Capítulo XXIV. El Rastrillador.

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Ya era de noche para cuando el Aeromóvil ingresó aquella gigantesca isla, parte boscosa y parte desértica, llamada Oceanía.

Sobrevolando el desierto, Shen eligió aterrizar en una meseta rocosa fuera del alcance de los animales salvajes, si es que había alguno, pues, por el momento, el lugar hacía honor a llamarse desierto.

Hombre precavido vale por dos.

El cielo parecía sacado de una pintura impresionista gracias a la infinita cantidad de estrellas estampadas por su oscura extensión, cual luciérnagas adheridas por la eternidad a la bóveda celeste.

Sin embargo, no hubo tiempo para detenerse a admirar tan hermosa vista, nuestros héroes inmediatamente descendieron y comenzaron a avanzar por el desierto.

-Que recuerdos... -pensó Leona al comenzar a andar a través del estepario lugar.

De día hubiera sido un suplicio, pero el calor había sido remplazado por una fresca brisa gracias a la noche.

Los cinco avanzaron en silencio a través del extenso ecosistema, hasta que una brisa más fuerte comenzó a soplar, haciendo que se levantara un remolino de arena que envolvió al grupo, cual si tuviese inteligencia propia. Una vez los hubo cubierto, se hizo más fuerte, al punto se eliminar por completo la visibilidad del entorno.

-¿Qué es esto? -preguntó Ángel alerta.

-Nos está llevando a él -respondió Windrake despreocupado-. Este reptíl nunca cambia.

Unos segundos después, el remolino se disipó revelando un lugar totalmente diferente al anterior, que, sin embargo, lucía mas o menos igual.

Cosas extrañas de desiertos.

La única diferencia apreciable (abismalmente apreciable, de hecho), era el templo de piedra grisácea y raída, de una forma piramidal, cuyo estilo arquitectónico hacía recordar al de los antiguos sumerios.

Era del tamaño de la más pequeña de las tres grandes pirámides de Egipto, tal vez un poco menor.

-Aquí estamos. -aclaró Windrake-. El Templo de la Fuerza.

Sin dar tiempo a que nadie más pudiese hablar, un estruendo resonó estremeciendo toda el área circundante.

Uno más

Y otro.

Eran las pisadas de una criatura enorme, o tal vez desproporcionadamente pesada.

Desde dentro del templo, comenzó a emerger aquella imponente figura. Cuarto fuertes patas armadas con poderosas garras alzaban a aquel inmenso lagarto hasta superar la talla de cualquier elefante.

Ni hablar de sus casi diez metros de longitud.

Esa intimidante criatura se acercó con un andar lento y pesado hasta llegar a nuestros héroes.

-No imaginaba que fueras tú, huracán. -dijo el lagarto, con una voz rasposa y profunda completamente acorde con su apariencia.

-Ha pasado tiempo, terremoto. -respondió Windrake sin inmutarse ante la presencia de tan podersa bestia, ante quien el resto del grupo había retrocedido sin pensarlo.

-Veo que no has perdido el tiempo en todos estos años. -dijo Geosaurus pasando su mirada por nuestros héroes-. ¿Qué te trae por estos lares?

-Hemos venido, pues uno de los Doce demonios se aproxima. Creemos que tiene la intención de atacar tu templo.

-Como sea -respondió tajante-. Cualquiera que se acerque a mi templo morderá el polvo del desierto.

-Esa confianza algún día será tu ruina. ¡Es Argentum el Rastrillador de quien hablamos! Sabes mejor que nadie que con la gema de Mahes sería un verdadero monstruo.

Angel the Cat: Dioses y MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora