Mis pies pararon y las lágrimas cayeron por mis mejillas cuando el recuerdo vino a mi memoria. Dolía. Y sentía la daga retorcerse clavada en mi pecho mientras que el vacío se expandía por cada extremidad de mi cuerpo. Mis pies, adquirieron vida propia, y se movieron hasta llegar a sentir la arena bajo la suela del zapato. Entonces caí rendida ante la inmensidad del mar que tenía delante de mí, simplemente ya no podía más.
Abracé mis piernas con mis brazos y me hice un ovillo de hilo sobre la arena, queriéndome hacer pequeña, diminuta, desaparecer del mundo.
Escuchaba el reventar de las olas en la orilla y el graznido de las gaviotas volando sobre el mar. Escondí mi cara entre mis rodillas y me dejé abrumar por el ambiente, deseando que al abrir mis ojos de nuevo y descubrir mi cara, aquella atmósfera me haya transportado a un lugar mejor, donde no pudiera sentir dolor ni ganas de derramar lágrimas, a un lugar en donde él... se encontrara.
El viento húmedo despeinaba mis cabellos y la brisa me acariciaba la piel erizándomela de vez en cuando. Pensaba en la oportunidad que me quedaba, la única y la última. Christopher tenía que regresar a mi vida o yo ya no la viviría.
No sé cuánto tiempo transcurrió, cuando alcé mi rostro me encontré con un cielo oscuro, lleno de estrellas, y el sonido de las olas era más fuerte. Había despertado de un letargo del que no me había percatado. Ya no había gente en la playa, ni gaviotas volando sobre el mar; sólo la inmensidad de las aguas delante de mí y el reflejo de la luna sobre ellas.
Hurgué entre mi bolsillo de mi chaqueta y localicé mi celular. Eran las dos de la mañana con nueve minutos. Había estado por horas allí, hecha un ovillo sobre la arena deseando que Christopher volviese antes. Quise sentir mis piernas, pero estás, entumecidas, se quedaron en pasmo, incapaces de moverse.
-Maldición-mascullé y esperé un rato a que el hormigueo molesto desapareciera.
Cuando éste se hubo desvanecido, me levanté y me sacudí los granos de la arena que habían quedado pegados a mi ropa y la piel se me erizó de inmediato debido a la corriente gélida. Luego de un rato, y después de haberle regalado una mirada nostálgica al mar, comencé a caminar de nuevo hacía mi casa. A mi refugio, que ahora ya no era tan fuerte como antes.
El tiempo pasa incluso aunque parezca imposible, incluso a pesar de que cada movimiento de la manecilla del reloj duela como el latido de la sangre debajo de un moretón. El tiempo transcurre de forma desigual, con saltos extraños y treguas insoportables, pero pasa. Incluso para mí.
Cerré con fuerza el libro, molesta y a la vez entristecida. Qué ironía. Aquellos libros que me encantaba tanto leer ahora me entristecían. ¿Por qué el maldito drama no se quedaba en sus páginas? ¿Por qué se había transformado en realidad?. Aunque me identificaba con Bella, estaba segura de que lo que yo sentía no era nada comparado a lo que ella describía; lo mío era más intenso, más doloroso; sin contar claro, que lo mío sí era real.
La bocina de la camioneta de Zabdiel llegó desde la calle hasta mis oídos. Él ya me esperaba afuera. Alcé el libro entre mis manos asegurándome de que aquel papel que yo guardaba como tesoro no se hubiese extraviado, pero no, allí estaba, en la página 103, justo en donde la había dejado. Guardé el libro entre los demás y bajé las escaleras. Abajo, en la sala, me topé con Erick.
-¿Seguro que no vas?-le pregunté.
Era raro que Erick no se mezclara con mis acciones cuando en ellas estaba incluida Raquel.
-Seguro. Yo espero aquí-musitó y luego me sonrió.
-Como quieras-murmuré y salí al encuentro con Zabdiel.
Él y Andrea me habían comentado que querían contratar a una cantante para la boda y me acordé de que Raquel tenía una voz hermosa, además de saber tocar a la perfección el violín y la guitarra. Y seguro ella lo haría encantada, sin paga. Ahora Zabdiel y yo nos dirigíamos a la casa de ella para pedirle el favor, y para de una vez dejarle la invitación, las cuales comenzamos a repartir Andrea y yo hace un par de días.
-Hola-me sonrió cuando subí a la camioneta.
-Hola.
-Gracias por venir. Yo no sé dónde vive ella.
-No hay de qué. Además, yo soy la dama de honor, mi deber es ayudarlos, ¿no?-bromeé carente de alegría.
-Bueno, tu deber es ayudar a la novia; pero gracias por ayudar al novio. Uno de los padrinos está ocupado ahora-sonrió.
-¿Qué está haciendo Joel?-pregunté, curiosa.
-Fue a visitar a sus primos, creí que él te lo había mencionado.
-Oh sí, seguro lo olvidé-dije.
Luego de unos minutos llegamos a la casa de Raquel, una bella casa de dos pisos pintada de color verde olivo, con el umbral bordeado de blanco y el porche ancho.
-Allí es-señalé la hermosa casa.
Zabdiel estacionó la camioneta en la entrada y ambos bajamos al mismo tiempo.
-¿Crees que quiera?-me preguntó, nervioso.
-Por supuesto, ama cantar y le gusta ser amable. Seguro acepta-lo tranquilicé.
Caminamos por el sendero entre el jardín frontal y llegamos hasta la puerta, timbré una vez y la armonía sonó al otro lado, retumbando en cada pared de la casa. Por los cristales de la puerta pude ver la figura de Raquel salir de una habitación dirigiéndose hacia la puerta para abrirnos.
-_______, hola-me dijo mi amiga.
-Hola, Raquel, ¿cómo estás?-pregunté con media sonrisa en mi labio.
-Bien-me sonrió.
-Ammm... él es Zabdiel, ya lo conoces-señalé al hombre que tenía a mi lado.
-Sí, claro. Zabdiel, el hermano de Christopher-dijo ella.
Oír su nombre era un golpe a mi corazón que lo hacía sentir vivo, por que dolía; y al menos así me percataba de que en el vacío abismal que sentía dentro aún se encontraba mi corazón.
-Emmm... sí-musitó Zabdiel, pendiente de mi reacción.
-Bueno-intenté enfocarme en el asunto, ignorando el movimiento de agujas que sentía clavadas en el pecho-Sabes que pronto contraerá matrimonio con Andrea y venimos a traerte la invitación-saqué el blanco grande sobre qué guardaba en el morral que llevaba colgado a través de mi cuerpo.
-Oh, gracias, chicos-tomó el sobre, entusiasmada.
Zabdiel me pegó un codazo.
-Ah, y...-musité-Queremos pedirte un favor.
Ella me miró.
-Claro, lo que quieran.
-Queremos que... cantes en la boda-dijo Zabdiel.
-¿Cantar? ¿En tu boda?-preguntó ella, repentinamente sorprendida. Seguro era algo que no se esperaba.
-Pero yo no can...
-No digas que no cantas bien-la interrumpí-Porque te he escuchado y tienes una hermosa voz.
-Creo que sería genial tenerte allí, además de cómo una invitada-me completó Zabdiel.
-¿En serio?-se entusiasmo..
-Pero claro. ¿Aceptas entonces?-pregunté.
-Sería un honor-coincidió.
Ahora ya teníamos casi todo listo; Zabdiel y Joel se habían encargado de la comida, la renta de los muebles y del lugar, ya que la boda iba a ser en un bello jardín situado al sur de la ciudad. Además que Andrea, Lola y yo, nos ocupábamos de los vestidos de dama, del de la novia, la persona del maquillaje, el tocado, los arreglos florales, los manteles, la decoración, etc. Tenía que admitir que todo esto era un tanto incómodo para mí pero sin Lola no lo hubiera logrado hacer todo. Le debía a ella la mayor parte del trabajo.
Teníamos el tiempo muy bien acomodando, sólo faltaban unos días para la boda; una semana para ser exactos, pero a mí lo que me tenía nerviosa no era la boda como a todos los demás; sino que lo que me mantenía con los nervios de punta, las manos sudorosas y la cabeza dando vueltas, era lo mismo que me mantenía el corazón vivo. Volver a ver a Christopher.