Capítulo 30. - Hora de ponerse de pie.

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Makis:

—¿¡Qué!? — Murmuró completamente sorprendida.

Mi corazón está encogido y escondido en lo alto de mi garganta, como si huyera de su lugar de origen para poder escapar de cualquier daño que alguien quisiera hacerse. También estaba Natalia, la dueña de mi alma que parecía no estar enterada de nada delo que pasaba a su alrededor. Por otro lado estaba mi suegra, la mujer que había sido un amor durante gran parte de nuestra amista, pero que ahora era igual de peligrosa a una leona defendiendo a su cachorro, pues me estaba enfrentando por la relación que tenía con su hija.

Mi Dios, nunca me había tocado este tipo de situación.

— Makis. — Volvió a llamar con voz firme, pero calma. — Respóndeme, por favor. — Pidió con apremio. — ¿Cuánto tiempo llevas con mi hija?

En ese momento, sus dedos se colaron entre los cabellos de su hija, dando caricias tan suaves que parecía que en cualquier momento se rompería en mil pedazos y quedaría hecha polvo.

Sus ojos castaños eran iguales a los de Natalia, demasiado igual. En este momento sentía que estaba mirando una versión mucho más experimentada y mucho más dispuesta al ataque de Natalia Afanador. La comprendía, ella quería proteger a su hija luego de presenciar la horrible escena de su exnovio ultrajándola hasta el punto de casi matarla. Yo también estaría a la defensiva.

— Yo... Yo... Yo no sé de qué habla. — Balbuceé penosamente. — No...no... es que... ¿Yo? — Pregunté apuntándome a mi misma como si hubiese alguien más con mi nombre en esa sala.

Era penoso, completamente deplorable. Pero no me pueden juzgar, estaba nerviosa y ella no estaba para mirarme con esas sonrisas traviesas que me daban tanta tranquilidad.

— Por favor Makis, soy su madre. — Lanzó con un tono de voz que no logré descifrar. — Hay cosas que una madre no puede obviar, y una de esas es la mirada de una hija completamente enamorada. — Sus ojos seguían escrutando los míos con apremio. — Veía como mi hija se quedaba mirándote, como suspiraba cada vez que llegabas. Era como si tu fueras su salvación, como si nada más que tu importase en el lugar en que se encontraban. —Su mano se puso sobre la mía, irradiando un calor que parecía irreal. — Nunca comprendí porque seguía con ese idiota cuando eras tú quien era la protagonista de sus miradas; no lo comprendí hasta que la vi llorando bajo los brazos de ese monstruo, hasta que vi que la única manera de que ella lo quisiera era con amenazas y malos tratos. — Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas, demostrando lo rota que se sentía. — Tuve que verla sufrir para darme cuenta de la verdad, todo porque fui demasiado cobarde como para preguntarle que es lo que pasaba en su corazón. —Sus dedos se entrelazaron con los míos. — Así que por favor, no más mentiras. ¿Desde cuando estás con mi niña?

— Ya desde hace 5 meses. — Respondí sincera, perdiendo mis ojos en esas mejillas sonrosadas que se recargaban en mi pecho. — No somos novias. — Aclaré con rapidez, intentando controlarme para no sonar demasiado impaciente. — Pero, no es porque no la ame. La amo demasiado, pero es ella quien quería un inicio limpio, sin que David estuviese metido por el medio. Me pidió tiempo para terminarlo antes de pedirme ser mi novia.

—¿La amas? — Preguntó con cierta esperanza escondida en la voz. — ¿La amas de verdad?

Asentí. — La amo con todo mi corazón y haré todo lo que esté a mi alcance para hacerla feliz. — Era más una promesa que una declaración, pero era lo que ellos necesitaban en este momento. — Yo...yo quiero hacer que se sienta amada.

Levanté la mirada, yendo un poco más allá de los hombros de la mamá de Natalia. Recargado contra la puerta, Daniel Afanador me miraba con una sonrisa sincera, casi agradecida. El hombre dio unos pasos, acariciando a su paso los hombros de su mujer, y luego, al igual que un padre primerizo al recién nacido, él se arrodilló al lado de la cama.

Para que nadie se entere - (Ventino) [Makia] ReescritaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora