22. El Faro del Caballo

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Pasa sobre mis párpados el cielo fácil
a dejarme los ojos vacíos de ciudad

Mario Benedetti

La convivencia es algo complicado, sobre todo si eres un desastre como yo y un ser lleno de orden y calma como Gabriel.

–Pero... ¿Cómo puedes tener la maleta tan ordenada? –Pregunto comparando la suya y la mía que casi no puede cerrarse por el desorden que hay, por no hablar de la ropa que he sacado fuera porque no sé qué ponerme para hacer la ruta del faro.

–Porque soy una persona civilizada, no la dueña de una tienda en rebajas constantes.

–Por una vez, el imbécil tiene razón. –Dice Vilma sacando unas mayas negras junto con un chaleco rosa. –Te quiero ver con la ropa en la mano para entrar en el baño cuando yo salga, ¿entendido?

–Pero... Si es que no encuentro mis leggins. –Respondo haciendo un puchero. Gabriel resopla, se sienta a mi lado y saca toda la maraña de ropa que empieza a doblar con una maestría increíble. Me quedo embobada mirándole, ¿me está colocando la maleta? He llegado a la cumbre del patetismo.

–No te acostumbres a esto. –Dice cogiendo la camiseta que me regaló Roberto. Era su camiseta favorita, una camiseta que me terminó regalando tras decirle miles de veces lo bien que le quedaba ese color. 

–No sabía ni que la había traído. –Susurro quitándosela de las manos antes de que la doble. 

Una lágrima llena de recuerdos está en mi lagrimal queriendo correr por mi mejilla. Haciendo un rollo con ella, la tiro encima del montón de ropa desordenado, con mal humor por acordarme de eso en estos instantes y comienzo a revolver las cosas hasta encontrar mis mayas negras. Arrastro mi maleta de delante de Gabriel  porque no tengo 5 años para que nadie me coloque la ropa, por eso y porque la rabia se ha apoderado de mí, ¿no podía haberme traído cualquier otra cosa? ¿Justo esa camiseta? La camiseta que llevó al primer concierto al que le arrastré, la camiseta que me puse el primer día que dormimos juntos, la que llevaba los sábados de limpieza los sábados y la que tantos y tantos recuerdos tenía entre las costuras. Gabriel, cuando le quito la maleta de delante, tan siqueira se inmuta, solo coge su chándal junto con una camiseta y comienza a desvestirse. Sin querer, mis ojos viajan hasta su torso desnudo... Normalmente el cuerpo que se supone que toda mujer quier es uno fibroso, con grandes músculos... Para mí, no. El cuerpo de Gabriel, sin ser especialmente grande, me resulta tan tentador y tan apetecible que no me faltan ganas de besar cada centímetro de su piel. 

–¿Ya has cogido la ropa? –Pregunta Vilma nada más salir del baño y preparada para nuestro día de ruta. Sin decir nada, más cabreada que antes por la rapidez con la que estoy cayendo en los encantos de Gabriel, me levanto y me encierro en el baño dando un portazo para cambiarme. A través de la puerta, escucho a mi amiga. –¿Qué has hecho para que se ponga así?

–Nada.

–¿Seguro?

–Sí y date la vuelta que no quiero que veas mi ropa interior.

–Gracias por quitarme de un trauma.

Al terminar de vestirme y hacer una coleta alta para que le pelo no me moleste, salgo del baño. Debo tener una cara horrible porque los dos me están mirando como quien mira a un cachorrito abandonado. Respiro hondo, buscando paciencia pues cuando estoy de mal humor, todo me molesta y más que me miren con compasión y abro la puerta haciendo un gesto con la cabeza para que salgan.

–¿Qué? ¿No teníamos tanta prisa?

–¿Estás bien, Karma? –Pregunta Vilma acercándose a mí.

Que No Te Pille El KarmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora