Capítulo XXXV. Domar a la Bestia

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Aquellos dos pilares de cegadora luz, aunque parecían haber detenido el tiempo para todos quienes estaban presentes en el campo de batalla, se desvanecieron en cuestión de pocos segundos. El agarre de los tentáculos se Seth se aflojó y los cuerpos sin vida de los dos valerosos guerreros comenzaron a caer por efecto natural de la gravedad.

Widrake estaba en un shock absoluto que no le permitía ni pensar, por lo que fue Ada quien tuvo que actuar. Con ayuda de sus poderes, atrapó el pequeño cuerpo de Black envolviéndolo en una especie de burbuja, para hacerlo descender con suavidad hasta sus manos; mientras que Dark dió un salto para tomar en brazos el cuerpo de su fiel sirviente y amigo Phosfore.

Al aterrizar, el híbrido sencillamente cerró los ojos y bajó la cabeza como si hiciera una reverencia honrando la increíble actuación de Infernum. Luego de unos segundos de respetuoso silencio, Dark le habló al cuerpo inerte.

—Buen trabajo, descansa, Phosfore. —fue lo que dijo.

Acto seguido, se dió la vuelta y lo colocó en el suelo con una sutileza impropia de él, junto a los guardianes que yacían ahí exhaustos por haber ejecutado el Ataque Elemental. En todos ellos se reflejaba la tristeza y frustración de haber perdido a un camarada sin poder haber hecho algo para ayudarlo.

—Cúidenlo —dijo a secas.

Las bestias asintieron sin más.

Ada, por su parte, se hincó para estar al nivel de Windrake cargando con sumo cuidado el cuerpo de Black.

El Huracán no podía siquiera sostenerse sobre sus cuatro patas; sin embargo, al contemplar al hermano que había perdido, que tanto había luchado por recuperar y a quien había prometido una vida pacífica como último acto, indudablemente muerto a manos de Seth, monstruo que se supone nunca debió haber despertado, sin que él hubiera podido hacer absolutamente nada para siquiera intentar salvarlo, finalmente reaccionó saliendo de ese extraño estado de pausa.

Y no había ninguna reacción posible que no fuera una rabia poderosa, incontenible, e infinita.

—¿Cómo... —comenzó, intentando levantarse tembloroso y con la voz entrecortada—... ¿Cómo te... atreviste?

Seth, desde arriba sonrió divertido y, burlón, contestó.

—¿Acaso alguien dijo algo? ¡Bueno, no importa! ¡Damas y caballeros, con las espectaculares muertes de un par de traidores concluimos el pirmer acto!

Mientras el monstruo reía, Windrake, con un esfuerzo titánico, se levantó, haciendo vibrar su pequeña armadura por el temblor de sus patas que apenas podían sostenerlo.

—¡Windrake! —exclamó Ada preocupada—. ¡No te levantes! ¡Estás muy débil!

El dragón la ignoró.

Y fue ahí donde ella supo que él estaba más que mal.

Un remolino muy pequeño, casi insignificante, se formó alrededor suyo y, batiendo sus alas con el extremo dolor de la fatiga muscular, se elevó en el aire, hasta donde Ángel sostenía el Báculo de la Rosa, ante la mirada atónita de todos.

Sin pensarlo, se chocó aquel Objeto Sagrado, clavándose así varias espinas, sin importarle en lo más mínimo el terrible dolor que esto le causó.

Imnmediatamente sintió como la energía regresaba e inundaba todo su cuerpo, así que, nuevamente sin pensarlo, e ignorando las llamadas desesperadas que su Maestra le hacía, actuó.

—¡Y para continuar con este increíble espectáculo les presento...

Seth no pudo terminar su frase, pues una enorme cuchilla hecha de aire comprimido le atravesó el pecho de lado a lado. Se trataba de la Lanza de Viento.

Angel the Cat: Dioses y MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora