Capítulo Treinta y Ocho

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Al despertar lo primero que veo es un par de ojos azules que me miran llenos de curiosidad y luego una sonrisa de dientes blancos y pequeños que se dibuja en el rostro de mi tierna espectadora

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Al despertar lo primero que veo es un par de ojos azules que me miran llenos de curiosidad y luego una sonrisa de dientes blancos y pequeños que se dibuja en el rostro de mi tierna espectadora.

—¿Alison? —tengo que forzar mi voz al hablar y cuando por fin deja mi boca, me sobresalto cuando la niña grita en respuesta.

—¡Papi, despertó!

Me lleno de confusión.

Tengo nuevamente una intravenosa conectada a mi mano que gotea un líquido transparente y lo lleva por un delgado tubo hasta que se pierde dentro de mí. En la muñeca tengo un extraño brazalete negro con pequeñas lucecitas que centellean a su alrededor y estoy rodeada de los espejos que forman la sala de pruebas.

Estoy hecha un completo desastre; mi piel tiene una tonalidad amarilla, mi cabello está opaco, visto una bata clásica de cualquier hospital y parece que no hubiera comido en años.

—Buenos días —Wen es quien me distrae de mi terrible apariencia cuando entra a la habitación con Alison tomada de su mano dando pequeños brincos de felicidad.

Todo en mi mente es confusión y una vez que Wen está a mi lado revisando el goteo de mi aparente medicamento lo único que provoca en mí es un sentimiento de desconfianza.

—¿Qué estoy haciendo aquí? —pregunto—. ¿C-cómo llegué?

—Dame tu brazo —me ordena extendiéndome una de sus manos que ahora está cubierta por un guante. En la otra sostiene una jeringa que quizás sea mi imaginación, pero luce gigantesca.

—Ni loca —respondo ocultando mis brazos y eso únicamente lo hace arquear las cejas—. Tú no vas a tocarme, ¿d-dónde está mi madre? —tartamudeo por el enorme esfuerzo que hablar me provoca.

—Tiene que ser roja —Alison es quien dice esta vez y tan pronto como la miro Wen aprovecha mi distracción para tomar mi brazo e insertar la aguja directo en mi vena. Suelto un quejido y miro a Wen con ojos de pistola mientras la jeringa comienza a llenarse de sangre—. No duele —agrega la niña con una voz orgullosa, pero miente porque sí duele y mucho.

—Muy bien Ali, así es como se hace —la felicita Wen al retirar la aguja—. ¿No fue tan difícil verdad? —agrega antes de llevarse esa pequeña parte de mi con él fuera de la habitación.

—¡¿Quieres ver algo genial?! —pregunta Alison antes de saltar a mi cama y luego gatea hasta llegar junto a mí. Es hasta entonces cuando me doy cuesta de que ya no viste su mismo conjunto blanco que traía cuando la saqué de este lugar. Ahora luce como cualquier niña común y corriente de seis años que viste un short y una blusa verde con una mariposa rosa estampada en el centro—. ¡Mira! —agrega mostrándome sus brazos y lo que veo, es nada.

Un par de brazos completamente ordinarios.

—¡Sorpresa! —Dylan exclama antes de que siquiera logre entender lo que sucede y entra en la habitación acompañado por mi madre y Sarah que parece acabar de regresar de un auténtico funeral por la manera en que sus ojos están hinchados de tanto llorar.

[BORRADOR] EL CÓDIGO QUE NOS UNE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora