Capítulo Treinta y Siete

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Juro que podría morir de aburrimiento mientras espero a que Madison esté lista

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Juro que podría morir de aburrimiento mientras espero a que Madison esté lista.

El reloj de mi muñeca ya marca las nueve con quince minutos. El pequeño perro que era mi única compañía en el enorme piso de abajo ya se quedó dormido a mis pies.

—Casi está lista —Sarah repite cuando me pongo de pie por quinta vez al escucharla bajar las escaleras.

—Eso dijiste hace media hora —señalo volviéndome a sentar cuando ella entra en la cocina.

No pasa mucho tiempo antes de que finalmente vuelva a escuchar pasos y entonces salto del sofá como si algo me hubiera picado el trasero.

Al verla mi mayor preocupación es recoger mi quijada que ahora yace en el suelo... o limpiarme la boca por la estúpida manera en la que termino babeando por ella.

Luce sensacional. Su rostro es la descripción perfecta de una obra de arte. Sus facciones están perfectamente bien definidas, sus ojos se ven grandes, profundos y brillantes y sus labios, Dios, sus labios gruesos resaltan con un labial rojo e intenso.

Le extiendo la mano para ayudarla a bajar los últimos escalones y debajo de todo ese maquillaje puedo notar como se sonroja.

—Te ves magnífica —le susurro al oído cuando finamente está junto a mí.

—¡Ay, pero mírense par de tortolos, están divinos! —Sarah chilla al volver a la sala y no puedo evitar reírme por la emoción que muestra—, ¡tu madre me pidió tomar una foto así que sonrían! —añade sacando su teléfono.

Setenta y siete fotos después... el Mini, nos espera en la entrada.

—¿Cuándo trajiste tu carro? —pregunta Madison en el camino a la escuela.

—Cuando nos trajeron prácticamente arrastrando a San Francisco —bromeo y en lugar de reír, ella únicamente me muestra una media sonrisa completamente forzada—. ¿Te sientes bien?

—Sí —responde antes de girarse casi por completo hacia la ventana. Decido callarme, pero luego de un silencio insoportable, la duda me mata.

—Qué...

—Creo que perdimos —me interrumpe antes de que siquiera logre terminar de formular mi pregunta y se mira las manos. Me detengo justo fuera de la escuela y en la acera, los futuros graduados desfilan uno tras otro entrando al gimnasio.

—¿Hablaste con tu madre?

—No —responde—. ¿Cómo se supone que haga esto? ¿Cómo disfruto la noche sabiendo que quizás maten a esa dulce niña mientras no estamos? ¿Cómo haré en nueve meses más para continuar con mi vida sabiendo que otro niño reemplazará a Alison porque no pudimos hacer nada? —su voz se rompe.

—No sé qué...

—¿Sabes qué fue lo último que le dije? —me interrumpe de nuevo y luego traga saliva con lágrimas en los ojos cuando me encojo de hombros—. La amenacé con darle un baño para que dejara de llorar porque no quise darle más chocolate... Chocolate. Eso es todo lo que pidió y no pude dárselo cuando era algo tan... sencillo.

[BORRADOR] EL CÓDIGO QUE NOS UNE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora