Eres el único pecado del que no me arrepiento.
-Katt Wallas.
~•~
Sara Becher, la doncella de Lady Lamb, era lo que se podría llegar a decir, demasiado puntual. Solía despertarse en cuanto salía el sol, se daba un baño y desayunaba antes que nadie para estar lista y comenzar su trabajo.
Siempre había sido así. En la casa de los marqueses era su rutina diaria y ahora, estar con el déspota del Duque de Standich, no lo cambiaría.
Anduvo por los pasillos de la gran mansión, reconociendo que no había estado en una tan elegante, siendo que su madre había sido ama de llaves en la casa de los marqueses, y su padre, el mayordomo. Había tenido una buena vida, y estaba gozando de buenas oportunidades, eso era algo que le agradecía a Dios todos los días.
Llegó a la cocina buscando su desayuno y, para su sorpresa, solo encontró en el suelo, la camisa y el chaleco de un hombre. Incluso, a veces resultaba normal aquella escena, sabiendo que en el pueblo había muchos borrachos, pero, ¿por qué en la casa de un duque?
Tomó las prendas algo vacilante, con el ceño fruncido y las manos temblorosas, y notó a simple vista que la tela era tan elegante que no podía pertenecer a los empleados del lugar, sino al mismísimo dueño.
Había escuchado rumores por todos lados de que el Duque era un experto seduciendo mujeres. Las viudas lo adoraban y las cortesanas eran sus preferidas, y ahí estaba ella, intentando cuidar a una debutante de las garras sucias de ese hombre.
Le dio asco, tanto, que olvidó el hambre que navegaba por su estómago y se dispuso a dejarle la ropa a la empleada del aseo para que se ocupara.
Siguió caminando para no pensar en aquel hombre, que si bien todos los empleados de la casa presumían que era el mejor patrón del mundo, ella sabía que no era así. Por Dios, ella creció junto a Madeline y sería una completa mentira si señalara a su Gracia como un santo.
Anduvo por el pasillo de la planta alta y se detuvo frente a la puerta de Lady Lamb. La señorita bien le había dicho, incontables veces, que no tocara la puerta en la mañana que llegara para ayudarla a vestir, ya que odiaba despertar con el sonido irritante de la madera al ser golpeada. Así que, siguiendo como siempre su rutina, solo la abrió.
—Buenos días, señori...
Y la voz se le fue.
Se sostuvo del marco de la puerta para no caer y se quedó como una estatua al encontrarse a Lord Standich, con la parte superior del cuerpo totalmente descubierta, en la cama de una dama, que yacía tendida en su pecho con el camisón desacomodado y las sábanas en el suelo.
El espanto la recorrió completa. Las ganas de vomitar por la rabia se le incrustaron en la garganta y la impotencia de no poder hacer nada, sin poner en riesgo la virtud de la dama, la llenó de coraje.
¡Eso era inaceptable! Todo un repudio que ella misma no se encargaría de difundir, no si afectaría a aquella niña que fue su compañera de juegos.
Cerró los puños con fuerza y sujetó su corazón para que no se le saliera por la boca. Dio media vuelta y salió por la puerta como si no hubiera pasado nada, como si no hubiese encontrado a Madeline y al Duque dormidos en esas... condiciones.
Su mente era un manojo de nervios y sabía lo que debía de hacer.
~•~
Una hora después.
Hunter llevaba media hora mirando a Madeline dormir y estaba seguro al decir que parecía que el mundo había dejado de ser el mismo, que el tiempo se había detenido y que una gran explosión había consumido a toda persona sobre la tierra, dejándolos a ellos dos como únicos sobrevivientes. Solos. Con las piernas entrelazadas y las manos del Duque paseándose por la blanca espalda de la dama.
La vio dormir como quien aprecia a una obra de arte, tan embelesado que nunca, jamás, había tocado la tierra un hombre, que mirara con tal fascinación a una mujer.
La sintió removerse, no tan inquieta como para desconocer que estaba en su pecho, sino suave, como si sintiera su piel en cada rose de su mano pálida.
De repente sus ojos oscuros se abrieron con elegancia y lo miró. El corazón de Hunter comenzó a latir con fuerza temiendo que le pidiera que se fuera, pero en su lugar la dama solo sonrió.
—Te ves lindo cuando duermes—le dijo y se acomodó mejor, quedando completamente sobre él, a pocos centímetros de su boca—. Y aún más cuando finjo estar dormida y te dedicas a verme.
Una carcajada salió de la boca del hombre y la atrajo hacia él, besándola, haciéndola sentir que tocaba el cielo, sin ambos tener una idea del infierno que los esperaba.
~•~
El Duque midió sus posibilidades de salir de la habitación de la dama sin ser visto, pero al final mandó todo al carajo y terminó saliendo con pasos lentos rumbo a su habitación. No pensaba llamar la atención y si lo hacía, sinceramente le valía un cuerno. Sus empleados le eran leales porque él era bueno con ellos. No tenía que temer, así que solo caminó como si no estuviera medio desnudo, porque, en realidad, no recordaba ni siquiera donde había dejado su camisa.
Anduvo por el largo pasillo pensando en las posibilidades de pedir que le cambiarán la habitación a Madeline por una más cercana a la suya. Sí, esa sería una buena forma de tentar al diablo.
Entró a su alcoba con una sonrisa de campeón en el rostro y miró ahí, en su cama, una camisa doblada de forma perfecta junto al chaleco que utilizó el día anterior para la cena.
Su ceño se frunció. Las empleadas de la limpieza siempre guardaban su ropa en la cómoda, sin siquiera consultarle, porque simplemente era su trabajo que todo estuviera limpio y en su lugar. Y en cambio, esas prendas estaban ahí, resaltando sobre la sábana pulcramente tendida, como un mensaje a gritos.
La sangre se le congeló al recordar que la noche anterior las había dejado en la cocina, cuando Madeline y él...
«Por Dios.»
Alguien los había visto.
Hunter abrió lentamente la boca, degustando hasta la impresión, y con sus ojos examinó cada detalle de aquella amenaza que representaban las telas.
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La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICO
Historical FictionÉl probó de su inocencia, besó sus labios con devoción y calentó su piel suave en cada zona que sus dedos fuertes tocaron. Él la hizo sentir como si un incendió floreciera en su interior. Un gusto que se le antojó como para disfrutarlo bajo el manto...