4. Lejanía

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Los días próximos siguieron de manera similar. También las noches con Luis. También los piques con Graciela.
En cada momento se encargaba de recordarme que en su día a ella le acompañaba a más sitios, le hacía más mimos o la miraba con más lujuria.

Aunque mi primera intención era pensar que eso era imposible, no hacía más que coleccionar esas palabras en mi interior.

No quería que se convirtiera en una competición pero debía admitir que me hervía la sangre cuando les veía hablando animadamente o cuando cuidaba con cariño a Diana. Me sentía una intrusa dentro de mi propia casa, de mi propia familia.

Así, entre tumbos, llegó el día que debía coger el vuelo destino Barcelona. Este salía a las 17:00h, llegando a casa de mis padres a la hora de la cena de nochebuena. Volvería a Madrid el día de Reyes, dos semanas después.

Era sábado, por lo que desde que nos levantamos, Luis me ayudó a preparar las maletas necesarias para mi viaje.

No se si fue por la falta de sueño, que me acababa de venir la regla, o que Graciela había respondido con una gran sonrisa pícara cuando se enteró de mi inminente marcha: pero ese día estaba más mosqueada y enrabietada que nunca.

De nada sirvieron los mensajes de mi madre emocionada, ni los pucheros de Luis.

- No estés triste, pequeña. Hablaremos cada día por videollamada. A cada momento si quieres.- dijo
- Sí, claro.- añadí de mala gana

- Se me olvidó comentarte que al final Roi y las chicas no podrán cenar aquí hoy.- intentó cambiar de tema.

Ese era el plan. Nuestros amigos harían compañía a Luis esta noche, ya que ellos también tenían a su familia lejos y les suponía un lío hacer el viaje.

- ¿Qué?¿Por qué?
- Les tocó una cena en un restaurante de lujo en el centro o algo así... yo preferí rechazar la invitación por Diana, es demasiado tarde para ella.- explicó
- Entonces... ¿cenaréis solos en nochebuena?. Jo, Luis... de haberlo sabido habría cambiado el vuelo...
- Ehmm...- carraspeó.- no exactamente, Graciela se ha ofrecido a quedarse.

La rabia volvió a recorrerme todo el cuerpo.

- Y tú encantado, ¿verdad?! Debí suponerlo.- grité
- Pero qué dices, Aitana. Es la madre de Diana, no puedo negarle cenar con ella.
- Vete a la mierda, Luis. Seguro que después tampoco puedes negarte a que se meta en tu cama.
- ¿Pero a ti que coño te pasa? ¿Por qué dices eso?- él también se estaba enfadando. No acostumbraba a utilizar esas palabras conmigo.
- Que me tiene harta, y que estoy cansada de sentirme como una mierda cuando la tengo al lado. Cuando se que es mejor que yo.- comencé a llorar.

Intentó calmarse, antes de comenzar a hablar de nuevo.

- Aitana, respeto tu inseguridad, aunque no la entiendo ya que nunca te he demostrado nada malo. Pero deja de insinuar que me acostaría con ella. Precisamente yo nunca he dudado de lo que siento.

Zas. Hachazo para mí.

- Claro, porque yo si lo hice, ¿no? Eso te da derecho a todo para equilibrar la balanza.

Soltó una risa fría mientras negaba con la cabeza.

- Pues ya está, Luis. Cena con ella, tontea con ella y fóllatela como lo hacías antes, como no lo haces conmigo.- grité.

Cogí mis maletas y salí de la habitación dando un portazo.
Crucé el salón para darle un rápido beso a Diana en la cabeza mientras su madre ojeaba unas revistas con una sonrisa en el rostro. Nos había oído discutir.

- Y a ti que te den.- le susurré para que no me escuchara Diana.

Salí de casa en dirección al aeropuerto. Me puse música en los auriculares para relajarme y evitar que el llanto derribara en ansiedad.

Las horas hasta llegar a mi casa se me hicieron días. Me abracé a mis padres como nunca lo había hecho. Contesté "bien" a todas las preguntas que me hicieron e intenté que me contaran todos los nuevos acontecimientos sucedidos en mi ciudad, a mis familiares y amigos. Fue una buena opción para distraerme.

Evité a toda costa el tema de Luis. Contestaba con monosílabos y volvía a cambiar de tema. En algún momento de la noche mis padres parecieron darse cuenta y lo dejaron pasar.

Esa noche dormí de nuevo en mi cama. Dormí de nuevo sola. Tuve pesadillas.
A la mañana siguiente reflexioné sobre lo sucedido.
Quizá, Luis tenía razón. Quizá mi inseguridad de nuevo lo estaba jodiendo todo.
Quizá y solo quizá, había sido yo misma la que había empezado la guerra con Graciela.

Era el día de navidad, estaba lejos de la que consideraba mi nueva familia y además, no me hablaba con el hombre más bueno del mundo.

Necesitaba volver a oír su voz. Aunque fuese, simplemente necesitaba desearle una feliz navidad, decirle que Papá Noel había dejado unos nuevos calcetines para él bajo mi árbol.

Sonreí al imaginar su cara al oírlo, poniendo los ojos en blanco. Siempre lo hacía cuando le desesperaba.

Saqué todo el orgullo de mí y cogí mi móvil. No tenía ningún mensaje suyo. Normal, pensé.

Busqué su nombre entre mis contactos y emití la llamada. Un pitido, dos pitidos. Mi corazón bombeaba fuerte.

Descolgó.

- Hola.- dije tímida

No hubo respuesta

- ¿Luis? ¿Estás ahí?- repetí

Ruido

- Ufff, sí.- era la voz de Luis

Ruido

- Más despacio, Graci.- repitió con un gemido

Risas

- ¿Te gusta?.- insinuó ella
- Madre mía, sí que lo necesitaba.- respondió él

Mi móvil cayó al suelo. Mis lágrimas fueron detrás.

Démonos vida. - AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora