Capítulo Treinta y Dos

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Justo cuando termino de hacer el moño con mi cabello, me encuentro con el reflejo de Sean mirándome en el espejo

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Justo cuando termino de hacer el moño con mi cabello, me encuentro con el reflejo de Sean mirándome en el espejo.

A pesar de saber que no hay escapatoria de esto. Me acomodo el vestido intentando ignorar su presencia hasta que me toma por la cintura.

—Te ves hermosa —susurra.

«¿Cuánto ha pasado desde que me dijo eso por última vez? ¿Diez años?»

Me gira hasta que me enfrento al peculiar color verde de sus ojos que brilla tan intensamente como ningún otro color lo hace.

—¿Qué pasó con nosotros? —pregunta en un tono muy bajo y mucho cerca de lo que siempre acostumbramos a estar. Una de sus manos me hace una pequeña caricia en la mejilla y la otra repite el mismo gesto en mi brazo.

—¿Aparte de todo esto? —respondo mostrándole nuestro alrededor con las manos.

—Tenemos todo lo que siempre quisimos.

—No. Sólo tenemos lo que tú quisiste —replico soltándome de sus manos. Ni siquiera soy capaz de leer sus expresiones; se ha vuelto un completo extraño para mí.

—Te di una familia, Georgina... eso es lo que querías —reprocha.

—¿Una familia? —rio—. Esto no es una familia, Sean. Una familia es aquella con la que te sientas a la mesa y hablas de tu día. Con quienes ves una película un domingo en la noche mientras comparten palomitas. Una familia es estar rodeada de personas de quienes jamás te quieres separar.

—Te di una hija —se corrige.

—¿Madison? —le pregunto—. ¿Cómo puedes decir eso cuando no eres siquiera capaz de mirarla a los ojos? Yo no quería esto... nada de esto.

Me giro de nuevo hacia el espejo y me pongo un par de aretes con el observando mis movimientos.

—Tuvimos que renunciar a muchas cosas —agrega justo antes de que Teo aparezca en la entrada.

—Yo lo hice. Renuncié a todo por ti. ¿A qué renunciaste tú? —una lágrima sale sin querer de mis ojos y mi esposo únicamente traga saliva como lo esperaba; como un cobarde.

—Señora, la buscan en la entrada —anuncia Teo incómodamente cuando finalmente lo miro. Me limpio las lágrimas de la cara y lo sigo hasta la entrada.

Debe de ser la psicóloga que mandó el juez. Llegó más temprano.

Al llegar, me doy cuenta de que nadie llegó antes, sino que no esperaba esta visita.

—¡Hola, señora Wrestler! —me saludan entusiasmadas las amigas de Madison; Jessica y Anne. Ambas traen con ellas cajas y flores y las acompaña un joven rubio y alto que no creo haber visto antes.

—Hola niñas, no sabía que Madison las esperaba —respondo.

—¡Oh, ella no lo sabe! —se apresura a decir Anne.

—Él es Sam —Jessica empuja al muchacho al frente. ¿Sam?

—Verá señora Wrestler... —titubea— como sabrá el baile de graduación es este sábado y me preguntaba si... si podría acompañar a su hija.

Me quedo en blanco.

«¿Madison se gradúa el sábado? ¿Qué otras cosas no sé?»

Ambas chicas me sonríen asintiendo.

—Supongo que... ¿tendrás que preguntárselo a ella? —respondo sin saber en verdad que contestar.

—¡Por eso estamos aquí! —Anne anuncia emocionada haciéndome sentir como una tonta y abre la caja que trae en las manos. Un pequeño cachorro color dorado y esponjoso sale de la caja.

—Oh, ¿un perro?

—Ella siempre quiso uno —se apresura a decir Jessica.

«Sí y hay un muy buen motivo por el cual nunca lo tuvo».

—No hay manera en que ella diga que no —agrega Anne.

—¡Apuesto a que va a estar encantada! —Wen aparece detrás de mí antes de que yo pueda decir algo más y acaricia al cachorro—. Teo, por favor acompaña a estos jóvenes al jardín...

—¿Qué fue eso? —digo caminando hasta la sala cuando los chicos desaparecen.

—Creo que nuestra niña merece un poco de diversión ¿no lo crees? —responde antes de sentarse en uno de los sillones y me señala otro.

—No es nuestra niña —replico molesta.

—Bueno, yo estoy bastante seguro de que es mía.

—Biológicamente posiblemente, pero no te pertenece desde hace bastante tiempo —hace una mueca con mi respuesta.

—De infringirse las cláusulas del contrato, la custodia de la niña regresará a su tutor biológico —las palabras que salen de su boca me golpean con fuerza justo en el momento que las recuerdo.

No.

—Un consejo para la siguiente vez que firmes algún contrato. Siempre lee las letras pequeñas.

—No puedes...

—Claro que puedo, tu firmaste —me interrumpe—, aunque quiero creer que no lo tenías contemplado cuando decidiste comenzar todo esto ¿no es así? Porque sería algo muy cruel lastimar a tu hija de esa manera... por una niña que no tiene nada que ver contigo.

—Wen... —mi corazón comienza a latir a un ritmo impresionante.

—No, no, no, no lo lamentes ahora, debo admitir que jugaste una muy buena carta en ese juzgado —me interrumpe y yo sacudo la cabeza—, traer a la luz la prueba constante fue un toque de genialidad. Apuesto a que conmoviste profundamente a todos los presentes como siempre has querido...

—Por favor... —lloro y él sonríe completamente satisfecho.

—¿Quieres a la niña? Quédatela, no me sirve de mucho —anuncia—, pero Madison... —chasquea lengua—. He decidido apostar por un pez más grande.

—Wen... te lo suplico —chillo cuando se pone de pie.

—Buena suerte, Georgina.

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[BORRADOR] EL CÓDIGO QUE NOS UNE ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora