15. Vueltas

3.3K 91 29
                                    

Lo siento muchísimo. Antes del capítulo os escribo esto para avisaros de que este es el penúltimo capítulo. Solo falta uno más.

Aun no se si la historia acabará aquí o tendrá una tercera parte.
En todo caso, si siguiera, sería dentro de un par de semanas. Mi vida también está dando muchas vueltas y no puedo escribir como me gustaría.
Gracias por la paciencia, por leerme, y por seguir aquí.

🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋🦋

- Es que es maravillosa, Luis. ¿Has visto cómo cuida a tu hija? Dios mío si es que la cambiaría ahora mismo por ti.

- Gracias mamá, tú siempre tan sincera. ¿Entonces crees que es lo correcto?

- No tengas miedo Luis, no debes preocuparte. Además sabes que nos tienes para lo que quieras.

Sabía que era de muy mal gusto escuchar conversaciones ajenas. Sin embargo no pude contenerme a poner atención a aquellas bonitas palabras que tenía Encarna para mí. También, como sospechaba, Luis estaba muerto de miedo por nuestra situación, y no era para menos.
Él y su maldita costumbre de hacerse el fuerte.

Estaba ya casi de dos meses. Aunque era imperceptible, mi tripa estaba algo más dura y un poco hinchada.
Los síntomas se habían reducido y me sentía realmente bien.

Bajé las escaleras haciendo presencia en el salón donde se encontraban tres generaciones: Luis, junto a su madre e hija.

- Buenos días dormilona.- dijo Luis mientras Diana corrió a abrazar mi pierna como si no hubiéramos dormido juntas.

- Una embarazada tiene excusa para todo, aprovecha.- me guiñó el ojo mi suegra.

Nos vestimos bastante rápido y decidimos pasear por la zona. Los tres juntos.
Estábamos rodeados de montañas y la sensación de respirar aire puro era maravillosa.

Diana corría despreocupada ante nosotros, que intentábamos seguirle el paso con nuestras manos entrelazadas.

Decidimos parar a comer en un restaurante de comida casera. Nos sentamos en los merenderos de madera que tenían al aire libre. Comimos muchísimo. Solo Luis pudo pedir un postre que finalmente acabamos robándole Diana y yo.
Él, con toda su paciencia acabó pidiéndose un café.

- Gracias por todo esto, soy muy feliz.- dijo de repente.
- ¿A qué viene esto?.- reímos

Pero era la realidad. La vida daba vueltas haciéndonos ver que siempre, después de la tormenta llegaba la calma.

El fin de semana fue una clara representación de esto mismo: calma.
Conocer su entorno era una forma de comprender un poquito más al hombre que completaba mi vida. Ambos igual de maravillosos.

El domingo además de ser una vuelta a la realidad, a la rutina de nuestra casa, suponía para mí mucho más.

Y es que, cuanto más le conocía, más le quería, si cabe.

Él y su generosidad se ofrecieron a deshacer todo el equipaje mientras Diana y yo decidimos darnos un baño relajante. Al menos todo lo relajante que puede ser meterse en una bañera con una niña de cuatro años.

De vez en cuando él entraba al baño y nos miraba con pucheros de envidia. Pero así era él. Sabía que ante todo sus ojos brillantes escondían el orgullo de ver a sus dos chicas así de unidas.

Se encargó de sacarla de la bañera y envolverla en la toalla mientras yo hacía lo propio en mi cuerpo.
Dediqué unos minutos de más a cuidarme, ya que con tantos jaleos hacía tiempo que no me mimaba la piel como acostumbraba a hacer.

Me di varias cremas que prometían eterna juventud, así como potingues varios que convertirían mi cabello en uno similar al de las actrices de Hollywood.
Siempre supe que todo eso no servía para nada, pero era algo que hacía de vez en cuando para sentirme mejor conmigo misma.

Vi a través del pasillo cómo Luis, con toda su paciencia, terminaba de ponerle el pijama a aquel diablillo que tenía por hija.
Sonreí y seguí el pasillo hasta llegar a nuestra habitación.

Aun con la toalla enroscada al cuerpo elegí las prendas que utilizaría al día siguiente, así como el pijama limpio que me pondría a continuación.

- Luisito, yo también necesito ayuda para ponerme el pijama.- grité mientras reía

Me desenvolví la toalla, dejándola sobre la cama. Fui a coger la ropa interior que se encontraba al lado y entonces lo vi.
La toalla que acababa de quitarme tenía una gran mancha.

Miré al suelo. Un pequeño charco.

- ¡Luis!.- grité con horror
- Ya va, ya va. Impaciente.- venía riendo

Le miré con lágrimas desbordando mis ojos
- Dios mío, Aitana. Tranquila, reina.

Démonos vida. - AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora