Capítulo Cuatro

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Me despierto con alguien sacudiendo mi hombro haciéndome abrir los ojos de golpe y me encuentro con el rostro de mi madre frente a mí

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Me despierto con alguien sacudiendo mi hombro haciéndome abrir los ojos de golpe y me encuentro con el rostro de mi madre frente a mí.

—¿Qué haces en el suelo, hija? —pregunta.

Miro a mi alrededor. La puerta prohibida frente a nosotras.

Debí de haberme quedado dormida mientras esperaba a que llegaran.

—¿Qué hora es? —contesto incorporándome para recargar la espalda contra en el barandal detrás de mí.

—Casi media noche —responde sentándose a mi lado e inclina la cabeza hacia atrás cerrando los ojos.

Es una mujer muy hermosa.

Su cabello es rubio, largo y lacio. Su piel blanca tiene una tonalidad casi rosa y sus ojos son un par de enormes círculos brillantes y grises. Su rostro está perfectamente bien definido con los pómulos bien resaltados y las mejillas sonrojadas.

No nos parecemos ni un poco.

—¿Dónde está mi padre? —pregunto luego de unos segundos.

—Él no vendrá esta noche —responde enderezando la cabeza para mirarme a los ojos—. ¿Querías verlo?

Desvío la mirada hasta la puerta y luego la regreso hasta ella que me fuerza una sonrisa dulce como si supiera las miles de cosas que cruzan por mi mente.

—Sarah dijo que tenías unas preguntas para mí —comenta.

«Oh, Sarah, hay veces que necesitas mantener la boca cerrada».

Asiento sin alternativa.

—Te escucho —contesta.

—¿Qué es ahí? —señalo la puerta con la cabeza.

—Es una sala de pruebas —suspira y mis ojos se abren de par en par al escuchar finalmente una respuesta.

—Una... ¿qué?

—Es una clase de laboratorio —confiesa.

—¿Del hombre de la sala? —indago.

—A veces olvido lo inteligente que eres... —contesta y cuando la miro deseando más información, asiente con la cabeza—. Así es. El hombre que viste; es el doctor Wendell Riley Hoffman —explica—, y trabaja en un experimento ahí dentro.

—¿Un experimento? Juraría que escuche a un niño... o... bueno eso creo. —Una nota de nerviosismo cruza por la cara de mi madre.

—Una niña —me corrige—, es... una niña.

—Oh —digo—. ¿Está enferma?

—No. Ella está completamente sana. De hecho, es por eso que está ahí —revela.

[BORRADOR] EL CÓDIGO QUE NOS UNE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora