En verdad que hay sentimientos que es mejor que se queden en lo platónico; y es mejor recordarlos así, irreales, inacabados, porque es eso lo que los hace perfectos.
-Gabriel García Márquez.
~•~
—Soy un idiota—se quejó Hunter, enterrando la cabeza entre sus manos.
Frente a él, Damon, con las ojeras marcadas y un traje puesto a la carrera, levantó las cejas con incredulidad, examinando el patético estado en el que se encontraba el Duque.
—Bueno, eres un idiota con recursos que logró sácarme de la cama a media noche—soltó las palabras con amargura mientras se inclinaba para servirse un poco vino. Necesitaba algo que le mantuviera los ojos abiertos mientras Hunter le contaba sus penas—. ¿Qué hizo Madeline ahora?
Sabía perfectamente por dónde comenzar, porque justo después de que esa oración le quemara a su amigo como un metal caliente, degustó cada uno de sus puntos débiles.
—Sírveme Whisky—le suplicó Hunter sin levantar la cabeza porque el dolor punzante que la atacaba no lo dejaba ni siquiera ver la luz de la chimenea.
El señor Gibbs negó.
—Estás más que ebrio. Llevas una semana sin salir de tu despacho y hueles a podrido. No te serviré más whisky.
Ésta vez, Hunter se armó de toda su fuerza para enfocarlo con sus ojos sumamente hinchados. Debía de ser una amarga broma, pensó, pero luego recordó que Damon no es de los que sueltan chistes.
—¿Me contarás qué sucedió con Madeline o puedo marcharme a casa?
Él sabía perfectamente como lidiar con el carácter alcoholizado del Duque. Se lo sabía de memoria porque estuvo con él la primera vez que probó el whisky. Aquel espantoso hábito era algo que ya le había intentado arrancar, pero tenía echada tanta raíz en sus entrañas, que se rindió dando por hecho que era un asunto de sangre.
Miró como, cansado, Hunter daba un largo respiro antes de comenzar a hablar.
—Me ha dicho que siente algo por mí.
Y con tan solo esas simples palabras provocó que su amigo casi saltara de la silla como un resorte. Damon tuvo que repetirse mentalmente la oración, darle un par de vueltas y degustar lo dicho, porque una parte de él no entendía dónde radicaba el problema.
—¿Y por eso estás así?—soltó ingenuo, mirando como Hunter se acomodaba en el asiento, tratando de rejuntar del suelo un poco de su dignidad.
—Me lo dijo y tras escucharlo la besé—comenzó a contarle con los dientes apretados—. ¡La besé cómo no he besado a nadie más, maldita sea!
Damion abrió los ojos con temor.
—¿Y luego qué?
Escuchó cómo soltaba una carcajada amarga con olor a licor.
—Recogí su ropa, la puse en sus pequeñas manos y en lugar de decirle que la amo, le pedí que se fuera cómo si jamás la quisiera volver a ver.
Damon asintió lentamente mientras le daba un buen trago al vino. La verdad, no tenía mucho que pensar.
—Sí, eres un idiota—corroboró de nuevo con el Duque provocándole una mirada de irritación mientras volvía a esconder el rostro—. ¿Por qué demonios hiciste eso? Creí que lo llevabas deseando desde que le diste el primer beso.
Las palabras le dolieron a Hunter. Le dolieron porque eran verdad, porque la deseaba, porque todo su cuerpo la anhelaba, porque cada uno de los pensamientos que lo dominaban llevaban su nombre. Le dolieron porque no podía parar de soñar a sus ojos oscuros teñidos de dolor, un dolor que él mismo había causado.
—Tengo que alejarme de ella, Gibbs. No soy bueno para Madeline, ¡No soy bueno para nadie!, ¡Mírame, por Dios!
Volvió a levantar la cabeza, provocando una lastima en su amigo que no podía comparar con nada.
Damon lo miró triste, cabizbajo, sin ganas de luchar. Lo supo tan roto que un nudo se le clavó en la garganta.
—¡Maldita sea!—explotó por fin, porque era media noche y no estaba en su cama, y porque no podía soportar el horrible estado en el que se hundía su amigo—. ¿Desde cuándo te conformas?—Hunter no respondió—. ¡Mírame y dime desde cuándo te conformas!
Le exigió dejando el vino a un lado y poniéndose de pie. Tras volver a quedarse mudo, Damon se levantó, se acercó a él y lo tomó del corbatín para que levantara el rostro. Lo miró directo a los ojos, con una mirada fría y llena de coraje.
—Eres Hunter Paradig, el Gran Duque de Standich, y mírate, conformado porque un conde de segunda que te ha ganado a tu mujer.
De nuevo, miró cómo las palabras le dolieron.
Debía de ser duro con él, calarle hondo, lastimarlo para que no le quedara más opción que aceptar que había cometido un error que aún tenía solución.
—¡Mírame a los ojos!—volvió a exigirle—. Vas a luchar por Madeline, ¿entendiste?
Debía de animarlo, de encender el fuego que había sido apagado con una amenaza corriente.
Hunter asintió tras sus palabras, tragando fuerte.
—Voy a luchar—lo dijo demasiado bajo para el gusto de su amigo.
Damon apretó un poco más el corbatín.
—Te meterás en la cama y mañana tomarás una ducha helada, y no quiero que vayas a desayunar sin haberte puesto enfrente de esa mujer diciéndole que la amas. La conquistarás y cuando su padre vuelva, hablarás con él para pedir su mano.
Eso sonaba a un buen plan, debía de admitirlo el Duque antes de que siguiera atascado en el mismo agujero.
—Es bueno, pero no creo que el Marques me desee para su hija.
Damon rio sin soltar su agarre, lo hizo porque el Duque estaba tan ebrio que no se daba cuenta de las palabras que salían por su boca.
—Eres un Duque poderoso, ¡Por Dios, no te dan la corona porque no quieren!—se acercó un poco más para remarcar las palabras—. Te aceptara, solo tienes que luchar.
"Luchar"
Repitió Hunter en su cabeza, para que la palabra se le quedara tan incrustada ahí, que fácilmente la pudiera recordar por la mañana.
—Voy a luchar—lo dijo aun más fuerte y Damon sonrió.
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La Debilidad De Un Caballero 1 EN FISICO
Historical FictionÉl probó de su inocencia, besó sus labios con devoción y calentó su piel suave en cada zona que sus dedos fuertes tocaron. Él la hizo sentir como si un incendió floreciera en su interior. Un gusto que se le antojó como para disfrutarlo bajo el manto...