5. Así es la vida

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Este capítulo es corto, pero no quería alargarlo más. En un ratito subo otro.

Gracias por seguir aunque mi continuidad sea menor 🦋

A diferencia del resto de días, esa mañana fui yo la primera que salió de casa. Iba con el tiempo más que suficiente pero mi nerviosismo haría que no parase de dar vueltas en casa, y sabía que no me convenía.
Monté en el metro dirección Plaza de Castilla, donde la empresa tenía su sede. Solo eran unas cuatro paradas, por lo que no tardé mucho en situarme frente al gran edificio. Las oficinas se encontraban en la tercera planta.

Entré con paso distraído en el hall. Escribía un mensaje de ánimo a Luis, insistiéndole en que por favor me tuviera al tanto de los resultados. Él respondía con palabras de suerte para mí.

- Buenos días señorita. ¿Tiene usted cita? - preguntaba la que supuse sería secretaria.
- Hola, sí. Soy Aitana Ocaña. Venía a una entrevista.

Revisó algunos datos en su ordenador y terminó por levantarse y acompañarme hacia la puerta que daba a una oficina con vidrieras por paredes. Desde su mesa, un hombre de mediana edad me sonrió y dio paso a sentarme frente a él.


Salí del edificio con un estado emocional completamente distinto al que había entrado. El puesto era mío, sin embargo, seguía sin ser consciente de dónde me estaba metiendo. O más bien, estaba siendo consciente y lo estaba haciendo de todas formas. ¿En qué cabeza cabía que yo pudiese llevar a cabo ese trabajo? En la de ese hombre por lo menos, Aitana. Intenté relajarme. Al fin y al cabo sería algo temporal. ¿Qué pensaría Luis de ello? Entonces caí en la cuenta. Mierda.

Saqué el móvil a toda prisa mientras bajaba las escaleras del metro. Tanta montaña rusa emocional que había vivido durante la mañana y había casi olvidado lo verdaderamente importante que era esa mañana para el resto de mi familia.

Doce llamadas perdidas de Luis. Joder.

Fui a devolvérselas, pero el metro ya había comenzado su trayecto por lo que la red estaba fuera de cobertura.
Revisé Whatsapp. Quizá habría escrito, pero me había vuelto a equivocar. Le escribí explicándole que iba en el metro, que me acercaría a su trabajo para hablar. Tuve la suerte de que estábamos llegando a una parada, por lo que el mensaje se envió. Instantáneamente recibí respuesta por su parte: "Estoy en casa".

Sabía que eso no podía significar nada bueno. Luis rara vez se escaqueaba de su trabajo. De hecho, la idea era que iría allí después de hablar con el médico de Diana.

Cambié de rumbo de nuevo, sentándome en el vagón del metro que me llevaría a casa.

Abrí la puerta, dejando como siempre las llaves en el mueble del recibidor. Toda la casa se mantenía en un silencio absoluto. Ni siquiera se escuchaba el ruido de mis lentas pisadas en dirección al salón. Quizá incluso podía escuchar a lo lejos mi corazón bombeando por el miedo a lo que pudiera ocurrir unos segundos después.

Levanté mi mirada encontrando de espaldas a un Luis sentado, con su cabeza apoyada en sus manos, casi entre sus piernas.
Intenté apresurar el ritmo hasta llegar a él, poniéndome en cuclillas frente a su figura. Aun sin decir nada, le acaricié la cabeza, la rodilla, le miraba implorando que hablase de una vez. Pero no lo hice en voz alta, sabía que romper ese silencio también le rompería a él. Sin embargo notaba que me iba a morir si no sabía ya que le pasaba a mi pequeña.

Entonces me miró. Fijó sus ojos, cristalinos, en los míos. Una lágrima cayó de su ojo izquierdo. Simplemente dijo:

- No entiendo por qué la vida es tan puta mierda con la gente buena. Con gente tan pura como ella.

Démonos vida. - AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora