10. Tormenta post-calma

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No parábamos de hacer excursiones a algún que otro Parque Natural, islas, lagos... Cada rincón de ese viaje me enamoraba más a cada minuto.

Me encantaba su gente, su cultura, su gastronomía... Luis no paraba de reírse de mí en cada comida, ya que me atreví a probar originales platos de todos los sabores e ingredientes.

Me podría acostumbrar a vivir así el resto de mi vida.
Por ejemplo, ahora, nos encontrábamos tumbados sobre la arena, a pocos centímetros de la orilla. Era la hora de nuestra sagrada siesta.

Me dolía un poco la tripa, me encontraba revuelta. Hoy había comido más que nunca de aquel menú con apariencia nada similar a algo que conociese previamente.

No quería decírselo a Luis, ya que se asustaría y, además, me reñiría un poco por no controlarme a mí misma comiendo.
Pero no aguanté. Eché a correr, saliendo de sus brazos en dirección a nuestra cabaña.

Vomité durante unos minutos mientras unos sudores fríos recorrían todo mi cuerpo.
No tardé nada en notar unas manos recogiéndome el pelo, dándome suaves besos en la nuca, intentando tranquilizarme.

Una vez terminé y me lavé los dientes y la cara, Luis me ayudó cuidadosamente a tumbarme en la cama.

- ¿Desde cuando te encuentras mal, pequeña?
- Desde después de comer.- me mordí el labio
- Si es que eres un desastre, bicho.

Me recuperé algo unas horas después y seguimos con nuestros planes como antes del pequeño incidente.
Hasta la hora de la cena, que volvió a ocurrir. Y como al día siguiente, después de desayunar y comer.

Luis no aguantó más y, por la tarde, a pesar de mis negaciones, llamó a la agencia para que nos pusieran en contacto con algún médico.

No fue necesario desplazarse, pues un hombre de edad media se ofreció a venir a nuestra cabaña para no tener que hacerme mover.

Hizo algunas preguntas sobre mis hábitos durante los últimos días, enfermedades anteriores, vacunas...
No me sentó demasiado bien el gesto de que se le notaba realmente machista. Siempre se dirigía a Luis en vez de a mí.

Un rato después, parecía tener alguna hipótesis sobre lo que me podría pasar e hizo salir a Luis al porche, para hablar allí con él.

Me sentía como una niña, quería que me lo dijese a mí que era la afectada, pero tampoco era momento de ponerse a discutir con nadie, tampoco tenía fuerzas.

Nos habían informado de la dificultad de encontrar médicos en un sitio como este. La gran mayoría eran aprendices o interesados en el tema que ponían todo de su parte para intentar sanar a las personas.

Esta generosidad era uno de los factores que caracterizaban su cultura.

Escuché algunas voces que venían de la conversación entre aquel extraño médico y mi chico, pero mis ojos se iban cerrando poco a poco, llevándome con Morfeo.

Desperté no sé si algunos minutos u horas después.
Luis se sentaba al lado de la cama, mirándome fijamente, pero con la mirada perdida.
Se le veía realmente extraño, agobiado.
Le sonreí antes de preguntar nada.

- Aitana, nos vamos.

¿Qué diablos decía?

- ¿A dónde?- pregunté extraña
- A casa. El viaje ha terminado, tienes que ponerte bien.
- ¿Qué tengo, Luis?

Me asusté realmente. No había pensado siquiera en la posibilidad de que me pasara algo serio. Estaba convencida de que simplemente me había sentado mal la comida últimamente.

Le vi dudar, le conocía y sabía que no sabía por donde empezar.

- El médico cree posible que tengas alguna enfermedad como la malaria. Ha habido algún caso en este mismo lugar hace pocas semanas. Contactaré con la agencia. Quiero que vayas a algún hospital español.

Y no es que Luis estuviera infravalorando la asistencia médica de un país como aquel, pero entendía su miedo. Yo misma estaba aterrorizada por estar tan lejos de mi ciudad, pudiendo tener una enfermedad tan grave como esa.

Yo cada vez me encontraba peor, probablemente por la presión del momento. La negativa de la agencia a cambiar nuestros billetes no ayudaba.

Luis ofreció pagar el precio que fuese, lo imploró, casi lo lloró. Pero la realidad era que no podían hacer nada, ya que no era un viaje común, por lo que había pocos vuelos a la semana.

La única solución que encontramos fue desplazarnos a una ciudad algo más grande, en busca de algún hospital donde me pudieran hacer las pruebas necesarias.

Se estaba haciendo de noche, y mi cansancio era más que notable. Por ello, le supliqué a Luis esperar hasta mañana.

Esa noche ninguno de los dos dormimos. Nos tumbamos en la cama, frente a frente, sin hablar. Simplemente mirándonos a los ojos, sintiendo el verdadero miedo.
Incluso juraría que alguna lágrima se le escapó a cada uno.

Y es que un día estás en lo más alto, y a la mañana siguiente puede pasar de todo.

Démonos vida. - AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora