¿Tu qué sabes de arte si nunca has visto sus ojos?
-Katt Wallas.
Maeline estaba bajo su protección. Aunque fuera el colmo, uno de sus trabajos era conservar su reputación justo en el lugar en el que la habían dejado sus padres. Y eso implicaba acompañarla a todas las reuniones importantes a las que la dama asistiera con Lord Matthew, y es que, no confiaba nada en el hombre.
Se acomodó el corbatín mientras la esperaba en el recibidor.Mentiría si dijera que tenía ganas de asistir a la gala, porque no había ni siquiera una pizca de emoción en su piel. Y aun así, con las ganas por el suelo, se había puesto uno de sus trajes más elegantes y perfumado con esa esencia que le encantaba a Madeline.
Suspiró. Cada que recordaba a la dama parecía que su corazón se hacía un nudo y se apretaba más y más, pero tenía que soportarlo, por ella, porque cuando decidió luchar por esos ojos oscuros, estos ya estaban dados a otro hombre.
Era difícil admitir que aquella sonrisa que tanto amaba tenía un dueño ajeno a las cosas que la hacían brillar. Hunter era experto en eso de hacerla feliz, en iluminarle el rostro.
Prácticamente podría decirse que tenía el juego ganado, si no fuera, claro, por el empeño que tenía la dama en casarse con Benjamín para hacer feliz a su madre.
Sintió entonces una vista sobre él y levantó la cabeza hacia las escaleras para toparse con la imagen más hermosa de su vida.
Madeline le sonrió desde arriba y levantó un poco la falda de su vestido color vino para poder descender.
La boca del Duque se quedó abierta y ese corazón muerto revivió en su pecho y con latidos tocó las notas de rendición. Cualquier alma completamente cuerda caería de rodillas ante tan majestuoso ángel.
El cabello rubio lo traía agarrado en un molote alto adornado con flores del mismo color que la tela que lucía su delicado cuerpo, y por Dios, esos labios rojos le pusieron a temblar las piernas como las aguas de un lago al que se le es arrojada una piedra.
—Te ves...—susurró lentamente
mientras se acercaba al final de las escaleras y tomaba la mano enguantada de la dama. Dios, esa piel suave que ocultaba la tela lo ponía como piedra—...hermosa—terminó besando el dorso de la misma y perdiéndose en esa caricia.Madeline soltó un suspiro y casi cerró los ojos. Los guantes blancos cubrían bien su piel pero podía jurar que ese beso fue tan cálido que le atravesó la tela y mandó escalofríos a su cuerpo, en todas direcciones, incluso entre sus piernas.
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La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICO
Historical FictionÉl probó de su inocencia, besó sus labios con devoción y calentó su piel suave en cada zona que sus dedos fuertes tocaron. Él la hizo sentir como si un incendió floreciera en su interior. Un gusto que se le antojó como para disfrutarlo bajo el manto...