Capítulo XXIII. Ada y la Oscuridad

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Poco a poco.

Muy despacio.

Ada iba recobrando la consciencia.

Primero pudo escuchar.

Escuchó las corrientes de agua deslizándose con gentileza por las paredes de roca.

Una cascada —pensó.

Luego, pudo sentir.

No lo entendía, pero el tacto bajo su cuerpo se sentía suave, a pesar de estar recostada sobre la roca. La sensación era similar a la caricia de la seda.

Un tapete.

Por último, pudo ver. 

Al abrir los ojos, ninguna luz intensa la deslumbró.

La luz que había era ténue, y emanaba de pequeños pero abundantes cristales blancos inctustados en las paredes y techo de aquel lugar.

Parecía que alguien había arrancado las estrellas del cielo y las había adherido a la roca.

Esta fuente de iluminación tan peculiar, acompañada por las impresionantes formaciones rocosas que llenaban todo el lugar, y a través de las cuales fluían delgados torrentes de agua daba un aspecto de fantasía al misterioso sitio.

Ada se incorporó lentamente, hipnotizada por la mística vista que se desplegaba a su alrededor.

Al recargar sus manos para levantarse, confirmó su teoría: se encontraba sobre un tapete.

Al verlo detenidamente, la hipnotizó tanto como el paisaje.

La tela era la más fina y brillante que Ada había visto, y que jamás vería, de color principalmente rojo, bordados magníficos en hilo dorado se extendían por toda su superficie, dibujando geroglíficos egipcios.

Ella incluso se sintió culpable, por estar usando semejante pieza de arte como una simple colchoneta, pero justo cuando iba a levantarse, él apareció.

Aquel joven de aspecto serio y misterioso, piel pálida, cabello negro y largo, y mirada penetrante; vestido con su desteñida túnica morada surgió de entre la oscuridad.

—Despertaste. Menos mal que no te reuniste con los ancestros.

Ada sintió un poco de miedo al inicio, pero algo en Dark había cambiado. Ya no se sentía ese aire siniestro a su alrededor, y su mirada ya no reflejaba maldad alguna.

El miedo no desapareció por completo, por lo que Ada no pudo contestar. 

Él se percató de ello. A secas, sacó de la manga de su túnica una copa de oro, incrustada de piedras preciosas. Sin mediar palabras, se aproximó a uno de los torrentes de agua que caía y llenó esa copa hasta la mitad, para luego aproximarse a Ada y agacharse hasta estar a la misma altura.

—El agua de esta cueva tiene propiedades curativas. —explicó él ofreciendo la copa—. Bebe.

Ada seguía sin saber como reaccionar a lo que estaba pasando. El hecho de que Dark llevara el Báculo de la Cobra en su otra mano la hacía sentirse aún más desconfiada.

Sin embargo, había algo en la mirada del híbrido que chocaba con esos instintos de auto conservación.

Algo en esos ojos de color marrón casi ámbar le decía que no debía tener miedo.

Por puro impulso, sujetó aquella exquisita pieza de joyería en sus manos y comenzó a beber.

El trago fue amargo al inicio, pero a medida que bajaba por su garganta se hacía cada vez más agradable.

Angel the Cat: Dioses y MonstruosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora