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Era la mujer más impredecible del mundo

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Era la mujer más impredecible del mundo. En un segundo te hacía volar con un beso, en un segundo te mataba con una palabra.

-Edwin Vergara.


Hunter se sentía libre.

Por Dios, la quería. Todo ese tiempo solo tuvo que admitirlo para quitarse aquel amargo dolor de encima. ¡La quería! Como se ansía a una mujer, como se desea a un cuerpo, como se le implora felicidad y se busca velar sus noches para que nadie se atreva a perturbarlas.

Él era de ella. Desde que vio los ojos de Madeline por primera vez, supo que su alma ya no le pertenecía. Todo centímetro de aquello de lo que estaba hecho su cuerpo y su corazón residían a nombre de aquellos suaves labios que aun quería enseñar a besar.

Quería enseñarle a vivir, a sonreír, a salir de aquella burbuja de acero en la que la había sumergido toda aquella marchita sociedad. Deseaba mostrarle lo maravilloso que era el mundo cuando se respira la brisa de la lluvia y los pies danzan al compás de un vals lento.

No existía otra cosa en la tierra que anhelara más que a ella.

Incluso aquella noche, después de haberse pasado más de la cuenta viéndola dormir, se marchó a su habitación dispuesto a soñar con sus ojos oscuros y con las cintas que le había desatado del corsé. Madeline no tenía ni la más remota idea de lo mucho que encendía su cuerpo, con aquel fuego puro que desprendían sus labios.

Y al despertar, lo primero que hizo fue lavarse la cara y vestirse elegantemente con su traje de montar. Entre sus ensoñaciones había planeado cada una de las cosas que harían durante el día. Tenía fe. Ya se llevaban bien y gracias a ello, daba por hecho, que no sería difícil conquistarla.

Se perfumó para ella, quizás como llevaba haciendo desde que se convirtió en mujer, y salió al pasillo, sorprendiéndose con el alboroto que se desarrollaba en la casa. Sus ojos divisaron caballetes de pintura, cortinas blancas, telas de otros colores, pinceles, ropa...Dios, era un completo arsenal lo que estaban subiendo por las escaleras.

Cerró los ojos temiendo saber a qué se refería aquello y lentamente movió su rostro hacia el pasillo que daba a la habitación de Madeline, dándose cuenta de que efectivamente era obra suya.

Anduvo lentamente, tragándose las ganas de regañarla por el escándalo que había montado, pero, sorprendiéndose de nuevo, notó con claridad cómo el rostro de todo sirviente que ayudaba en la labor, sonreía enormemente. Era la sonrisa que ella provocaba en todo el mundo, el gesto producto de la luz que la bañaba. Era totalmente inevitable quedar fascinado por sus ojos brillantes cuando agradecía todo lo que se hacía por ella.

Su enojo se evaporó cuando la encontró al centro de su habitación, guiando a todos en el acto, con un vestido amarillo que hacía ver a su cabello mucho más dorado.

- Veo que te tomaste muy enserio eso de acomodarte como en tu casa. -se burló el hombre, recargándose en el marco de la puerta.

Rápidamente esas palabras llamaron la atención de la dama, quien en un gesto rápido se volteó en su dirección para tomar los ojos de Hunter con su mirada. Se acercó a dejar un beso de buenos días en la mejilla del hombre, mientras los sirvientes hacían como que no veían nada.

-Creo que aún no te he agradecido por dejar que me quede aquí todo éste tiempo-le habló dulce, con un gesto radiante en el rostro.

-No me agradezcas-en realidad, el que debía de dar gracias a Dios por tenerla ahí, era él.

Hunter sabía que debía de decir algo más. Lo estuvo planeando toda la madrugada después de haber soñado con la dama y no poder volver a dormir. Estaba nervioso, y él jamás lo había estado. No dudada, solo atacaba, y ahora sentía que hasta le temblaban las manos.

- ¿Qué te parece si dejamos que el servicio termine esto mientras tú y yo desayunamos en el jardín y después cabalgamos un poco?

Ya está. Lo había hecho, y se sintió bien, porque recibió justo el gesto que deseaba: la dama sonrió aún más grande y asintió enérgica.

- ¡Me encantaría! Hace un día hermoso.
La dicha que él sentía no podía ser más grande.
-Genial. Estaba pensando que también podíamos ir al teatro por la noche, ¿te apetece?

Y ésta vez, al soltar aquello, se sorprendió al notar como, de pronto, aquel rostro de porcelana se volvió serio.

- ¿Qué te parece si dejamos lo del teatro para mañana? Quede de asistir con Lord Matthew al baile de ésta noche.

Hunter tuvo que agarrarse con fuerza de sus entrañas para no caer. Las palabras le llegaron como veneno a los sus oídos.

¿En verdad lo estaba rechazando por ir con ese hombre? El Duque tragó fuerte, apretó los puños y la miró fijamente.

-No hay problema-habló con amargura. Claro que había un problema-. Mañana será. Aunque, espero que no te moleste que los acompañe ésta noche.

Toda la felicidad que yacía en él al despertar se le fue del pecho y fue sustituida por un dolor punzante. Le había lastimado el ego. Nadie le decía que no a Lord Standich, y Madeline no sería la primera, porque ella era la única que él quería que le dijera que sí.

-En lo absoluto-le respondió ella con una sonrisa que hacía ver su felicidad. ¡¿Cómo era posible que no se diera cuenta de que lo estaba rompiendo?!

-Perfecto. Mandaré un carruaje a tu casa para que recojan a Sara y venga a ayudarte a vestir-las palabras le salieron rasposas por el nudo en la garganta que lo ahogaba.

-Gracias-le dijo ella, y él salió de la habitación apenas escucharla.

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La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora