Capítulo 25

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Solté la libreta como si de pronto estuviera llena de espinas, dejando que se estampara en el piso de madera. ¿Bryant? ¿Christopher Bryant? ¡Eso era lo que me quería decir Joel anoche! ¡Lo que quería contarme hoy! ¡Estaba delante de mí todo el tiempo!.
Salí corriendo, justo como lo había estado deseando todo el día. Nadie notó mi escena, ni que corrí quizá casi ciento y tantos metros en dirección opuesta a donde se habían ido Joel y Lola.
Ahora todo encajaba a la perfección, era como si las piezas de un rompecabezas estuvieran desordenadas y hubiesen sido unidas. Mi cabeza empezó a obtener respuestas de preguntas que ni siquiera había formulado. Me había estado preparando para esto, desde dos meses antes de conocerlo a él en persona, ya me había enamorado del tipo de mis sueños y no lo podía aceptar, ya me había enamorado de Christopher incluso antes de conocerlo, por que sencillamente, él era Bryant. Desde que la casa de enfrente se deshabitó empecé a soñar con Bryant, dos meses después ellos vinieron, y cuando lo conocí, desapareció de mis sueños, ya no era cosa de mi inconsciente, ya era una realidad.
Las lágrimas salieron disparadas de mis ojos al darme cuenta de otra cosa, en aquel rompecabezas que ya se había formado, faltaba una pieza, justo en el centro, la principal... Christopher. Era todo más confuso que antes a pesar de que la mayoría de mis preguntas habían sido respondidas; Christopher se diferenciaban mucho de Bryant en una sola cosa. En la que más me dolía y más me importaba. Christopher no me quería ni siquiera como una amiga, mientras que Bryant parecía adorarme completamente.
Las lágrimas se atropellaban unas con otras sobre mi mejilla, incluso al salir de mis ojos. Miré al cielo nublado, con los ojos rojos e hinchados de llorar, con las mejillas empapadas de mi propio llanto. No podía reclamarle a Dios una cosa de la que él no ha sido culpable, sin embargo, si podía rogarle que me ayudara.
Me sentí mareada de pronto, como si hubiera estado dando miles de vueltas en una silla de oficina. Bajé la cabeza y miré de nuevo en una dirección al frente para eliminar el mareo.
Empecé a caminar de nuevo, con las piernas temblorosas, con el paso receloso, torpe. No tenía noción del tiempo, sin embargo el cielo me decía que anochecía y me gritaba que una tormenta se avecinaba; pero no me inmuté en lo más mínimo. Seguí caminando, sabía que me había perdido y sólo la malez espesa de aquel bosque me vigilaba; sabía también que estaba muy lejos de donde debería estar, pero todo el bosque me parecía igual de verde que desde el principio, ninguna diferencia; pero a decir verdad, mis sentidos habían renunciado a trabajar, así que cualquier desigualdad que hubiera no la notaba.
Obscurecía cada vez más, ni siquiera me preguntaba si me estaban buscando; seguro lo estaban haciendo, pero a una gran parte de mí ya lo le importaba. Recorría metros de maleza adentrándome más en el obscuro bosque como si quisiera escapar de aquel sentimiento abrumador que llevaba dentro, pero ese era el problema: lo llevaba dentro y lamentablemente, no podía escapar.
La llovizna empezó a caer, pero ni siquiera me importó, caminaba como espíritu ambulante entre los árboles, empecé a sentir frío, cansancio, y un dolor en la parte inferior de mi pie derecho. Me dolía. Había corrido tanto y tan descaradamente sin considerar el hecho de que mi tobillo apenas había sanado de su hinchazón, una noche había sido suficiente para que curara, y un día para que volviera a doler. Me dejé caer rendida; ante el dolor, el frío, el agotamiento, y el absurdo sentimiento que me embargaba.
De pronto, oí que me llamaban. Alguien gritaba mi nombre. Una voz tan angelical y melodiosa como la de mis sueños. Una voz con un sonido tan agradable a pesar de que la maleza luchaba por sofocarla entre la humedad. Mi corazón pareció vivo de nuevo. Me giré para mirar sobre mi hombro, temblando allí en la tierra húmeda. Y entonces lo vi.
Cerré los ojos de nuevo, agobiada ante la fatiga; había estado caminando por horas sin un rumbo fijo y con el estómago vacío desde las diez de la mañana. Simplemente perdí la conciencia antes de que él llegara hasta mí.
La lluvia caída sobre alguna parte de mi cuerpo, aún sentía frío y debilidad suficiente como para no pronunciar palabra. Lo único que pude hacer fue abrir sólo un poco los ojos, Christopher me cargaba de nuevo como un bebé y escondía él mismo mi rostro contra su duro pecho para evitar que la lluvia me golpeara la cara. Iba caminando a prisa, veloz, con urgencia, conmigo en brazos. Me sentía calida, con menos frío.
Comencé a abrir los ojos lentamente. ¿Dónde estaba? ¿Ya en mi cabaña?. No, sin duda era una cabaña, pero no la mía. Esta era más pequeña y desolada, y el frío se introducía liviano entre las uniones de las ventanas, aunque estuviesen cerradas. Me encontraba recostada en una cama, un poco descuidada pero era confortable.
Poco a poco comencé a recobrar cada uno de los sentidos, pero aún estaba confundida. Miré hacía una de las ventanas, y vi a Christopher mirar a través de ella la lluvia que caía y golpeaba en el vidrio. Se veía tan perfecto allí, parado mirando las gotas de lluvia caer que creí que era una ilusión, una jugarreta de mi volátil mente; parpadeé un par de veces para asegurarme. Sin embargo era real, y estaba allí. Aunque no sabía ni cómo ni porqué.
Cerré los ojos una vez más, aún cansada y segundos después oí como los pasos de Christopher se dirigían hasta mí. Sentí como se acomodó en la cama, sentado justo a mi lado; la cálida piel de sus dedos me acariciaba la mejilla mientras mi corazón palpitaba desbocado. Quitó con gran sutileza un mechón de cabello que se encontraba desparpajado sobre mi rostro.
-¿Te confieso algo?-susurró con un matiz de candidez por no saber qué me encontraba despierta-Eres el suspiro que vaga libremente por el aire, cual frágil mariposa difícil de atrapar, incluso eres más inalcanzable que las estrellas, a las que les pido cada noche que me concedan estar contigo; eres el hermoso silencio que dejó un eco aturdidor dentro de mí; eres la eternidad a la que desearía estar condenado-soltó una frágil risita acompañado de un delicado resuello-Abrirte mi corazón de este modo es más sencillo si estás dormida-volvió a acariciarme desde la cien hasta la mejilla haciendo que el revoloteo de mariposas en mi estómago y el desbordante latido de mi corazón se intensificara más-No tienes idea de cuán difícil es luchar por no encontrarte; desviarme del camino; hacerme el fuerte para no pararme detrás de mi ventana para sólo verte salir por la puerta; tratar de ignorarte es casi imposible. Pero la verdad es que soy un cobarde; temía enamorarme de ti-dijo y mi corazón paró en ese instante, colapsado-Y a pesar de todos mis enormes esfuerzos... no logré evitarlo-suspiró-La verdad es que no había un solo día, en que no pensara en ti; por mucho que yo me lo prohibiera, no pude controlarlo. No te imaginas la tristeza que me embargaba y que me pedía a gritos resignación. Me lo prohibí, me lo negué, quise evitarlo... y al final de cuentas... resulté ser el único corazón enamorado.

Las alas de mi Ángel >Christopher Vélez y Tú< (TERMINADA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora