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Así como hay mujeres que valen un minuto y otras toda la vida

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Así como hay mujeres que valen un minuto y otras toda la vida. Hay quienes valen una carta y otras todo un libro de poesía.

-Leonardo León.




Lady Lamb comenzó a caminar por el largo pasillo del piso superior de la mansión, después de que salió del despacho del duque.

Ella le agradecía a Hunter, primero que nada, que la hubiese recibido en su casa durante el tiempo que tardara el viaje que harían sus padres para visitar a la familia, y también le reconocía que le hubiera elegido una habitación grade y con balcón para poder salir a ver el jardín. La cama con dosel le era hermosa y muy cómoda. Le recordaba a su hogar y eso era muy importante porque jamás había dormido fuera de él.

El único problema era la ubicación de la misma. No tendría ni siquiera un "pero" que cruzara por su cabeza si la habitación estuviera más cerca de las escaleras principales, pero no era así. Estaba bastante alejada y tuvo que quitarse los tacos para que el ruido no despertara a los del servicio. Se abrazó a sí misma mientras se arropaba con la chaqueta de Hunter y apretó su andar.

Ella no acostumbraba a caminar rápido pero un escalofrío le recorrió la columna, obligándola a subir la velocidad. Madeline siempre le tuvo miedo a la oscuridad y conforme crecía, éste nunca menguo. Tenía que ser valiente, ella lo sabía, porque cuando se casara, no le podía tener miedo a nada. Ella era una dama fuerte y debía de demostrárselo a su esposo.

Siguió con su recorrido hasta que llegó a la puerta de su habitación y la abrió rápidamente sintiendo que la miraban. Aun cuando ella sabía que era su imaginación, no pudo evitar entrar casi corriendo a la alcoba. Soltó un suspiro cuando la luz de la chimenea la bañó y el calor acarició su piel. Ya necesitaba calentar su cuerpo después de la nevada de esa noche.

El miedo se despejó con velocidad de su cabeza y se dispuso a quitarse las prendas que aún adornaban su cuerpo. Agradeció que el calor de la leña la cubriera cuando quedó desnuda. Tomó un gran camisón y el chaquetin que Hunter le había dado y se metió en la cama.
La prenda olía a él. Madeline se arropó y cerró sus ojos mientras se abrazaba a ella. El olor del Duque siempre la tranquilizaba, era como una medicina para sus males.

Aún podía recordar cuando era pequeña y lo abrazaba al encontrarse alejados de la miradas curiosas. Los brazos de Lord Standich curaban cualquier mal, y en ese momento, la relajó de tal manera que poco a poco se quedó dormida, sin ningún sueño en su cabeza, ni tampoco molestias, solo paz. Una paz que él le daba, que llevaba su nombre y sus ojos. Una paz que era suya.

Se perdió tanto en el mundo de los sueños que no escuchó cuando la puerta se abrió y una mirada azulada observó cómo dormía.

~•~

Hunter estaba decidido. La dama no podía dejarlo con esas ganas que tenía de comer su boca a besos, de acariciar su espalda decorada con lunares, de sentir que, por tan solo un momento, le pertenecía.

Se tomó lo que quedaba de su vaso de whisky y salió del despacho tras ella. La vio quitarse los zapatos y andar más rápido por el pasillo.
Siguió cada movimiento que ella hacía y su corazón le respondió con un palpitar acelerado.

La vio entrar a su habitación y se dio cuenta de que el mayordomo le había hecho caso: Estaba hasta el ala contraria del pasillo, tan alejada de la suya que no podría llegar a ella ni fingiendo ser sonámbulo para entrar y tenerla entre sus brazos.

Terminó de caminar hasta la puerta y levantó su mano dudoso. Ahí afuera estaba haciendo frío y su pecho acelerado le rogaba que entrara, más para ver a la dama, que para sanar el temblor de sus dedos a causa de la temperatura.

Dudó. Volvió a levantar la mano para tocar, pero no lo hizo.

¡¿En dónde estaba su coraje?!

Él era un hombre que no le tenía miedo a nada, y a esa mujer, más que miedo, le tenía ganas de tomarla y estrechar su delicado cuerpo contra el suyo para llevarla a conocer el delirio que se podía desatar entre sus bocas.

Respiró hondo, y esta vez, en lugar de levantar la mano para tocar, abrió la puerta. Ya no se podía considerar un caballero, sino un hombre falto de modales al que le daba igual, ¡Le valía un cuerno! Todo dejó de importar cuando la vio dormida, abrazada a su chaquetin.

«Le queda mejor que a mí»

Rio entrando y cerrando la puerta detrás de sí.

Madeline yacía en su cama, arropada y con un rostro que revelaba su placentero sueño. Hunter notó como la luz de la chimenea resaltaba su rostro pálido y las largas pestañas que le caían como cascadas sobre las mejillas, esas que incluso dormida, estaban encendidas con un rosado tentador.

Se acercó a ella temeroso de que despertara. Con cada paso que daba se repetía que debía de ser fuerte, jugar un poco al hombre romántico y robarle un beso, pero no lo hizo. Cuando la vio frente a él abrazando la tela que tenía su olor, no pudo más que caer sentado en la cama, sin fuerzas.

Ahí estaba ella, tan indefensa e inocente, y ahí estaba él, tan hechizado por esa dama, que no se atrevió a robarle un beso.
Madeline merecía más que una caricia clandestina en medio de la noche. A ella le quería dedicar más de un momento mágico, porque la dama es el tipo de mujer a la que le debes de dar la vida.

Hunter entendió que su corazón palpitaba las mismas notas que el de ella.

Muy a su pesar, no podía besarla si la dama no estaba ahí para decirle que lo hiciera.

Respiró profundo y acercó sus largos dedos a la mano que cubría su chaquetin y la tocó. Sintió la piel de la Madeline sin los guantes que siempre la cubrían y suspiró. Era mucho mejor de lo que se había imaginado en las noches en que no podía dormir. La suavidad de su piel de porcelana le sorprendió y lo sumergió más en el aturdimiento que ella le provocaba.

Vio como la mujer se removía y el pánico lo dominó. Si despertaba y lo veía ahí necesitaría una buena excusa que justificara su presencia en la alcoba. Pero no lo hizo. La dama no abrió los ojos y el duque suspiró con alivio.

Pasó la mayor parte de la noche viéndola dormir. Tan sumergida en su sueño que no notaba al hombre que le acariciaba la mano y alguna que otra osada vez, también la mejilla.

Hunter se dio cuenta de que Madeline valía el riesgo. Y sin miedo, se dijo a sí mismo que lucharía por esa diosa inalcanzable, por esos ojos oscuros que él quería en su vida.
Pero antes de eso, debía de enamorarla.

~•~

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La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora