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Oigo una risa infantil haciendo eco por todo el lugar, pero no abro los ojos. La risa parece ir aumentando, y cada vez se hace más fuerte. Entonces alguien me toca rápidamente el hombro.

— ¡te toca! — Abro los ojos y veo a Chloe correr mientras ríe.

— ¡Chloe, espera! — Corro tan rápido como puedo, pero no puedo acercarme.

— ¡corre, papi! ¡más rápido! — Me detengo cuando ya no oigo su risa. Entonces, aparece al frente de mi, con una pequeña sonrisa.

— Chloe... — Trato de acercarme, pero pareciera que mis pies estuvieran pegados al piso.

— Estás triste, papi, ¿por qué? — Ladea la cabeza.

— Yo... yo... — Entonces sonríe de nuevo.

— No estés triste papi. Yo te quiero mucho, mucho, mucho. — Las lágrimas empiezan a llegar a mis ojos, y Chloe se va haciendo más borrosa. Entonces, me dejo caer de rodillas como si no soportara el peso de mi propio cuerpo.

— Yo te amo, mucho, monita. — De un momento a otro ella está al frente de mi, y me da un pequeño beso en la frente.

— Pareces viejo, papi. La barba es de viejos. — Sonrío.

— Creo que me siento más viejo. — Pone sus palmas de sus manos en mis mejillas.

— Triste no, feliz. — Me da una extraña sonrisa — ¡despierta, papi!

Salto un poco, y al abrir los ojos me encuentro de nuevo en la habitación del hospital. Tenso mi mandíbula  cuando me doy cuenta de la realidad.

La mente puede ser una trampa que hace doler más de lo que piensan.

Miro la hora. Ocho de la noche.

Me levanto del sillón, y con una última mirada a Chloe, salgo de la habitación. Una enfermera me mira confundida.

— Señor Sanger, ¿no se va a quedar?
— La miro por unos segundos y trato de sonreír un poco.

— Iré a dar una vuelta. — Aún confundida, ella asiente y empiezo a caminar en dirección a la salida.

En el camino no se me hace extraño ver a personas llorar, u orando. Eso hacen las personas cuando no hay nada que puedan hacer; orar o llorar. Cualquiera de las dos te hacen sentir mejor contigo mismo.

Los entiendo; yo no he dejado de llorar desde que Chloe está en esa cama. Creo que por eso siento lastima por esas personas que no conozco. Es vivir el dolor del otro, y saber que no somos tan diferentes.

De todos modos, ellos tienen el mismo dolor que siento yo. Estamos conectados por situaciones que no podemos controlar. Y duele. Duele porque nos sentimos las personas más inútiles del mundo.

Salgo del hospital y respiro el aire frío de esta noche. Empiezo a caminar por la calle. Adonde, no tengo idea. Lo sabré cuando llegue, supongo.

Tantas parejas con hijos me están volviendo loco. ¿para que salí del hospital en primer lugar? Tal vez la situación me está oprimiendo tanto que no puedo ni respirar bien en ese lugar.

Dios, no puedo respirar bien en ningún lugar.

Me detengo en frente de un bar casi vacío. Sin pensarlo tanto, entro y me siento en frente de la barra.

— ¿algo fuerte? — Alzo la mirada, encontrándome con un señor de barba. — Tiene cara de querer algo fuerte.

— Creo que tomaré algo de eso. — Él asiente y me sirve un trago. Me deja la botella al lado, y va a servir a otros clientes.

Mi razón de vivir [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora