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El infierno abrió sus puertas para recibir a los amantes condenados

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El infierno abrió sus puertas para recibir a los amantes condenados.
El castigo había llegado.

-Katt Wallas.

~•~

Una semana después.

Francia.

El pecho de la marquesa subía y bajaba con lentitud. La noche anterior la fiebre había atacado su cuerpo como una lengua de fuego que la cubrió completa y esa mañana, esa afortunada mañana, se despertó con la frente fría. Ni siquiera el doctor se lo podía creer. Por fin le había bajado la fiebre, pero solo eso, porque no tenía las fuerzas para levantarse de la cama y sus pulmones apenas y retenían el aire.

—Creo que esto te alegrará el día—anunció Lord Lamb entrando a la habitación de su esposa con unos sobres en la mano.

La noche anterior apenas y se había alejado de ella. No se movió de su lado ni siquiera un centímetro. Se quedó ahí, tomando su mano y cambiando los paños de su frente, como llevaba haciendo todos los días desde que enfermó. Temia perderla. Solo Dios sabía el dolor que yacía en su pecho cada que lo pensaba, pero los diagnosticos no eran alentadores. Ni uno solo. Todos tan diferentes y cada cual, mortal a su manera.

Lady Dianna se levantó poco a poco y su marido corrió a su lado para ayudarla a apoyar la espalda en el cabezal de la cama. Estaba delgada. Las grandes manos del marqués tomaban con delicadeza los finos brazos que habían perdido el tono brilloso de la piel, temiendo romperlos y lastimarla.

Un quejido salió de la boca de la señora cuando estuvo recta y ante tal dolor, solo esa fue su reacción: Un pequeño sonido que reflejó todo su sufrimiento. Ella siempre fue fuerte, dura, una piedra ante todos y ante todo. No daba el brazo a torcer y estaba  dispuesta a lo que fuera para que se hiciera su voluntad.

Y en esos momentos, ésta definitivamente era no morir.

—¿Qué tienes ahí?—su voz fue débil pero sus ojos mostraban la determinación que aún quedaba de su escencia.

El marqués sonrió levemente y se sentó a su lado tendiéndole los sobres.

—llegaron cartas de Londres—miró los papeles en las finas manos pálidas—. Abrelas.

Ella lo intentó. Durante varios segundos estuvo intentando rasgar el papel y su esposo la observó, sabiendo que ella podía, que sacaría las fuerzas de donde no las tenía. Y lo logró. Las desdobló lentamente y achicó los ojos para enfocar las letras elgantemente escritas.

—Es de Madeline—anunció con la felicidad bañando su pecho y por tan solo ese momento se olvidó de su enfermedad, concentrando todos sus pensamientos en su futura condesa—. Dice que está bien y que nos extraña.

Saboreó lo último y se sintió mal por no poder estar ahí en aquel momento tan importante en su vida. El marqués lo persivio y se acercó más a ella, hasta recostarla en su pecho y besó su frente, su fría frente, intentando consolarla y hacerla sentir mejor.

—En cuanto te recuperes volveremos a Londres—la voz cansada del marqués no salió muy convencida.

—Me temo que no será pronto, querido—le respondió su esposa sintiendo un dolor punzante en su pecho. Dobló con cuidado la carta de su hija y tomó el segundo sobre, abriéndolo con un poco más de facilidad.

Sin ser consiente, frunció el ceño al ver quién lo escribio. Leyó con cuidado cada palabra apresurada que fue escrita en el papel por la doncella de su hija y con cada letra el vómito subió a su garganta.

El marqués sintió a su esposa temblar y notó como el color desaparecía de su rostro. Se preocupó. El miedo fue fuerte y la volteo hasta que lo miró directo de los ojos, con esas pupilas que reflejaban coraje.

—¿Qué sucede, Dianna?—la removió asustado.

La mujer intentó hablar mientras arrugaba el papel en sus manos, transmitiéndole todo el odio y repugnancia que sentía. El nudo en la garganta se destapó poco a poco, hasta que un grito salió por su boca.

—¡N-Nos traicionó!—habló con la poca voz que tenía y se comenzó a remover en la cama intentando ponerse en pie.

El marques la tomó con los brazos y sintió como la fiebre volvía a teñir de rojo su cuerpo.

—Mírame, Dianna-la obligó a hacerle caso—.¿Quien nos traicionó?

—Standich—habló entre dientes saboreando a la víctima de su ira, al que pagaría por todo. Lo haría sufrir por su irresponsabilidad. Él no era bueno para su hija. Un hombre que merecía el infierno no podria acercarse a ella, por su atrevimiento, lo haría pagar con sangre—. Sara lo encontró en la cama de tu hija.

Soltó las últimas dos palabras con asquerosidad porque en lo que a ella respectaba, Madeline podía comenzarse a olvidar de que tenía una madre, hasta que se pusiera de rodillas y le suplicara perdón.

El marqués palideció sin creer las palabras de su mujer.

—Lo que dices son tonterías—solto sin más.

Pero Lady Dianna canturreó una risa amarga.

—La carta lo dice claramente.

Él negó con la cabeza, sin ganas de leerla.

—Entonces debe de ser un malentendido. Enviaré ahora mismo una carta a Londres para...

—No—lo cortó con voz firme—. Nada de cartas.

Lord Lamb la miró temiendo lo que saldría de su boca.

—¿Entonces?

—Seremos nosotros quienes iremos a Londres y en cuánto toquemos tierra quiero que retes a duelo al Duque.


~•~

¡Hola, corazones!

El plan para hoy es subirles dos capitulos más que irán teniendo conforme vaya terminandolos❤️

¡Espero que los disfruten!

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La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora