19. Pídeme la vida

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Comimos, y sin saber el por qué, estaba bastante distante y reacia a los mimos de Luis.
Él también se dio cuenta pero no preguntó.
Recogimos la mesa con menos bromas y sonrisas de lo habitual y me tumbé en el sofá.
Él me miraba con cautela mientras me acariciaba el pelo desde la unión con el otro sofa. Me quedé dormida.

Entraba en casa y lo veía todo vacío. Nadie me esperaba. No había juguetes por el suelo, tampoco Luis tenía tirada su ropa por la habitación. Sentí frío, sentí miedo.

- Ey, cariño. Estás soñando otra vez.- me despertó Luis.- ¿con qué soñabas esta vez?.- sonrió
- Te he mentido, Luis.
- Lo suponía
- ¿Y no me dices nada? ¿No te enfadas?
- Tus motivos tendrás. Sabes que puedes contarme lo que quieras, cuando quieras

Me agobié. Mucho. Yo portándome como una estúpida y mintiéndole sin saber aun por qué. El dándome lecciones de honestidad y confianza una vez más.

No pude contestarle nada. No tenía nada que decir en realidad.
Sin decir una palabra me levanté y fui hacia la ducha. Necesitaba relajarme. En ella, se me ocurrió que sólo había una persona que pudiera entender algo y con la que me reconfortaría hablar.

Me vestí con algo básico y me sequé un poco el pelo, arreglándome el flequillo.
Cuando me disponía a irme, escuche desde el salón a Luis. Estaba en la terraza, con su guitarra y su voz.

Como el agua del rocio de esa brizna
Que se muere por verte
Como espuma de las olas que golpean
Cada parte de esta realidad

Como arena del desierto de tu cara
Cuando me dices que no quieres verme
Como 13 gatos negros que se cruzan
Deseándome tenerte

Como un barco a la deriva naufragando
Con el aire de tu boca
Dando parte de que en parte
Puede que yo sea parte de esa roca

Que me quema tu mirada fria
Y dulce cuando menos me lo espero
Esperando que se hunda de una puta vez el miedo
A decir te quiero

No pude escuchar más. Decenas de lágrimas recorrían ya mis mejillas.
Sin decir nada, abrí la puerta y me dirigí a aquel otro lugar que siempre me daría cobijo: Amaia.





- Aitana, lo siento. Pero no comprendo qué es lo que te preocupa.

Tras llegar a casa de Amaia con lágrimas en los ojos, ella hizo lo que esperaba. Abrazarme y darme el tiempo necesario para que la calma llegara a mí.
Alfred nos miraba con cariño desde el sofá, levantándose para dejarnos intimidad.
Tras minutos de lágrimas y angustia que Amaia aun no comprendía, decidí hablar.

- Víctor me ha abierto los ojos. Soy muy joven y he querido ir de madura. No puedo atarme a una casa con un hombre y una niña, como si fuera mi hija. No lo es.
- ¿Y eso desde cuando te ha importado, Aiti? Tienes lo que tú has querido, no estás siendo justa.
- Quise esto porque no conocía otra forma de vida. No sé lo que es vivir en un piso de estudiantes, salir una noche y enrollarme con uno cualquiera, emborracharme sin pensar qué pensará de mí mi novio cuando llegue a casa...
- Para, Aitana. ¿De verdad querrías todo eso en tu vida?
- Querría haber tenido la posibilidad de elegirlo.
- Creo que Víctor te ha llenado la cabeza de pájaros. Tú no querías todo eso. Él lo sabe y quiere acercarte a él, que es todo lo contrario a Cepeda.

Amaia sabía de sobra de mi relación con Luis sin ni siquiera haber tenido que contárselo.
Sin embargo, creía que en ese momento se estaba equivocando. Era obvio que tenía gran estima por Luis, pero no era justo decir esas cosas tan feas de Victor, él no quería mi mal.

- Amaia, pensé que me comprenderías. Veo que me equivoqué.

Me levanté dejándola con la palabra en la boca.
Cuando bajaba las escaleras en dirección al portal, mi móvil sonó.
Era él, era Víctor. Al decirle que salía de casa de Amaia, me invitó a ir de nuevo a la suya. Teniendo en cuenta que no quería hacer presencia en mi casa, aproveché.

- Me alegro mucho de que estés aquí.- me dijo sincero.- ¿Pasa algo? Te noto extraña
- Bueno, he tenido una mini discusión con Amaia y tampoco estoy en mi mejor momento con Luis.
- Ah, vaya lo siento. ¿Qué te hizo?.- sabía que no se refería a Amaia
- Nada.- y era verdad. Él nunca hacía nada que me hiciera sentir mal.
- No te preocupes, es normal que las cosas no siempre vayan bien. Lo difícil es que así fuera, teniendo en cuenta vuestras diferencias.
- No quiero hablar más del tema, porfa.- sentencié

Y así fue, pasamos unas horas entre anécdotas, historias y sonrisas.
Me di cuenta que era la hora de la cena, debía volver a casa. Debía... siempre ese maldito verbo.

Me acompañó a la puerta y me miró fijamente, sonriendo.
Nos despedimos con dos besos. El último que me dio, lo hizo demasiado cerca de la comisura de mi labio inferior. Mi piel se erizó.
Con una tímida sonrisa me di la vuelta en dirección a casa.

Cuando llegué, el salón estaba vacío. Diana se encontraba en su cama, y como pude ver de lejos, Luis seguía en la terraza, con su guitarra.
Parecía que no se hubiese movido de ahí desde que me fui esa tarde.

Le observé durante un rato. Tenía la mirada triste. Con una mano acariciaba acordes aleatorios en su guitarra. Con la otra, aspiraba humo de un cigarro tras soltar la ceniza en un cuenco donde había decenas de ellos. Pareciera que esa tarde no había hecho más que aspirar más humo que aire.

La imagen me hacía daño. Él no se lo merecía. Yo no le merecía.
Me había demostrado desde que llegué que me quería con toda su alma, yo también le quería a él. Sin embargo estábamos en momentos de la vida muy distintos y no sabía si el simple amor era suficiente.

Tenía que descubrirlo, pero me mataba verle en ese estado mientras yo hacía mi labor de reflexión.

Pensando en todo esto, me quedé dormida.
Noté como unas horas después un cuerpo se introducía en las sábanas, en la otra esquina de la cama. Sin abrazarme, como solía hacer cada noche.
Fue la noche más fría de toda mi vida.

Démonos vida. - AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora