Déjame darte besos, de esos que no se olvidan, ni en otros labios, ni en otras noches, ni en otras vidas.-Mind of Brando.
[LONDRES, 1835]
El traqueteo de los tacones de la Dama se escuchaba por toda la mansión del Duque. Hunter sabía diferenciar muy bien los pasos de Madeline. Había pasado tanto tiempo con ella que sería el colmo que no supiera caracterizar el sonido de su andar, ese que, en esos momentos, era apresurado.
Los pasos de Lady Lamb siempre fueron lentos, había sido educada para que fuera así. Cuando tus ojos se posaban por primera vez en sus pupilas oscuras y sus movimientos elegantes, no cabía duda de que su lugar era en los rincones, alejada de todo escándalo que pudiera llevar su nombre. La mujer era una completa dama. El sueño de todo hombre que quisiera contraer matrimonio, pero no el de él.
A Madeline le tenía un cariño de hermana, o por lo menos, eso se repetía en las noches para poder dormir.Ella era, por mucho, un ángel que hacia brillar su mundo, y sería un pecado que el demonio que él tenía adentro, la corrompiera.
—Ha llegado lady Lamb, señor—anunció el mayordomo haciéndose ver dentro del despacho.
Hunter inclinó la cabeza señalándole que la podía hacer pasar y a los segundos, se marchó dejando ver una melena rubia que sonreía despampanante.
El rostro del Duque se iluminó solo de verla.
Su vestido azul danzaba por la habitación camino a él y detrás de ella, su doncella intentaba seguirle el paso.
Hunter se levantó del asiento dispuesto a saludarla. Acortó el espacio que los separaba y entonces, sus ojos azules se toparon con su mirada oscura, casi negra, esa que, para su pesar, tenía el color de la noche misma, estrellada e inmensa. ¿Cuantas aventuras no guarda la noche y cuantos amoríos no tendrá ella con esos ojos? Se cuestionaban muchos. Pero Hunter sabía la verdad. Tenía bien grabado que Madeline era más pura que los lirios, más transparente que el vino blanco, y para su gusto, era igual de embriagante.
La dama en cuestión era un ángel, y él también lo era, pero uno caído.
— ¿Cuantas veces tendrás que poner a tu madre a darte sermones sobre el hecho de que no está bien visitar a un hombre en su casa? ¿Olvidas que ni siquiera tienes marido?—saludó el caballero inclinándose levemente para besar esa mano enguantada. Dios, había noches en las que se le llegaba la madrugada preguntándose cómo sería la textura de su piel si sus fuertes manos la tocaran. Después, tenía que lidiar con el calor que lo invadía y terminaba repitiéndose a sí mismo que Madeline era como una hermana para él, una diosa intocable.
—Querido, eres Hunter, mi amigo—pronunció con su delicada voz—. Jamás me harás algo que yo no quiera.
El hombre tragó grueso. Estaba seguro de que ella no le había encontrado doble sentido a lo que hablaba, pero por todos los santos que si Madeline supiera lo que las manos de él podían hacerle, gustosa le entregara el cuerpo, pero no el alma, porque ese espíritu puro, él jamás se lo envenenaría.
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La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICO
Ficción históricaÉl probó de su inocencia, besó sus labios con devoción y calentó su piel suave en cada zona que sus dedos fuertes tocaron. Él la hizo sentir como si un incendió floreciera en su interior. Un gusto que se le antojó como para disfrutarlo bajo el manto...