Capítulo Tres

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Termino de cepillarme el cabello y salgo de mi habitación con el cepillo aún en la mano y un vestido turquesa puesto

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Termino de cepillarme el cabello y salgo de mi habitación con el cepillo aún en la mano y un vestido turquesa puesto. Formal como mi madre dice que debo vestir siempre.

Bajando me encuentro con mis padres en la sala charlando con un apuesto hombre, que también viste de traje y quien de alguna manera me resulta bastante conocido. El extraño clava sus grandes ojos azules en los míos y al percatarse de mi presencia, interrumpe la conversación.

—¡¿Por qué estás descalza y con el cabello tan mojado?! —mi madre se altera tan pronto me ve.

—Solo quería...

—Madison, regresa a tu habitación. Estamos a mitad de algo importante —ordena mi padre de inmediato— ¿Es algo urgente, querida? —Su repentina manera de llamarme me deja sin palabras tanto como a mi madre.

—No —titubeo cuando noto que esperan a que me vaya—, no era nada.

De vuelta en mi recámara, saco la inmensa cantidad de hojas que me entregó Levy en la escuela y me siento a leerlas hasta que minutos después Sarah se une a mi terrible aburrimiento.

—¿Qué haces? —indaga cerrando la puerta detrás de ella. La miro esperando alguna explicación cuando le pone el seguro, pero en lugar de responder solo me fuerza una sonrisa.

—Yo... leo los argumentos de Levy para su debate del lunes —contesto antes de devolver mi atención al aburrido escrito—. ¿Por qué hay gente que sigue creyendo que el calentamiento global no es real?

—¿Es real? —La miro.

—Gente como tú, es la razón por la que ahora nieva en San Francisco —señalo y aprieta los labios en un fallido intento por ocultar sus ganas de reír.

—¿Te ayudo con ese cabello antes de que se moje más ese hermoso vestido? —Me encojo de hombros y como siempre lo hace me obliga a sentarme en un banco frente a mi espejo. Con ella de pie detrás de mí y lento como si fuera a romperse, es como comienza a cepillarme el cabello.

Luego de que termino mi exhaustiva revisión y anoto un par de correcciones, observo un par de ondas de mi cabello caer sobre mi hombro y miro el reflejo de Sarah en el espejo.

Su cabello es negro y corto, a la altura de la barbilla; tan oscuro, que casi se luce azul a la luz del sol. Es extremadamente rizado y casi luce como un enorme casco sobre su cabeza. Su nariz es respingada y sus labios son tan delgados como el papel que tengo entre mis manos.

Los llantos de un niño me devuelven de mis pensamientos y de inmediato me giro para mirar a Sarah a los ojos, pero ella simplemente continúa como si no escuchara nada.

—¿Qué es eso? —la cuestiono—. ¡¿Quién llora?!

—No lo sé —vacila antes de morderse el labio. Siempre hace eso cuando miente.

—Te estás mordiendo el labio —señalo y ella deja de hacerlo antes de mirarme de reojo por el espejo—. ¿Quién es ese niño?

—Eso tienen que respondértelo tus padres. No yo —responde cuidadosa.

—Sabes que no responderán nada —replico estremeciéndome ante el llanto del niño. No lo soporto.

El desconocido en la sala vuelve a mi mente y entonces caigo en cuenta de que ha venido antes. Lo he visto un par de veces cuando estoy por irme a la escuela. Conduce un auto rojo y siempre lo acompaña mi padre.

—El hombre de la sala... —Sarah suspira estresada— ¿Es su hijo o su hija? ¿Algo así?

—Madison...

—Sarah, eres la única persona a quien puedo preguntarle lo que sucede aquí. ¡Hablar con ellos es como hablar con una pared! ¡Tú lo sabes! ¿Por favor? —suplico como una niña pequeña juntando las manos y mirándola fijamente.

—Tiene que ver con la puerta prohibida ¿cierto? —intento de nuevo cuando no suelta ni una palabra.

—¿Cuántos años tienes? ¡¿Doce?! —Los llantos cesan de golpe—. ¡Ya quedó! —anuncia cuando misteriosamente termina de peinarme al mismo tiempo. Ahora mi cabello forma una elegante trenza café.

—Podría despedirte ¿sabes? —le advierto mudándome de vuelta a mi cama—. Tú trabajas para mí.

—De hecho, no —me contradice—, trabajo para las paredes y llevo más tiempo que tú en este lugar —sonríe satisfecha—. Así que si tienes alguna queja sobre mí, puedes hablarlo con tu padre y él será quien tome cartas en el asunto —me guiña el ojo burlándose ante la clara falta de atención de mi padre hacia conmigo y yo infantilmente le saco la lengua en respuesta.

—Te odio —bromeo. Teo abre la puerta.

—Buenas tardes, señorita Wrestler —es todo lo que dice antes de retirarse y cuando lo hace salgo de inmediato con Sarah siguiéndome por detrás como un perrito.

Me asomo por el barandal del pasillo en búsqueda de mis padres o el hombre sin lograr encontrar a nadie y cuando estoy por volver a mi habitación; encuentro a otros cinco extraños saliendo de la habitación prohibida vistiendo uniformes blancos.

—Pregunta a tus padres —Sarah repite tan pronto la miro y no me queda más remedio que volver a mi cuarto.

Corro hasta la ventana y encuentro alrededor de otros diez aparentes médicos charlando en el jardín. Observo los movimientos de sus labios con atención en un fallido intento por descifrar lo que dicen, pero la realidad es que no entiendo nada.

La camioneta de mi padre avanza justo frente a ellos y sin dejar señales de nada más gira con dirección a la calle.

«¿De qué se trata todo esto?­»

Me decido por volver al lugar que me causa aún más curiosidad y cuando llego, justo como siempre me ha sucedido desde que era pequeña, la encuentro completamente cerrada.

—¿Hola? —golpeo la puerta con la palma de mi mano. No hay respuesta—. ¡¿Hola?! ¡¿Hay alguien ahí?!

—¿Qué crees que haces? —me sobresalto cuando Sarah me susurra al oído y siento como si el corazón fuera a salirse de mi pecho

—¡Dios, me asustaste! ¡¿De dónde saliste?!

—Estoy segura de que las puertas no hablan, pero puedes intentar con la de tu habitación —dice rompiéndose en carcajadas y me toma del brazo para guiarme de vuelta a mi recámara.

—¡Quiero saber que sucede ahí dentro! —declaro.

—Cariño ya sabes mi respuesta.

—Bueno, no estoy feliz con ella —me cruzo de brazos y ella suspira antes de tomarme por los hombros.

—¿Por qué no sales a nadar a esa enorme alberca de afuera que nunca usas y piensas en lo que quieres preguntarles a tus padres cuando regresen? —dice como si de pronto volviera a tener tres años.

—¿A dónde fueron? —suspira.

—Es tu decisión —exhala y luego simplemente se va.


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