y la peinan, así que tenemos tiempo para arreglarnos-me pasó una plancha para el cabello que ya se encontraba conectada a una corriente de luz de energía hidráulica, mientras que ella se alisaba el cabello con otra.
Dejé el vestido en una silla y cepillé mi cabello enmarañado, por fin seco. Luego desilcé la plancha sobre el hasta dejarlo totalmente plano. Miré el reloj mientras lo hacía, iban a ser las tres de la tarde. Cuatro horas más, sólo cuatro horas para volver a ver su rostro.
-¿Estás nerviosa?-me preguntó Lola, repentinamente atenta a mis acciones.
-¿Eh?-musité.
-Sabes a qué me refiero-me dijo.
-Sí-susurré.
-Sí, ¿qué cosa?-inquirió, confundida-¿Sí estás nerviosa?, ó ¿sí sabes a lo que me refiero?.
-Las dos cosas-seguí trabajando con mi cabello.
-¿Por qué a lo primero?-específicó.
-Lola, ¿y si ya no me quiere de verdad?. Es decir, quizá cuando terminamos y me dijo que ya no me quería era mentira; pero ¿ahora?.
-Christopher te sigue queriendo. De eso estoy segura.
-¿Cómo lo sabes?.
-_______, el sol no se tapa con un dedo. ¿Crees tú qué el amor que Christopher te tuvo, así de grande e inmenso, se haya extinguido de la noche a la mañana?-me dijo, como si fuera obvia la respuesta; pero yo aún dudaba.
No dije nada, sino que me concentré de nuevo en mi cabello y Lola, al ver mi silencio, hizo lo mismo.
Mis pensamientos divagaron de nuevo entre las nubes de mi cabeza y de nuevo miré el caminar de las manecillas del reloj; había esperado más de un mes la agonía por tenerle de nuevo a mi lado, podía esperar unas cuantas horas más, solamente unas horas. El sólo pensarlo me producía una capa gélida en las manos y el corazón me latía a punto de estallar. Espera un poco, sólo un poco. Le dije. Recordé el otro año, el otoño pasado; Christopher había llegado a mi vida en una forma muy particular, diferente, por que era lo que necesitaba. Pero ahora que ya no estaba, mi subconsciente se esforzaba cada noche por proyectarlo, por devolverlo aunque sea a mis sueños; pero jamás pude. Ahora lo iba a ver de nuevo y no estaba dispuesta a dejarlo escapar otra vez.
El tiempo corrió, las manecillas del reloj caminaron hasta marcar las cinco con cuarenta de la tarde, el sol se preparaba para comenzar su camino hacía el atardecer. La hora en la que sería la boda.
-¡Se ven hermosas, chicas!-dijo Andrea al mirarnos.
-Gracias, pero aquí se trata de que la más hermosa seas tú-musitó Lola.
Andrea lucía verdaderamente hermosa, su cabello castaño era una especie de rizos unidos en la parte de atrás, que caían sobre su espalda desnuda aún; su maquillaje era una obra de arte en su bello rostro moreno claro y sus ojos color miel resplandecían llenos de alegría.
-_______, ayúdame-me pidió Lola, que batallaba con el pavoroso vestido blanco de la novia.
Andrea esperaba en ropa interior a que le ayudáramos a colocarse el vestido y Lola esperaba a que yo me apresurara a hacerlo.
Con cuidado de no mover ni un pelo en el peinado de Andrea, logramos colocarle el vestido y comenzamos a acomodarlo en el cuerpo de ella. Eso nos llevó unos cuarenta minutos, puesto que el reloj marcaba las seis con treinta. ¡Sólo treintena minutos más!. Gritó una vocecilla en mi cabeza, eufórica.
Lola y yo nos alejamos para ver el resultado final. Andrea parecía no una novia, sino un ángel.
-Waw, Andrea, pareces... un ángel-musité, maravillada de la belleza y encanto que desprendía mi amiga.
-Estás bellísima-concordó Lola.
-¿Ustedes creen?-inquirió, dándose vuelta para mirarse en el largo espejo que tenía a sus espaldas.
-Por supuesto-dijimos al unisón.
El vestido resplandecía con todos esos perladas diamantes que se encontraban en el corsé y algunos esparcidos en el amplio faldón de seda. Estaba revestido de un satín hermoso que se acomodaba en diferentes hondas desde la cintura hasta el inferior, y al borde de la cola del vestido, estaba adornado con las mismas figuras perladas del corsé. Y todo se acomodaba perfecto al cuerpo delgado y bien formando de Andrea.
-¡Cielos!. Estoy nerviosa-dijo ella, mordiéndose el labio inferior.
Sus palabras le dieron un impulso a mi corazón, que comenzó a latir desesperado.
-¡El ramo!-exclamó Lola, agitando los brazos y corrió hacía una de las mesitas en las que descansaba aquel bello conjunto de flores perfumadas. Se lo entregó a Andrea y luego volvimos a examinarla. Era de verdad un ángel.
El aroma de la combinación de flores llegó hasta mi nariz; rosas, gardenias y lilas.
-Ahora sí, estás completa-dijo Lola.
-No, aún me falta el novio-bromeó, nerviosa.
La miré una vez más. Andrea caminaría por aquel pasillo sobre la alfombra blanca hacía el altar, en donde se uniría lo que le restara de vida a un hombre maravilloso que la amaba con cada célula de su cuerpo. Oía el tic tac del reloj estallar en mis oídos, y también la velocidad con la que mi corazón latía, como un colibrí batiendo las alas.
Conforme los segundos transcurrían, la ansiedad inundaba mi estómago; sabía que él ya se encontraba allí, en alguna de las otras carpas, ayudando a su hermano. El pensamiento hizo eco en mi corazón haciéndolo latir. Quería salir, ir a buscarlo; pero no podía, mis pies se habían quedado clavados al césped que en ese momento pisaba.
-Quincé minutos, chicas-Yasmira entró y miró a su hija-Andrea, estás preciosa-sus ojos comenzaron a empañarse y se acercó a ella-Parece como si hubiera sido ayer que a penas eras una niña de tres años... y ahora, ya estás preparada para ir al altar.
-Mamá-dijo ella-No vas a ponerte sentimental ahora, ¿verdad?-bromeó y extendió sus brazos hacía su madre.
-Quizá, pero dale gracias a Dios de que no como tu padre seguro se pondrá en cualquier momento-y Yasmira se acercó a recibir su abrazo. Ambas rieron.
Tic tac, tic tac, tic tac... se oía en mi cabeza, sólo quince minutos, le dije a mi corazón. Escuchaba el murmullo de voces de las personas, ya estaban llegando. Ahora me parecía que el tiempo transcurría más lentamente; como si el movimiento de las manecillas del reloj se arrastraran con pereza sobre los números, a la orden de cualquier desequilibrio para regresar en sentido contrario. El pulso me atronaba detrás de los oídos y podía contar cada uno aún cuando me ensordecieran. Me quedé inmóvil, haciendo la cuenta en el silencio de mi mente... trescientos treinta y seis segundos después, oí el chasquido de los dedos de Lola delante de mi cara.
-_______, despierta. Tenemos menos de diez minutos para hacer los últimos retoques.
¡Diez minutos!. Gritó mi corazón.
Miré a Andrea que me observaba una y otra vez en el espejo; un perfil, luego el otro y enseguida de nuevo el perfil anterior.
-Luces hermosa-musité y me acerqué, le acomodé el tocado de la cabeza. Para así colocarle el velo.
Lola se ocupó en maniobrar con el faldón del vestido, que lucía amplio y deslumbrante.
Cuando terminamos, miramos a la novia. Despampanante.
-Chicas, son las mejores-nos dijo y sus ojos miel desprendían un brillo especial.
Inmediatamente Lola y yo la acorralamos en un cuidadoso abrazo.
-No puedo creer que vayas a casarte-musitó Lola.
-Yo tampoco-concordó y luego rió.
-Te quiero, Andrea-murmuré con el hilo de voz que apenas y me salía.
-Y yo a ti, _______. A las dos-dijo ella.
Nos quedamos abrazadas por un momento, haciendo un bulto frente al espejo.
-Chicas, la hora ha llegado-avisó Yasmira, radiando emoción y luego volvió a irse para tomar su lugar.
Las tres nos separamos y luego nos miramos. Lola le dio el ramo a Andrea y luego le sonrió.
-Listo-musitó.
Luego me miró a mí y me dirigió un asentamiento de cabeza, indicándome que era nuestro turno primero. Hora de salir ya. Tomé un ramo más pequeño entre mis frías manos y Lola hizo lo mismo.
La melodía llegó hasta mis oídos, la Marcha Nupcial de Mendelsohn. ¡La hora llegó!. El corazón comenzó a palpitarme tan desbocadamente que pida oírlo perfectamente. El vestido comenzó a asfixiarme, de pronto lo sentí muy apretado y el aire comenzaba a faltarme. Lola caminó y me miró ordenándome hacer lo mismo para salir de aquella carpa; pero mis pies permanecían tiesos e inmóviles en el césped. Era una locura, parecía como si yo fuera a casarme.
De pronto recordé todo; el tiempo había transcurrido lento y burlándose de mí, mientras que yo deseaba volver a verle el rostro; y ahora, la hora había llegado. Mis pies se movieron impulsados por aquel par de ojos soñadores que tanto deseaba volver a mirar. Y entonces salimos de aquella carpa, abriéndole paso a Andrea; la luz naranja del cielo me iluminó la cara y todos se giraron a mirarnos, todos. Pero mi vista se posó al final del pasillo, buscándolo. Mis pies comenzaron a temblar debajo del largo vestido dorado, pero a la vez tomaron nueva fuerza; el corazón casi me explotaba de los escandalosos latidos que golpeaban contra mi pecho. Allí, justo allí, aquel par de ojos soñadores me miraban.
El corazón, con un nuevo latido lleno de vida, batía impetuoso contra mis costillas; como si estuviera a punto de salírseme del pecho. La vista se me nubló mientras que mis pies aún seguían caminando en dirección al pasillo, pasando desapercibidos a los demás; pero aún así lo alcanzaba a distinguir. Estaba diferente. Tenía puesto un elegante traje negro con un moño dorado atado al cuello, sus manos descansaban delante de su cuerpo; pero su cabello, sus hermosos cabellos desordenados que antes bailoteaban rítmicamente con el aire, ahora habían desaparecido; estaba corto, no tano, pero sí más corto que antes y lo llevaba peinado. Pero lo que importaba, es que era mi Christopher.
Mis pies, adornados con los tacones dorados, sintieron lo mullido de lo que ahora pisaba, la alfombra. Y luego, casi con vida propia, quisieron correr hacía él. El pasillo se me hacía infinitamente largo, ¿o yo caminaban muy despacio?.
Me miraba a mí. De entre todos los rostros que había a los lados y los de Lola y Andrea junto al mío, a mí era a quien dirigía su atención; su bello rostro estaba vacío de alguna emoción, indiferente, así lucía; pero yo debía tener la esperanza de un naufragio que aún cuando no ve tierra, agita los brazos.
Segundos después, que para mí y mi corazón fueron eternos, llegamos hasta adelante, entonces Christopher apartó su mirada de mí para mirar a Andrea, y luego sonrió al ver como la novia tomaba del brazo a su hermano. Zabdiel, que lucía un esmoquin negro, tan elegante como el que Joel y Christopher usaban. Su sonrisa removió un montón de mariposas de colores que aparecieron repentinamente dentro de mi estómago. Lola y yo nos hicimos a un lado y dejamos a la bella pareja al centro.
La vista de Christopher se posó de nuevo en mí y el corazón me latió desbocado, estaba casi segura que todos en el lugar podían oírlo. Me miraba con esos ojos resplandecientes de luz, pero su rostro seguía vacío, sin expresión. Intenté sonreírle, pero estaba tan conmocionada que lo único que dejé escapar fue un resuello desesperado.
-Estamos reunidos hoy en esta tarde, en un hermoso día, para unir a esta bella pareja...-comenzó el ministro.
Mi vista se apartó de Christopher, cohibida porque la culpa había comenzado a florecer de nuevo y miré el cielo. Un bello atardecer se pintaba allí, naranja, morado y amarillo eran sus colores protagonistas. Un maravilloso atardecer.
-...Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estarán sujetas a sus propios maridos, como el señor; porque el marido es la cabeza de la mujer, así como Cristo es la cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo y él es su Salvador.
"Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo están con sus maridos en todo".
"Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a su iglesia, y se entregó a sí mismo por ella. Así que también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer a sí mismo se ama".
"Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne".
La voz del ministro era un murmullo que apenas captaban mis oídos, toda mi atención estaba centrada en un solo punto, un único rostro, una sola alma... Christopher.
Deseaba decirle tantas y me preguntaba si él podía ver la agonía y ansiedad en mis ojos que lo miraban sin querer perderlo de vista, como si pensara que al parpadear su silueta se desdibujara o simplemente él desaparecería; como la última vez.
De pronto, mi atención volvió a posarse en los novios, Zabdiel comenzaba con sus votos.
-Yo, Zabdiel de Jesús Vélez, te quiero a ti, Andrea Carolina Olivares, como esposa. Y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida-mientras le ponía un hermoso anillo en su dedo corazón.
-Yo, Andrea Carilina Olivares, te quiero a ti, Zabdiel de Jesús Vélez, como esposo. Y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida-Andrea hizo la misma acción con el anillo, deslizándolo por el dedo de Zabdiel.
La bendición había resonado en el aire; y ahora Zabdiel y Andrea eran marido y mujer, un solo cuerpo. Zabdiel descubrió el bello rostro de Andrea, levantando el velo y luego besó sus labios con el amor que se le notaba, le tenía a ella.
El sol se había ocultado, el crepúsculo yacía en el cielo pintado; mientras que los rostros joviales de todos los presentes hacían que sus manos aplaudieran vigorosamente. Jenny, Leonardo, Yasmira, Jesús, Joel, Lola, Erick, Raquel, y muchas personas que no conocía estaban felices.
Miré a Christopher de nuevo, necesitaba hablar con él, antes de que decidiera desaparecer.
La ceremonia terminó, y la gente se apretujo a la multitud, justo entre la distancia que Christopher y yo compartíamos.
Comencé a empujar a las personas, desesparada y temorosa de que Christopher ya se hubiera ido. El delirio de perderlo una vez más me embargaba con fuerza y le daba fuerza a mis extremidades para luchar contra la multitud, apartándola de mi camino. Necesitaba encontrar a Christopher.
Llegué hasta el otro lado, Christopher no estaba. Mis pies flaquearon. ¡No, no, no!. La voz en mi cabeza apareció, histérica. La esperanza cayó y se enterró en la tierra. ¿Dónde estaba él?. Sentí las lágrimas al borde de salir a barbotones, no pude haberlo perdido de nuevo. No.
Pero entonces lo vi, estaba parado al lado del lago aventado piedritas hacía el agua, haciéndola vibrar. Mi corazón reaccionó un segundo después y latió de nuevo. Los pies se impulsaron con fuerza a pesar de que me temblaban descontrolados. Y me dirigí hasta él.
Las voces de la gente llegaban hasta ese lugar como un murmullo lejano; allí, a sólo un metro, permanecía de espaldas mi amado. El pulso me atronaba los oídos, la sangre corría velozmente por mis venas. No podía explicar las emociones que mi cuerpo en ese momento experimentaba.
-Christopher...-susurré y entonces se giró para mirarme.
Aquellos ojos que tanto añoraba por volver a ver, me reflejaban ahora y los latidos de mi corazón se dispararon desmesurados. Quizá él podía escuchar perfectamente su palpitar.
No sabía cómo empezar, qué decirle; todo me hacía sentir tonta y culpable. Pero anhelaba volver a escuchar aquella voz que se había convertido en mi melodía, en mi canción de cuna muchas noches.
-Christopher...-tartamudeé-No puedes irte de nuevo-no me sorprendió el temblor de mi voz, que apenas y se escuchaba.
Pero entonces su mirada cambió y ese brillo que ahora desprendían me deslumbró, sus ojos ya no eran duros e indiferentes, ahora eran... tiernos. O al menos así me lo parecían.
-¿Qué dices?-y entonces su melodiosa voz volvió a transitar por mis oídos.
-No puedes irte de aquí, sólo concédeme ese favor-me sentía tonta al pedirle yo algo-Quiero que de nuevo, a donde quiera que yo voltee, allí estés tú-me acerqué un poco más, y su perfume vagó por mi nariz-No te vayas, por favor; no me dejes así, sola, sin sentir nada que no sea el agobiante vacío que me dejó tu partida.
-_______...-mi nombre en sus labios era diferente a cuando los demás lo pronunciaban, él hacía que mi nombre se escuchara mejor, más bello, como si fuese acariciando con su voz.
-Ayúdame por favor-no dejé que terminara, antes quería hacerle saber todo lo que yo sentía, que no le quedaran dudas, luego él tomaría la decisión-Ayúdame a encontrar las palabras de nuevo para hacer poesía, teniendo tu imagen en el pensamiento. He sufrido desde el día en que me di cuenta de que ya no estabas. Por favor...-mi voz se quebró-Por favor no te vayas. No me puedes quitar lo que todo este tiempo me estuvo deteniendo, lo que me sostuvo de pie, lo que me daba fuerza para seguir... tu presencia, saber que existes-las lágrimas no soportaron más estar ocultas y cayeron despiadadas sobre mi rostro.
-¿Me amas?-cuando me lo preguntó, lo noté más cerca. Sus brazos estaban extendidos, cautelosos, como si quisiera sostenerme porque en cualquier momento me desplomaría sobre el césped.

Las alas de mi Ángel >Christopher Vélez y Tú< (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora