14. Suegros imposibles

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Otra de las cosas que tuvimos claras al saber de mi embarazo era que había llegado el momento de conocer a mis suegros.

Y no es que no quisiera, pero por lo que sabía, eran algo tradicionales. Que su hijo me presentara como su novia universitaria, diez años menor y embarazada, no me parecía la mejor manera de comenzar.

Queríamos aprovechar el puente de cinco días libres que se aproximaba, por lo que Luis confirmó nuestro viaje a su familia.

Mis padres habían contratado a alguien para que nos enviaran el coche que Luis había dejado en Barcelona el día que viajamos a nuestras desastrosas vacaciones.

De esta manera, decidimos que iríamos a Galicia en su coche.

El miércoles nos levantamos muy temprano, cargando el maletero con los equipajes que habíamos preparado el día anterior. Realmente parecía una mudanza.

Diana y yo cargábamos tres maletas enormes entre las dos, frente a la pequeña bolsa de viaje de Luis llena de básicas que, a mi parecer, eran todas iguales.

En mi defensa debía decir que gran parte de la ropa era de la pequeña de la casa. Se ensuciaba todo el rato y yo tenía como costumbre cambiarla de ropa unas cuatro veces al día. A veces incluso pensaba que lo hacía a propósito.

Mis nervios eran más que notables. Luis se reía a cada momento e intentaba tranquilizarme contándome cosas de su familia.

Encarna, su madre, adoraba cocinar, el campo y los libros de suspense.
Luis, su padre, pasaba los días en su taller de guitarras. Diseñándolas, creándolas o grabándolas.

Me daban la impresión de personas austeras, humildes.
Y de hecho, no me sorprendía por la manera de ser de Luis hijo.

Tras horas y horas de nervios, preguntas rápidas para aprenderme el nombre de todos sus tíos, mascotas pasadas, e incluso fechas de cumpleaños logramos llegar a aquella preciosa ciudad.

No nos detuvimos, sino que Luis siguió conduciendo hasta las afueras de esta. Se podían visualizar ya algunas casitas alejadas del tráfico y jaleo de la ciudad.

Detuvo el coche frente a una casa unifamiliar con un pequeño porche en su frontal.
La puerta se abrió, supongo que tras habernos visto por la ventana que daba al mismo.

- Déjame que coja a Diana, quiero tenerla en brazos para sentirme más protegida.- reí
- Tiene pinta de protegerte mucho ahora mismo, sí.- contestó gracioso

Y es que seguía dormida en su sillita. Con la boca abierta y una respiración tranquila.

Corrí a ponerla entre mis brazos mientras Luis sacaba solo algunas cosas básicas como el bolso con la comida de la niña. Después descargaríamos el resto.

Aquella entrañable pareja finalmente salieron del porche con grandes sonrisas en sus caras. Miré a Luis y pude ver en sus labios y en sus ojos que era recíproco.

Y vinieron con gran rapidez a recibirnos, y para mi sorpresa, ambos nos rodearon a Diana y a mí entre presentaciones y bienvenidas.

- Hola, yo soy Luis, vuestro hijo. Gracias por correr a saludarme a mí también.- dijo irónico pero feliz
- Ay hijo, tú es que no eres tan guapo como estas dos chicas.- le reprendió su madre que por fin fue a saludarle tras contarme lo encantada que estaba de conocerme y no parar de hacer carantoñas a la niña.

Y sin darme cuenta, mis nervios se habían ido. Ese matrimonio tenía el mismo don que Luis. Sabían hacer sentir en casa.

Me enseñaron la casa mientras Diana se desperezaba y abría sus ojos en mis brazos. Lejos de quejarse, con sus manitas en mi cuello escuchó atentamente a sus abuelos haciéndonos de guías.

La parte baja contaba con un salón, la cocina, un aseo y el pequeño taller de guitarras.
Las escaleras llevaban a un segundo piso donde se encontraban tres habitaciones y un baño.

Austera, sencilla y preciosa.
Nos sentamos en el salón y les conté algunos detalles de mi vida como estudios o familia.
Diana ya había cogido confianza con aquellos dos que probablemente la consentirían en todo. Y ella lo sabía.

Luis y yo aprovechamos sus juegos para escaparnos al coche y descargar todo lo que habíamos traído.

- ¿Todo bien?- preguntó Luis.
- Sí, muy bien. Son encantadores y el sitio es precioso.- sonreí.- ¿cuándo se lo diremos?
- Si quieres durante la cena.

Asentí. Era el último paso a dar con mis suegros. Estaba más tranquila pero al fin y al cabo era una noticia difícil de asimilar y que no cualquier padre o madre se tomaría bien a esta edad.

Mientras calentábamos la cena a Diana, los dos hombres aprovecharon para ponerse al día.
Luis estaba muy equivocado aquel día que me habló de ellos. Se nota que están muy orgullosos de su hijo y de todo lo que había conseguido. Aunque su pasado hubiera sido algo rebelde, ahora era eso, pasado.

Subimos las maletas al que fuera el cuarto de Luis en su adolescencia.
Tenía fotos con amigos, recuerdos de viajes y posters de cantantes, jugadores de baloncesto y alguna modelo.
Puse los ojos en blanco ante esto último mientras que él los quitaba con una mirada de perdón.

La cama era grande, por lo que decidimos que la niña durmiera con nosotros y no se incomodara ante un sitio extraño.

Bajamos y cuando me di cuenta de que la mesa estaba puesta, supe que el momento había llegado. Otra vez revolotearon pájaros en mi tripa.

Luis me agarró la mano con fuerza a sabiendas de lo que pasaba por mi mente.

Nos sentamos cada pareja en un lado de la mesa mientras Diana jugaba en la alfombra con los juguetes antiguos de su padre.

Probé algunos productos típicos de allí, que hicieron que deseara venir con mayor frecuencia.
Estaba todo realmente delicioso. Y así se lo hice saber a la gran cocinera que tenía ahora por suegra.

Una vez pasamos a los postres y cambiamos a temas banales y sin mucha importancia, Luis y yo nos miramos.

- Emmm, mamá, papá. Queremos deciros algo.- dijo él
- Claro hijo, cuéntanos.- respondió su madre

Luis me miró. Estaba loco si pensaba que lo haría yo.

- Diana, ¿puedes venir?- le pedí. Vi la sonrisa en los ojos de Luis. Sabía lo que iba a hacer. Ella me obedeció rápidamente.
- ¿Recuerdas nuestro secreto? ¿Quieres contárselo a los abuelos?.- continué

Ella asintió con ímpetu ante los ojos confusos de sus abuelos.

- En esta tripa está mi hermanito. - dijo ella tocándome como le gustaba hacer últimamente. Aunque no se notaba nada prácticamente.

Mis suegros bajaron su mirada a la vez, en dirección a donde señaló Diana. Después se miraron. Finalmente miraron a Luis con ojos inquisitores.
No sabían qué decir.

- Así es.- sonrió.- Sé lo que pensáis. Pero no debéis preocuparos, estamos perfectamente preparados aunque creáis que es pronto.- dijo mientras pasaba un brazo por mi espalda.
- Perdona hijo, nos ha cogido un poco por sorpresa. Pero nos alegramos si es lo que queréis.- dijo su madre.

Noté que sus palabras aunque no parecían falsas, no era todo lo que querían decir. Supongo que lo tendrían que asimilar. Pero la información ya estaba puesta sobre la mesa, ya no había secretos.

Para mi sorpresa, no se volvió a hablar mucho más del tema.
Antes de medianoche, los tres nos pusimos el pijama y nos tumbamos en la cama.
Luis y yo mirándonos, Diana dormida en medio. No hicieron falta palabras, ambos queríamos decirnos que ya había pasado, que habíamos superado una prueba más.

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Jo, muchísimo perdón por no publicar durante unos días. Como contesté a algunos comentarios, he estado un poco enfermita y no me daba la vida para escribir nada.
Espero estar ya a tope a partir de hoy.

Gracias por preocuparos, pedirme que siga, y leerme cada día.

Besos enormes.

Démonos vida. - AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora