Capítulo 48. - Se desató el infierno

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Camila:

Insensatez, estupidez o verdadero sentimiento de amor puro; lo cierto es que no sabía cómo definir el actuar de Natalia. La muy idiota se había ido a meter a la boca del lobo sin ningún tipo de respaldo y solo había dejado como evidencia una angustia tremenda, aumentada con una despedida corta en un maldito post-it.

Miré los rostros abatidos a mi alrededor y como la presencia imponente de oficiales entrando y saliendo de la casa hacía todo más difícil. No había rastro alguno de Natalia o de Makis, parecían haberse borrado de la tierra y no había forma de encontrarlas.

Los dos días habían pasado y no sabía si catalogarlo como horriblemente aliviador por la llegada de la carta o terriblemente abrumador por saber que si Natalia había dejado ese recurso, es porque sabía con claridad que no volvería y lo que eso implicaba, era que quizás, nunca la encontraríamos.

—¿Creen que ella estará bien? — Pregunté sin un remitente específico. — ¿Ustedes creen que las encontremos?

—Es la única posibilidad que pienso aceptar. —Cortó mordazmente Juliana. — No es posible que después de todo, sea David quien gane. — Lo afilado de su mirada solo demostraba lo rota y lo enojada que estaba; finalmente era como un globo a punto de estallar por la presión. — ¡Y todavía no creo que Natalia no confiara en nosotras!

—Confía. — Olga por el contrario parecía mucho más calmada, más fría. — Natalia confía en nosotras, pero no confía en él. — Audaz con sus palabras, logró calmar las aguas de ese mar embravecido que rompía nuestros corazones. — Tienen que entender algo, y es que David mermó tanto su confianza y dañó tantas veces su cuerpo, que ella no quiere que nadie más tenga que pasar por eso. — Nunca lo había visto así. — Entiendan que fue una estaca en el corazón que Makis también tuviese que sufrirlo y simplemente no lo soportó más. — La tristeza la enmudeció un par de segundos, dejando entrever lo que sus azules ojos querían ocultar. — No la justifico, pero la comprendo, porque solo quiere salvar a quien ama de su propio demonio personal.

Las palabras de Olgui calman enormemente el ambiente y el aire de la camaradería se instaló entre las personas que estaban presentes en nuestra conversación. Jaime era uno de los que estaba inmerso en las palabras alentadoras de nuestra rubia, porque era él quien más culpa se atribuía al decidir dar un paso al lado sin detener a David.

Algo que atormentaba a Jaime desde el día que se enteró, es el hecho de que si él hubiese dado aviso de alguno, las cosas no habrían terminado en esta incertidumbre tan grande. Nadie lo culpaba, pues sabíamos que él solo lo hacía con la intensidad de todas las personas que lo rodeábamos. Pero ahora, estaba tan decidido a asegurar la felicidad de su pequeña y la caída de David, que no había forma de parar sus inquiero pies en algún lugar.

—¿Ha llegado algo? — Preguntó entrando a las carreras a la casa de Natalia.

—Aún nada. — Soltó Andrés, el hermano de Natalia, quien parecía ir por el quinto cigarrillo de la mañana. — Aunque por lo general el correo lo traen después de las doce. — Disimuladamente miró su reloj, intentando bajar esa ansiedad de ver el reloj avanzar. —Aún faltan unos cuantos minutos para el mediodía.

—¿Por qué no confío en nosotros? — Preguntó el otro hermano, buscando consuelo en alguna de las personas que estaba ahí. — ¿Por qué se fue hasta allá, sola?

Adriana sollozó hundida en algún sillón perdido en la esquina de la sala, ganándose la atención de todos los presentes al ver como una vez más, esa madre desesperada se derrumbaba.

—No lo puedo creer. — Susurró abatida. — No puedo creer que esto le esté pasando a mi niñita y a Natalia. — Cubrió su rostro con desesperación, intentando silenciar las lágrimas que caían cruelmente. — No puedo creer que no pudiera evitarlo.

Para que nadie se entere - (Ventino) [Makia] ReescritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora