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Te confíe mi corazónY lo destrozaste sin detenerte a pensar Que nadie en el mundo te amaba como él

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Te confíe mi corazón
Y lo destrozaste sin detenerte a pensar
Que nadie en el mundo te amaba como él.

-Katt Wallas.

~•~

Cuando finalmente los barones se marchaban, Madeline se repitió a sí misma que no era momento de ponerse cobarde. Poco le faltaba para arrancarle las greñas a la morena que la había insultado, y utilizaría toda esa rabia para enfrentar al Duque y arreglar aquel enredo que yacía en su cabeza.

-Que tengan buena noche-se despidió Hunter con una gran sonrisa mirando cómo los invitados se marchaban, y fue en ese momento, en el que finalmente quedaron solos, que él le regaló a la dama la mirada más fría que pudo expresar su alma.

Madeline tembló.

«No seas una cobarde»

-¿Crees que podamos hablar?-le preguntó dudosa, intentando ocultar el nerviosismo que le jugaba en contra.

El mayordomo que yacía detrás de ellos abandonó la estancia a paso apresurado prediciendo la tormenta que se desataría en pleno recibidor.

-Creo que ya todo está dicho-le respondió de forma seca, siendo esa la segunda frase que le había brindado en la noche.

Aún le dolía recordar la primera.

-Bueno, ahora ya hay más cosas que decir- «no seas una cobarde» -. Crees que podamos hablar en tu despacho?

Le cuestionó sabiendo que el recibidor no era el lugar correcto en el que se debía de llevar aquella charla. El Duque soltó un suspiro cargado de frustración e impotencia, y Madeline se sintió pequeñita, un diminuto bicho que él podría pisar en el momento que deseara.

-Si no queda más opción...-soltó resignado dando media vuelta sin esperarla y avanzó a paso rápido hasta su despacho. Parecía apurado, con ganas de acabar con todo aquello de una vez, y Madeline saboreó la idea de que, solo tal vez, estuviera deseando que el tiempo con ella fuese corto, porque ya no sentía nada que la incluyera en su vida. Y eso la aterró, le congelo la sangre e hizo que sus pasos fueran lentos, precavidos, y, por primera vez, dudosos.

Hunter llegó poco antes que ella y cuando Madeline entró en el despacho, él ya estaba sentado detrás del gran escritorio, con la espalda recta y el rostro imperturbable, como todo un hombre de negocios que se hallaba a punto de despedir a un mal empleado.

Se quedó muda y las palabras se negaron a salir.

-¿Qué?¿no piensas hablar?-le cuestionó grosero provocando que las palabras le llegarán agrias a los oídos-. Mira, Madeline, tengo mucho trabajo que hacer y te agradecería que...

-No-le soltó cansada de que esa noche todos pasarán por sobre ella, de sentirse pequeña, de no poder contestar por sentir aquel jodido nudo en la garganta que le impedía dar su opinión. Y tembló, le sudaron las manos y el estómago le dió mil vuelcos, pero se contuvo, prometiendose llorar cuando saliera rota de ahí-. Yo te agradecería que me escucharas antes de comenzar a quejarte.

La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora