Capítulo Cuarenta y Cinco

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Tengo un mal rato tratando de abrir los ojos cuando alguien enciende la luz

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Tengo un mal rato tratando de abrir los ojos cuando alguien enciende la luz. Mis párpados se sienten demasiado pesados y mis ojos están secos.

Todo me duele y me siento extremadamente cansada mientras espero en la cama a que la muerte venga por mí, pero parece querer tomarse todo el tiempo del mundo para hacerlo.

Dos siluetas aparecen frente a mí. Una de ellas estoy más que segura de que es Wen, pero la otra no logro identificarla. Me parece haberlo visto antes porque mi cerebro consigue lanzarme señales de alerta, pero más allá de eso, no logro siquiera procesar como luce.

Estoy tan cansada.

—¿Es ella? —el segundo hombre frunce el ceño.

—Así es —responde Wen que sostiene una jeringa de cristal en la mano conteniendo una sustancia color rosa que cautiva mi atención de inmediato y junto a él hay una mesa de metal con otras cuatro jeringas listas para usarse.

—¿Cuántas dosis de Ixtradumixin utilizaste? —el hombre toma mi cara en sus manos y a pesar de que quiero librarme de su agarre, no puedo. Ya no consigo moverme por mí misma.

—Sólo una —contesta Wen y entonces recibo el primer piquete en el brazo. Wen me administra la sustancia con lentitud provocándome la sensación de que alguien me pellizca con fuerza por dentro y cuando termina me proporciona un doloroso masaje en el lugar donde entro la aguja. El hombre deja caer mi cabeza de vuelta en la almohada.

«Háganlo rápido», pienso. «Mátenme ya y déjenme tranquila de una vez por todas».

Recibo la siguiente inyección en mi otro brazo seguida del mismo doloroso masaje, que esta vez me proporciona el otro hombre.

El tercer pinchazo es en mi pierna derecha y si el dolor antes era malo; esta vez es terrible. Mi pierna se contrae en respuesta y chillo y gimo por la insoportable sensación.

—Cálmate Madison, lo estás haciendo bien —me dice Wen justo antes de que reciba la penúltima inyección en mi otra pierna.

Desearía tener las fuerzas suficientes para gritar por ayuda.

—Ya casi terminamos —me asegura y yo no puedo hacer nada por defenderme.

Quizás esto es lo que sucede cuando estás muriendo. Tu cuerpo se independiza de tu mente y de pronto lo que intentas ordenarle que haga ya no importa. Como si se burlara y dijera, "¡Hey! No te resistas, moriremos, así que solo déjate llevar".

Para mi sorpresa, mis pensamientos consiguen hacerme reír y ambos hombres me miran plenamente confundidos cuando esta se mezcla entre mis llantos.

«¿Estoy delirando?»

El hombre gira mi cabeza hacia un lado y en cuestión de segundos un dolor agudo se apodera también de mi cuello donde la aguja la aguja atraviesa mi piel para inyectar la sustancia. Luego, alguien me levanta, lo que finalmente me hace dejar de llorar y abrir los ojos.

Siento como mi propio corazón disminuye sus latidos como si la batería que lo hace funcionar se estuviera agotando.

«El momento ha llegado», me digo a mí misma.

Hemos salido del laboratorio y a pesar de solo lograr ver al techo, cuando encuentro el candelabro que cuelga en el centro de la casa, sé que estamos bajando.

Estoy envuelta en los brazos de Wen y observo su rostro mientras me lleva a no sé dónde antes de que mis párpados comiencen a cerrarse de nuevo. A pesar de que luche por detenerlos sé que ganarán y no hay forma de que logre evitarlo; pronto quedaré inconsciente, mi corazón se detendrá y luego me habré ido para siempre.

Estoy muriendo.

Muriendo en los brazos de la persona que más lo desea.

No puedo seguir luchando contra esto. No quiero.

No creo poder soportarlo más...

Me dejo ir.

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[BORRADOR] EL CÓDIGO QUE NOS UNE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora