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Me dejé en tiPara que siempre encuentres el camino de regreso

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Me dejé en ti
Para que siempre encuentres
el camino de regreso.

-Paco Álvarez.

~•~

«No eres lo que yo quiero para mí vida»

Le había dicho ella, ¡ella!, La diosa a la que le rezaba con besos, a quien adoraría por sobre todas las cosas, el pecado hecho mujer.

Y él no lo soportó. Anduvo con pasos fuertes por el pasillo gritando barbaridades para que los lacayos se levantaran y sacó unas cuantas monedas de su bolsillo para quien se atreviera a volver a la ciudad bajo aquella lluvia que no cesaba.

Los truenos le retumbaban en los timpanos como las palabras de aquella dama calaban en su corazón y se repetían y repetían haciendo eco, volviendo a romper todo a su paso, con cada honda que se expandía.

Antes de si quiera saborear la idea de volver con ella, se subio a un carruaje con la lluvia en su fuerza máxima y anduvo durante horas mirando por la ventana en un intento fallido por sacarsela de la cabeza.

La amaba. Lo supo cuando escuchó a la perfección como su pequeña boca le confesaba que sentía mil cosas por él, y ahora, en tan solo unos cuantos minutos, le derrumbó en la cabeza cada uno de los sueños que se había ideado.

Le dolió. Lo destrozó. Sólo fueron unas cuantas palabras y Dios sabía que él hubiera preferido mil veces que lo arrojaran por un acantilado.

Ella no sabía el poder que tenía ante él; Ella no sabía que era la primera vez que lloraba en años, porque así lo hizo. Unas cuantas lágrimas navegaron por sus mejillas porque su alma ya no soportó el dolor y lo sacó de forma abrupta por aquellos ojos que reflejaban perdida.

Lloró en silencio, solo unos segundos, ni muchos, ni pocos, lo suficiente para sentir que caía y no había nadie que lo levantara.

Cualquier persona que dijese que los hombres no lloran, era porque no había sido Madeline quien le rompio el corazón.

Después de unas horas la ciudad se dejó ver frente a sus ojos y a los minutos el carruaje se estacionó frente a la mansión del señor Gibbs. Damon sabría que hacer. Él le daría las palabras frías suficientes para formar argumentos coherentes que convencieran a su corazón terco de que debía olvidarla, sí, olvidarla hasta que ya no quedara rastro de ella.

-Vaya a mi mansión y dejé el equipaje ahí-le ordenó al cochero mientras se bajaba del carruaje. El hombre obedeció mientras el Duque corría bajo el manto de agua que seguía cayendo, hasta que encontró refugio en la entrada de su buen amigo.

El mayordomo tardó unos minutos en abrir, reprochando por lo bajo que no era una hora adecuada para visitar una casa.

-¿Donde está el señor?-cuestionó Hunter, dejando un camino de huellas húmedas por donde iba pasando.

La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora